Cuando Luis Cruz entró en el restaurante del hotel en el que nos hospedábamos en Jerusalén, los huéspedes y el personal lo miraron con curiosidad. Pensaban que era un futbolista mexicano famoso el que había llegado en patineta a la entrevista. Es bajito y tiene el cabello muy corto, la sangre liviana. Sonríe con facilidad. Esa mañana, debajo de la ropa deportiva traía la camiseta bien puesta y la presumió con orgullo: una playera roja con el logo de Tacos Luis en blanco.
Un cielo mexicano que alumbra en Israel
Luis Cruz tiene 38 años y es un chef mexicano que vive en Israel. Desde pequeño aprendió a preparar platillos para honrar a sus muertos o los tamales para Navidad y lo hizo en la cocina de su madre, con las recetas de la abuela, pero con su sazón. Quizá no es famoso en el deporte, pero son sus tacos los que hacen que muchos se chupen los dedos en la mismísima Tierra Santa.
Estudió gastronomía en México y ahí, en el hostal de su mamá, conoció a una joven de Israel que lo llevaría a recorrer el mundo en busca de sabores…y, bueno, por amor. La primera parada fue Nueva York, después Francia y España, hasta llegar al otro lado del mundo: Israel.
En una mezcla de idiomas y de sabores, con un bebé en brazos y una nueva fe en el corazón, se convirtió en empresario. Y en uno de los lugares considerados más santos del mundo, en 2018 puso una taquería que para muchos es un pedacito de cielo en la tierra.
No tiene un menú de esos que adaptan sus platillos a los paladares extranjeros: Todos los tacos son blandos, con tortillas hechas a mano y salsas picantes… saben a gloria.
Un abrazo de maíz que acerca a todos
En el restaurante Tacos Luis suena la música mexicana y huele a maíz. Hay y es arte. Es como cruzar el mundo para volver, en un par de mordidas, a casa. Es sentirse, aunque sea por un instante, como apapachado por los ancestros que lo acompañan al cocinar o como acariciar el cordón umbilical que lo mantiene cerca del latido de su madre.
En su mesa se sientan todos: extranjeros, locales, árabes, americanos, mexicanos, turistas y refugiados. Para Luis, un taco es una expresión de paz, y la gastronomía mexicana, un poema.
Su restaurante es ese sitio en el que se fusionan sus mundos en una cocina, donde los anhelos del corazón se cuecen a fuego lento, donde se marinan las ganas de volver… porque así somos los mexicanos, siempre con un pie en el migrar y con la ironía de desear nunca irse. Pero en el mientras, en el paso, todo lo volvemos nuestro, hasta el taco.
Luis está lejos de su primera casa, lo separan miles de kilómetros de ese mole que los suyos preparaban para el Día de los Muertos o de los tamales que se amasaban con hambre y se envolvían para festejos. Pero tiene memorias en el paladar y las busca por Israel. Así encontró los chiles, jícamas y especies en los lugares menos esperados. De México no trae nada, solo los recuerdos.
Nacer. Crecer. Cocinar. Amar. Criar. Emprender. Saborear. Extrañar. Creer. Taquear; esta es la receta de Luis, el taquero oaxaqueño en Jerusalén.