Dijeron que el Río de Los Ángeles no tiene espíritu. Que no tiene alma, vida propia, unidad. Que no existe, que a nadie le importa, que no tiene futuro.
Encontré el espíritu del Río de Los Ángeles en Miguel Angel Luna.
Y en Belén Bernal, que como alcaldesa y tesorera de Bell Gardens avanzó la construcción de un parque en la ribera del río y hoy como directora ejecutiva de Nature for All se dedica de lleno a traer la naturaleza de vuelta a nuestras vidas.
En Anthony Rendon, el presidente de la Asamblea Legislativa de California, quien representa en Sacramento las localidades latinas de Bell, Cudahy, Hawaiian Gardens, Lakewood, Lynwood, Maywood, el norte de Long Beach, Paramount y South Gate, y que antes de ser político fue activista del medio ambiente en su región, y que es un motor detrás del plan de revitalización del Río, que todos esperan y que va a traer, entre otras cosas, un centro cultural para el Sureste de Los Ángeles.
Y en Raúl Macías, fundador de la Asociación Deportiva Juvenil Anahuak, que pertenece al río porque organiza a grupos de chicos para eventos deportivos en el parque del mismo nombre.
Y muchos otros.
Miguel Angel Luna es Urban Semillas. Vive con el río desde los 8 años, cuando emigró de su natal Colombia, en donde vivía con el río Las Piedras.
Es un servidor incondicional del Río Los Ángeles. Lo lleva en su cuerpo. Su visión de las cosas es filosofía mezclada con activismo popular, con conocimientos puros de las vías fluviales y los volúmenes de agua, con sus memorias.
Y hay más. Por donde pongamos la vista hay gente dedicada a un río que todavía no se dedica a la gente.
Entonces, claro, uno los encuentra si busca.
Recuerdo de mi niñez el cuento del pájaro azul. El pájaro maravilloso que traería felicidad con tal de escuchar su trino y admirar sus alas. El pájaro que buscamos ansiosos afuera y lejos. Y luego encontramos que estaba con nosotros.
Jon Christensen es el pájaro azul de esta aventura. Uno busca y busca a los expertos, los de visión amplia y futura. Busca y busca mientras él, un experto de visión futura y amplia, está entre nosotros. Es profesor de equidad, medio ambiente, comunicación ambiental. Es periodista, editor de la revista LENS y productor de la serie televisiva documental Earth Focus. Profesor adjunto en el Instituto de Medio Ambiente y Sostenibilidad en UCLA.
A su llamado, por él, acudieron los panelistas, a este evento tan cerca del Río, que tuvo lugar el viernes 10 de septiembre a un paso del río, en el centro cultural ClockShop, en el Elysian Valley o Frogtown.
Un río que no es ni caudaloso ni un arroyo, ni como el Nilo ni tan ínfimo que no se vea.
Porque se ve. Serpentea y corre por 51 millas, desde Simi Valley a Long Beach, donde entra al mar ancho y casi majestuoso, cortando como una navaja el condado de Los Ángeles, primero de Oeste a Este y luego de Norte a Sur, para terminar en el mar.
Participé por varios meses en este proyecto de Ethnic Media Services. Nuestro propósito fue incrementar la conciencia sobre el Río de Los Ángeles y el plan condal de revitalización en nuestros medios étnicos. Decenas de ellos. Contarles qué es el río y qué será, en la visión muchas veces diferente, a veces conflictiva, de quienes le sirven.
Nuestro objetivo a largo plazo, a muy largo plazo, fue que el río defina a Los Ángeles como una ciudad con río, como los que recorren las principales ciudades del mundo.
Para eso debíamos crear un evento en el que todos ellos participen. En estos tiempos de COVID-19, que lo hagan en línea, a través de Zoom, o en una reunión física hacía poca diferencia. Pero que vengan, que estén, que se enteren y a partir de ahí, que cumplan su deber de informar como profesionales de la comunicación. Para eso les presentamos el material: un panel de seis personas, cada una relacionada con el Río de una manera diferente. Quisieron que ese panel representara todos los aspectos, o la mayor parte de los aspectos, de la actividad en derredor al concepto del Río.
Como ancla de información usamos la encuesta de opinión pública que Sandy Close encargó al Centro para el Estudio de Los Ángeles en la Universidad Loyola Marymount. A partir de las respuestas de los 800 encuestados y el panel se generarían las ideas, los temas, y cada medio a su manera, con su estilo, su conocimiento de su comunidad y sus valores, difundiría la preciosa información.
La encuesta reflejó un interés inusitado de los angelinos porque el río se desarrolle, que de la nada surjan paseos, parques de juego, centros culturales, que a través del esparcimiento y el relajamiento mirando al Río se genere un contacto, una relación simbiótica, mutua, concreta.
Inicialmente el plan era modesto: dar a conocer los trabajos de revitalización en una pequeña zona del Río, Taylor Yard, en un lugar central. No creí que ese tema generaría interés. Porque se trataba de presentar ante las comunidades del condado – los latinos, los asiáticos, los afroamericanos, los demás – un tema que, pensé, no conocían.
Porque no lo conocía yo mismo. El Río de Los Ángeles no era más que un suspiro, una visión inmediatamente olvidada, concebida con el rabillo del ojo mientras se hacen otras cosas. Era – lo es en gran parte – un estrechísimo canal de cemento. Y ya está.
No sabía yo que fue el Río de Los Ángeles el que le dio nombre a nuestra ciudad y no viceversa. No sabía que era el foco central, la fuente de la vida de los habitantes originales del lugar, antes de la llegada de los europeos, antes que se fijaran en el mar. No sabía que recorría la ciudad en casi toda su extensión, a lo largo de 51 millas absolutamente urbanizadas. Y menos sabía que, en algunas partes, ese cemento se ensanchaba y medía decenas de metros de ambos lados del agua, o que, en algunas partes, se podía recorrerlo en kayak, o que se podía pescar, y en muchas, caminar a su lado, acompañando las aguas.
No sabía que era importante.
Pero lo es para Miguel Angel.
La foto que le tomé lo muestra parado de frente a la serpiente de cemento que contiene el río, moviendo sus manos.
Parecería que le está hablando al río, y él le habla.
Y al principio no lo muestra, pero el tema, su tema, lo emociona.
Le pregunto cómo ve este lugar dentro de diez años y al responder se le quiebra la voz y los ojos se enturbian y uno se da cuenta de que aquí, en el Río de Los Ángeles, está su vida.
No es el único, ni el primero. Hay más. De hecho, algo que me impresionó en mi breve conocimiento del río y sus proyectos es eso: la multiplicidad de proyectos, de organizaciones, de intereses.
Porque el proyecto de revitalización del Río Los Ángeles tiene décadas. O mejor debería decir los proyectos, porque hay muchos, de todos los colores, precios, con y sin sueños. No todos concuerdan. Algunos quieren extraer el concreto y dejar el río al descubierto, como lo dejó la Madre Naturaleza. Otros saben que es imposible y recalcan la importancia del control de inundaciones, para lo que, en 1956, el Cuerpo de Ingenieros del Ejército de Estados Unidos, en un proyecto de proporciones épicas, llenó el río de cemento y hormigón.
Su recorrido, que antes sabía fluctuar con las inundaciones, la erosión, la naturaleza del suelo en su cuenca, ahora es fijo. Literalmente cementado.
Recorre el condado. Pero no es el mismo río. Claro, cambia para cada persona que lo mira. Claro, cambia porque el agua fluye y corre dentro de él y es siempre distinto. Cambia por las condiciones geográficas, climáticas, exteriores. Pero también cambia por la geografía humana, por la antropología que lo rodea.
El Río Los Ángeles le dío su nombre a la ciudad. Porque estuvo antes. Lo “descubrieron”, es decir, lo encontraron en sus expediciones, los españoles y un franciscano, Juan Crespi, le dio su nombre, el río de Nuestra Señora La Reina de Los Ángeles de Porciúncula, y durmieron en su ribera.
Fue en 1769 y en 1781, 12 años después, se fundó el pueblo de Los Ángeles en su cuenca y le prestó graciosamente su nombre.
Hasta principios de siglo fue la principal fuente de agua potable de la ciudad. Lo reemplazó una serie de acueductos que recorriendo 674 kilómetros secaron el valle de Owen.
Y el río nunca volvió a ser el mismo.
A los habitantes originales del lugar ni siquiera les dejaron un nombre. Cuando los españoles crearon una de sus misiones en la región, la llamaron en honor a San Gabriel, y a los residentes locales, los Gabrielinos, y así es como se conocen hasta el día de hoy.
Los Gabrielinos vivían del río, en la cuenca del río, navegaban por el río.
Pero la ciudad de Los Ángeles le dio la espalda al Río.
Es la gente como Miguel Angel quienes lo vuelven a mirar de frente.
Su esperanza es la esperanza de la Gente del Río, los dedicados, los que luchan toda la vida y que son, como dice Bertolt Brecht, los imprescindibles.
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