Condicionantes para el nuevo gobierno en Chile
La voz y entonaciones del taxista chileno tendían a mostrar su sinceridad: “Teníamos incertidumbre y aún la seguimos teniendo. Teníamos miedo y aún lo seguimos teniendo. No sabíamos si el cambio llegaría también a la presidencia, con la elección del muchacho este. Pero estamos optimistas. Usted sabe, tenemos que trampear el dinero todos los días, pero también esperamos que las cosas mejoren”.
Y no es para menos, especialmente en Latinoamérica las tensiones se estaban cotizando muy alto durante la espera de los resultados. Por una parte, la propuesta de izquierda de Gabriel Boric, de 35 años de edad, quien desde hace 10 años es dirigente estudiantil en el contexto de las protestas del país austral. Y por la otra Antonio Kast, con planteamientos del extremo conservador. Los resultados, como se saben, favorecieron a Boric con casi 11 puntos porcentuales de diferencia-entre 55% y 44% de los votos.
Para varios sectores de la sociedad chilena, la duda era si el movimiento de protestas que, pese a la represión oficial, logró desembocar en el actual proceso de redactar una nueva Constitución, se detendría o no, al estar en juego la presidencia. Ante el resultado, es de desear que las cosas salgan bien para la Administración Boric. Se demostraría que, mediante el fortalecimiento de instituciones, la democracia no sólo puede llegar a tener nuevos e innovadores procesos, sino también que la ilustración participativa puede estar vigente en América Latina, la región más desigual del planeta.
No obstante, las perspectivas que se han manifestado con este triunfo de la coalición de grupos social demócratas, social cristianos, de pobladores, estudiantes y profesionales, el nuevo mandatario debe enfrentar desafíos que son desde ya, amenazantes factores para la puesta en práctica de su agenda de gobierno.
Un primer aspecto a subrayar es la naturaleza esencialmente ambiciosa de su plan económico y social. Se propone medidas de política fiscal dirigidas a aumentar los impuestos a los sectores más pudientes. Se trata de una elemental medida de progresividad que unido a la transparencia en el egreso y a la efectividad del cobro, constituyen rasgos básicos de la política fiscal “mínimamente civilizada”. Pero esto es Latinoamérica. Una región en donde, aún con las excepcionalidades de Chile, dominan los rasgos pre-modernos de los Estados. Es decir, no tienen totalmente vigencia las leyes ni las instituciones, y en cambio, mucho del entramado se basa en el papel del caudillo y el rentismo fácil asociado a la corrupción.
Boric sabe que con medidas de notable vuelo se pueden generar enemigos gratuitos con extrema facilidad. El “jet set nativo” chileno estará atento a criticarlo ante el aparecimiento de incluso sospechas infundadas, de naturaleza formal o expositiva.
De allí que el candidato ganador se esforzara por señalar el carácter inclusivo que desea imprimir a su gestión al frente del Ejecutivo. En el contenido de su primer discurso como presidente electo, recalcó: “Debemos avanzar con responsabilidad en los cambios estructurales del país sin dejar a nadie atrás, crecer económicamente, convertir lo que para muchos son bienes de consumo en derechos, sin importar el tamaño de la billetera; garantizar una vida tranquila y segura”. De nuevo son finalidades esenciales de una democracia que se precie de tal.
Pero es de tener presente que en Chile aún están vigentes los rasgos que se padecieron de 1973 a 1990 con la dictadura de Pinochet. Kast, el contendiente derrotado clamaba por un retorno a la normalidad de ese entonces. Aunque es de reconocer también que, durante ese período, innovadores procesos económicos se consolidaron luego, a partir de la vigencia renovada de la democracia. Esto tuvo lugar luego de los gobiernos de “la Concertación”, iniciando con Patricio Aldwin (1918-2016) con un mandato que tuvo lugar del 11 de marzo de 1990 al 11 de marzo de 1994.
Otro aspecto para tomar muy en cuenta es que el nuevo Ejecutivo no tiene mayorías de sustentación en el Legislativo. Esto compromete seriamente la gobernanza, en el sentido de que las propuestas del presidente y su gabinete puedan tener el apoyo para su implementación.
A partir de ello, las relaciones pueden tornarse de laberinto, mientras políticos adversarios tratan de sacar partido de la situación. Ejemplos de este ramplón oportunismo se tiene con el “estilo” de Trump y muchos republicanos de ejercer la política: le impiden al Ejecutivo concretar iniciativas y luego le endilgan falta de ejecutividad para lograr resultados. Todo este entramado sobre la base de la ignorancia de los votantes. En el caso de Estados Unidos para ello se tienen los entretenimientos banales generalizados, incluyendo, faltaba más, los populares espectáculos deportivos y los “realities” de la televisión.
En el caso de Boric, el Senado evidencia tener fuerzas casi empatadas y la Cámara de Diputados presenta una composición muy fragmentada. De allí que se deberá negociar en condiciones de pendiente muy empinada para el Ejecutivo. Un dato adicional: el partido del presidente electo, Convergencia Social, con tres años de funcionamiento, llegó a colocar solamente 9 de un total de 155 diputados. En todo caso, la esperanza prevalece en el ambiente político chileno. Es de esperar que ese país, demuestre que no fue en vano el sacrificio de muchas personas en las protestas.
El martes 11 de septiembre de 1973 es indeleble en la historia de Chile. Ese día el ministro de defensa del presidente Salvador Allende -el militar Augusto Pinochet- daba golpe de Estado contra su jefe. Allende logra transmitir un último discurso. En él reitera: “Superarán otros hombres este momento gris y amargo donde la traición parece imponerse”. La profecía se ha cumplido con varios mandatarios. Ahora es el turno de Boric. Como le señalan con insistencia, es joven; carece de experiencia. Las apuestas están abiertas. Un país ansioso le ha confiado la dirección del poder Ejecutivo para los siguientes cuatro años.