El revuelo causado por la concesión del último premio Planeta a tres escritores disfrazados de nombre de mujer (Carmen Mola) nos sume en una gran confusión. El hecho de que se haya escogido un nombre de mujer y, aún más importante, que no se hubiera percatado nadie del tufillo a hombre que rodeaba a la (supuesta) escritora nos saca los colores y las vergüenzas. Lo que un día era una escritora de cierta proyección se convierte en una manada de hombres pluma, y todo sin cambiar una coma.
Podríamos torpemente concluir que la calidad de la literatura, entonces, no se debe ver mermada por el mayor o menor acceso de la mujer a la escritura comercial, lo que parece contradecir que una librería de mujeres dejase de vender la obra ganadora del premio por no ser de una mujer. Otro reciente mal trago es la noticia de la terminación por computadora de la Décima sinfonía de Beethoven. Un artilugio dotado de un algoritmo de IA acaba de completar la mejor versión posible de la inacabada partitura.
Si el hombre se puede hacer pasar por mujer, y, consiguientemente, la mujer por hombre, y si un cacharro de IA se puede hacer pasar por Beethoven, deberíamos plantearnos revisar dónde queda el futuro de la cultura y la noción misma de igualdad de género.
El engaño es lo que algunos no perdonan: es un fraude con premio. La broma literaria nos retrotrae a la película de Rock Hudson “Man´s favorite sport” de 1964. En este filme, un dependiente del departamento de deportes de unos almacenes de San Francisco escribe un manual de pesca que resulta ser de gran éxito. La trama se complica al darse la circunstancia de que el autor del manual no sabe pescar. El destino hace que tenga que participar en un campeonato de pesca, lo que enreda la trama. Al descubrirse el pastel, el autor del manual es despedido y, tras algunas peripecias, readmitido.
Si traemos a colación la pesca es porque la broma del manual y la concesión del premio literario comparten cebo y anzuelo.
¿Habrá que hacer pruebas de ADN a los autores futuros? ¿Bajarse los pantalones o subirse la falda? ¿Por qué la escritura no puede ser como la hípica en que hombres y mujeres compiten en paridad? Si no hay problemas de literatura muscular, resultará innecesario exigir pruebas de niveles de testosterona.
Finalmente, queremos comentar que la tan socorrida igualdad de género choca con la emigración en un punto. En Australia, a mediados del siglo pasado, se exigía que el número de mujeres excediera al de hombres en las familias emigrantes. La desigualdad de género, por ende, tenía premio.