Ahora Lixania es asilada en Estados Unidos, aunque unas trabas burocráticas han retrasado, de momento, la renovación de su permiso de trabajo. Su historia es personal y es a la vez la misma de otros como ella que cruzan naciones, selvas, desiertos, ríos y mares para llegar a la tierra prometida, Estados Unidos, en busca de seguridad, trabajo y un mejor futuro.
Es la suya, literalmente, una historia que muestra de manera real el rostro humano de la migración, ese que se repite una y un millón de veces en las vidas humanas que se desplazan alrededor del mundo huyendo de persecución, falta de oportunidades, pobreza, hambre y un sinfín de circunstancias que ponen a prueba la condición humana en todo momento.
Este fin de semana Lixania será una de las oradoras del evento en Washington, D.C., de la Ignatian Solidarity Network, donde espera seguir compartiendo su historia para que aquí en Estados Unidos se entienda, dice, qué ha llevado a tantos venezolanos a dejar país y familia, y agradecer a la nación que la ha recibido, a pesar de que los obstáculos todavía no terminan.
Lixania es una de las más de 7.7 millones de personas de origen venezolano que se desplazan en este momento por el mundo en busca de un mejor lugar para vivir, según cifras de la Plataforma de Coordinación Interagencial para Refugiados y Migrantes de Venezuela, liderada en conjunto por el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) y la Organización Internacional para las Migraciones (OIM).
Una travesía que parece no tener fin
La travesía de Lixania se inició en 2019. En su país era una comerciante y activista, como ella misma dice, abogando por la libertad. Ese activismo hizo que un 17 de septiembre de 2019 saliera de su país en forma inmediata con uno de sus hijos. Llegó a México procedente de Colombia un 19 de septiembre y fue en la garita de Nogales donde solicitó asilo, ciudad donde recibió apoyo de la Iniciativa Kino para la Frontera, a la que, dice, “no tengo cómo pagar por el apoyo que nos dieron, no solo a nosotros, sino a todos los migrantes que llegan ahí”. Se les aplicó después la política de “Quédate en México”, y luego, en medio de la pandemia, no podían trabajar aunque tenían permisos de trabajo.
Las citas de seguimiento a su petición de asilo la llevaban de Nogales a El Paso-Ciudad Juárez. “Viajábamos más de 16 horas en un autobús. Teníamos que llegar a las 3 de la mañana al peaje, al puente, y ahí nos encerraban tres o cuatro días. Era una tortura increíble”, narra.
Los meses transcurrieron y un 19 de abril de 2021 son trasladados a Nueva York, donde su otro hijo vive y trabaja desde hace ocho años. Ahí reciben sus permisos de trabajo renovados, y ella, por motivos de salud, se traslada a Las Vegas, Nevada. Su solicitud de asilo fue aprobada en abril de 2022. Estuvo trabajando, pero su permiso de trabajo vencía en agosto de este año y por retrasos burocráticos no se le ha renovado.
“Ahora estoy desempleada completamente. Ahorita sigo como la gente que entra por primera vez aquí, sin nada. El suplicio no ha terminado. La migración no ha terminado”, indica.
Lixania ha trabajado y pagado impuestos todo este tiempo. Esta experiencia la hace concluir lo que quienes abogan por una reforma migratoria llevan décadas pidiendo: si son personas que quieren trabajar, que ya pagan impuestos y que aportan a la economía de diversas formas, “¿por qué no legalizarlos?”, se pregunta.
El hogar está donde está la seguridad y la libertad
“Creo que debería de haber un poco más de rapidez para dar la legalidad a la gente”, opina Lixania, y agrega que quiere seguir compartiendo su experiencia migratoria porque quizá puede contribuir con su granito de arena a que la sociedad estadounidense entienda por qué la gente busca refugio aquí.
“Yo a Estados Unidos de rodillas le doy gracias, por todo lo que he logrado, porque por lo menos tener mi asilo político es el mayor logro, porque sé que estoy protegida y que no tengo que regresar a mi hermoso país, pero al que no quiero ir más nunca”, afirma.
“Y todo ha sido así porque Venezuela se convirtió en un país del que no es que quieras emigrar, es que te acorralan a emigrar”, señala.
“Migrar es duro, te encuentras con situaciones que no querías vivir, no es lo que tú esperabas, no es por lo que tú has luchado toda la vida”, agrega.
“Espero, como decía mi abuelo, estar en el mejor país. Y creo que en este país tengo la libertad y la seguridad que no sentía en el mío», concluye.
En efecto, las palabras de Lixania resumen claramente lo que millones de migrantes están comprometidos a hacer en la nación que han decidido llamar su hogar, a pesar de la retórica de rechazo y discriminación que domina el ámbito migratorio y político de nuestros días.