Misión: Matar a tantos mexicanos como sea posible.
Arma: Un rifle de asalto AK-47.
Estrategia: Irrumpir a balazos en un supermercado.
Lugar: El Paso, Texas.
Fecha: Sábado, 3 de agosto de 2019
Objetivo: Frenar la invasión y el mestizaje.
Saldo: 22 muertos y 26 heridos.
Sospechoso: En custodia de las autoridades.
Clasificación: Terrorismo doméstico
Número de serie: Tiroteo 165
No le tembló la mano.
Jaló el gatillo y no lo soltó. Disparó sin tregua a uno tras otro. Para él no era otra partida de videojuegos; sabía que fuera de la pantalla, las vidas no se reinician. No fue un arranque. Patrick Crusius manejó nueve horas para llegar a El Paso, Texas.
Entró a la tienda Walmart, le gustó lo que vio y fue a buscar el arma. Había suficientes pieles morenas para empezar la cacería. Después de la masacre, el joven de 21 años no se resistió al arresto.
En su rostro no había remordimiento ni pesar; la mirada fría confirmaba que se había saboreado su gran momento. No le molestaban el ruido de las sirenas, los gritos ahogados o la sangre que se esparcía a su alrededor. No. Inmutarse hubiera sido un gesto de cortesía y lo suyo era la indiferencia.
Lo que le perturbaba era ver tantos morenos a su alrededor, corriendo, ayudando y señalando. Su blancura contrastaba con la calidez de una ciudad a la que él obligó a vestirse de luto.
Repudiaba el mestizaje y esa presunta invasión de hispanos que era una bofetada para su extremismo blanco. Si es cierto que el manifiesto “La Verdad Incómoda” había salido de su pluma, entonces El Paso tenía más color que el que podía soportar.
Y lo seguirá teniendo.
El Paso es una ciudad fronteriza muy particular; es –quizá- el mejor ejemplo de esa “invasión cultural” a la que tanto temía el presunto asesino, pero que tiene raíces milenarias.
Es el punto donde México y Estados se fusionan, hablan español, inglés y spanglish, bailan cumbias y tocan rock, comen hot dogs y tacos de carne asada. Es un ir y venir, una familia con Juárez., lo que la historia ha unido y el muro no puede separar, el hijo de los dos mundos.
Por eso duele tanto la tragedia. Se sangra en dos idiomas y sobre dos banderas; se visten de luto las estrellas y el águila.
Y no hay consuelo.
El presidente Donald Trump tardó en pronunciarse. En su discurso no hubo empatía. Su respuesta política replicó como palabras vacías. El republicano no es para el pueblo estadounidense un conciliador en jefe. En sus palabras no hay pésame ni esperanza. En sus hombros recaen las culpas que le han colgado los deudos… lo señalan; le ponen las cruces.
El Paso no dejará que olvide que esas muertes las lleva en la conciencia; su gente demostrará que, a pesar de la retórica y las rencillas, en este país y en esta frontera hay campo para todos; solo así lograrán sanar.
Maritza L. Félix es una periodista, productora y escritora independiente galardonada con múltiples premios por sus trabajos de investigación periodística para prensa y televisión en México, Estados Unidos y Europa.