Gabriel Boric ganó las elecciones en Chile y será el presidente más joven de la historia. Tiene 35 años y cuando asuma el 11 de marzo tendrá 36 años. Y es el presidente más votado, con poco más de cuatro millones y medio de votos, en un país donde votar no es obligación.
De hecho, en estas elecciones se logró una participación récord del 55 por ciento del padrón electoral, que hoy se celebra pero que sigue siendo un porcentaje muy bajo para un sistema democrático. Ese dato, lejos de restarle legitimidad a Boric, se la suma, y le suma mérito. Porque el sistema en Chile está hecho para que la gente no vote, y este domingo se sumó un verdadero boicot del gobierno de Sebastián Piñera: no había transporte público o había menos de la mitad de lo previsto. Pero la gente se organizó, compartió autos y taxis, agarró la bicicleta o fue caminando.
Boric ganó con el 56 por ciento contra el 44 por ciento de José Antonio Kast, candidato de la extrema derecha, a la que apoyaba el gobierno de Sebastián Piñera. Es un triunfo claro que impide cualquier maniobra fraudulenta, o denuncia de fraude como ocurrió en Bolivia para propiciar el golpe contra Evo de noviembre de 2019.
El primer análisis es que es un alivio que no haya ganado Kast, un candidato extremadamente neoliberal y extremadamente conservador que reivindica la dictadura genocida de Pinochet, y que recogió los apoyos de políticos argentinos como Mauricio Macri, Patricia Bullrich, José Luis Espert y Javier Milei, entre otros.
Ante esa posibilidad, Boric representa la esperanza de que Chile siga siendo (como toda Sudamérica) un territorio en disputa. No representa ni la revolución ni tan siquiera la garantía de cambios profundos, pero sí la posibilidad de seguir disputando sentidos y política, en el país más desigual de la región.
Él viene de la Marcha de los Pingüinos, estudiantes secundarios que en 2006 salieron a manifestar contra las políticas sociales y especialmente educativas de Michelle Bachelet. Luego fue líder universitario en 2011 y 2012 cuando los estudiantes volvieron a enfrentar a la misma presidenta, exigiendo una política de educación pública, gratuita y de calidad, poniendo como ejemplo a la Argentina. Era compañero de otros y otras líderes estudiantiles que llegaron al Congreso años después: Camila Vallejos, Karol Cariola y Giorgio Jackson, entre otros. O sea que se supone que algo deberá hacer con el sistema educativo chileno, donde estudian los ricos, o bien un estudiante universitario se endeuda en el equivalente a una casa para terminar una carrera.
Boric también representa la nueva izquierda chilena del Frente Amplio, que se enfrentó a la izquierda tradicional, sobre todo al Partido Socialista de presidentes como Ricardo Lagos y la propia Bachelet, que nunca cambiaron nada de fondo en Chile. Se supone que entiende y comparte más los motivos profundos del estallido social de octubre de 2019. Y algo tendrá que hacer con esos reclamos: trabajo, derechos laborales en un país donde sólo el 11 por ciento de los y las trabajadoras están sindicalizadas, salud pública prácticamente inexistente, entre otros muchos.
En política exterior también es un alivio para la región. Kast representa el nacionalismo más extremo y una política agresiva con sus vecinos. Llegó a decir que iba a revisar los acuerdos limítrofes con Argentina porque pretendía mayores territorios. Y que jamás de los jamases iba a sentarse a dialogar con Bolivia por el tema del mar. En cambio, Boric se ha mostrado proclive a ese diálogo en algún momento, y sobre Argentina también tiene otra actitud. En uno de sus tweets puso: “Los políticos chilenos se llenan la boca hablando en contra de Argentina, pero el dictador argentino murió en la cárcel y el dictador chileno murió senador”.
Boric también es el primer presidente que viene de la región de Magallanes, el extremo sur de Chile, y por eso conoce de primera mano la cuestión mapuche. Mientras Kast los llamaba terroristas y quería encarar el tema con más represión, Boric sabe que se trata de un pueblo nación, que está desde antes que los Estados chileno y argentino, y sobre todo, que es un tema político y, por lo tanto, la solución es política y nunca militar o policial. Eso es bueno para desescalar también el conflicto de este lado de la cordillera. Y desacreditar a los periodistas y políticos argentinos que repiten los argumentos del neofascista Kast, de que los mapuches son “terroristas”.
Lo mismo se podría decir con el tema medioambiental. En su discurso del domingo, Boric fue contundente diciendo que el proyecto Dominga no se hará. Es un proyecto de minería a cielo abierto de hierro y cobre en una reserva de la zona de Coquimbo. Ahora que Chubut arde por el clamor popular contra la megaminería, lo que pase de aquel lado de la cordillera obviamente que va a influir en nuestra realidad.
Pero todo esto va a ser difícil de cristalizar, sobre todo porque el Congreso está muy fragmentado y la derecha con la extrema derecha reúne una primera minoría importante. A esto hay que sumarle que el poder económico es muy concentrado y refractario a cualquier cambio de fondo, y ahí debemos incluir el poder mediático hegemónico de dos o tres grupos principales.
Ante esta situación, Boric tiene dos caminos: moderarse cada vez más, creer que negociar y transigir con la derecha garantizará la gobernabilidad y poner por encima de todo la propia supervivencia política. Esa estrategia ya se ha demostrado no sólo equivocada sino también ineficiente, como sucedió con Lugo en Paraguay, Dilma en Brasil y como está sucediendo ahora con Pedro Castillo en el Perú. El otro camino que tendrá Boric es escuchar, intentar tender puentes con la oposición, pero no olvidarse de quiénes lo llevaron a La Moneda. Son los millones de chilenos y chilenas que apoyaron las luchas estudiantiles hace 10 o 15 años, son los millones que explotaron de indignación en octubre de 2019, son los más de 500 chilenos y chilenas que perdieron un ojo por la represión estatal, son las mujeres que confían en él para lograr mayor igualdad de género, son las diversidades sexuales que aspiran a más derechos, son los pueblos originarios que están hartos de que éste no sea el momento oportuno, son los y las trabajadoras y en definitiva, es el pueblo chileno. Si él se apoya en el pueblo, podrá pasar a la historia como aquel que pedía León Gieco cuando cantaba “queremos ya, un presidente joven, que ame la vida, que enfrente la muerte”.
Será el presidente de la nueva constitución chilena, que debería llevarse a plebiscito el año que viene. Esa es una buena noticia para Boric, porque será un año donde el pueblo estará movilizado, y él necesita que todos y todas están movilizados, con los pies, la cabeza y el corazón. Si no le tiene miedo a la movilización, a las organizaciones sociales, podrá vencer a la reacción y gobernar para un nuevo Chile, posible y necesario.