Guadalupe, Cuscatlán.– “En esa ‘guinda’ yo tenía 18 años. Nosotros veníamos de Platanares. Mucha gente salía de varios cantones y caseríos. Nuestra familia se conformaba de once [personas], incluyendo una bebé que mi madre llevaba en sus brazos”. Así describe Marta Julia León Olmedo, sobreviviente de la masacre de Tenango-Guadalupe, la suerte que corrió su familia el 27 y 28 de febrero de 1983, a manos de la Fuerza Aérea y el Ejército de El Salvador.
La noche del 27, más de 700 pobladores de los caseríos y cantones Palo Grande, Platanares y otras poblaciones de la zona de Suchitoto habían caminado por horas para ponerse a salvo de un operativo de tierra arrasada. Eso era una “guinda” en aquellos años. El jefe de la ofensiva era el coronel Domingo Monterrosa, responsable de la masacre de El Mozote.
“Caminamos toda la noche y la gente traía muchos niños. Al día siguiente, cuando llegamos a Tenango, nos detectó una avioneta push and pull y nos lanzó rockets. Salimos corriendo, buscando el río Quezalapa. Ya había heridos y muertos también por la metralla de los helicópteros”.
El Atlacatl les tendió una emboscada en el plan de Tenango el día 28. Ahí murieron más de 40 civiles.
La Fuerza Armada acorraló a quienes buscaban llegar a la pendiente de Guadalupe con la intención de cruzar los cerros.
“En la cuesta de Guadalupe, la gente no aguantaba y muchos se quedaron en el árbol de copinol”, cuenta Marta Julia.
Helicópteros artillados y aviones A-37 atacaron a la masa de campesinos, entre los que había mujeres, ancianos y niños, con bombas de 250 libras y fuego de ametralladoras.
“Nosotros seguimos caminando, buscando el cerro. Allí le cayó una bala a mi madre, quien cargaba a mi hermanita de un mes de nacida. Mi hermano, que tenía nueve años, comenzó a gritar, y les dije: ‘Corran arriba del cerro’. Traté de llevármela, pero murió en ese momento. Tomé a mi hermanita y corrí por aquellos cerros buscando a mis otros hermanitos. A los nueve días regresamos a buscarla con mi papá, pero no la encontramos”.
Este genocidio está documentado en el Informe de la Comisión de la Verdad de Naciones Unidas, que habla de más de un centenar de víctimas. Otras estimaciones ponen la cifra de muertos arriba de los 200.
“Solo civiles caminábamos. Los soldados emplazaron una ametralladora [calibre] 50 y nos disparaban desde otro cerro. La gente caía herida o muerta”, manifestó Yanira Cardoza, sobreviviente originaria de Platanares. Ella y su familia habían caminado toda la noche. Cruzaron dos ríos, el Sucio y el Quezalapa antes de ascender la cuesta de Guadalupe.
Muchos de las víctimas buscaron refugio bajo el palo de copinol. El Ejército concentró el fuego en ese punto.
“Corrimos buscando el cerro y nos tomó la noche, y nos escondimos en unas raíces de un árbol. Después llegamos a una finca y toda la gente, llorando, exclamaba que les habían matado a sus hijos y familiares. Después, los soldados llegaron a rematar a los heridos en el lugar de la masacre”.
El fin de semana pasado, cuatro décadas después de la matanza, los sobrevivientes, acompañados de decenas de personas que llegaron de todas partes para acompañarlos, se concentraron bajo este mismo copinol para recordar a los muertos.
José Orlando Castro es fotoperiodista.
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