Infierno de las bananeras (hoy, de la palma de coco), retaguardia de las guerras de Ronald Reagan en el istmo y plataforma del narcotráfico, Honduras se ubica entre los cinco países más violentos del mundo: 56.5 homicidios por cada 100 mil habitantes (World Population Review).
La eliminación física de líderes sociales, sindicalistas y periodistas es frecuente.
En estos días, un análisis del Banco Mundial destaca que la economía hondureña hizo avances solo superados por Panamá en años recientes, pero hace ver que el 60% de las familias campesinas viven en la pobreza. Un informe del Proyecto Borgen, una iniciativa independiente que se enfoca en las raíces de la desigualdad en el mundo, concluye que el 33% de la población rural padece de enanismo a causa de mala nutrición.
Los cárteles de la droga han infiltrado el Ejército, la Policía, los partidos y la cúpula empresarial hondureña.
El hermano del presidente Juan Orlando Hernández (JOH), el excongresista Juan Antonio Hernández, se encuentra en una prisión federal estadounidense a la espera de que le dicten sentencia por su rol en la importación y transporte de 200 mil kilogramos de cocaína en sociedad con carteles mexicanos y sudamericanos, un caso que salpica al mandatario: trascendió en el juicio que la fortuna que amasó «Tony» Hernández traficando drogas habría ayudado a financiar las campañas electorales de su hermano en 2013 y 2017.
Para colmo, en enero de 2020, JOH dio por terminada la Misión de Apoyo Contra la Corrupción y la Impunidad en Honduras (MACCIH), entidad respaldada por la OEA que Honduras se vio forzada a aceptar a raíz de presiones de Washington durante la administración de Barack Obama.
El trabajo de la MACCIH desbarató descaradas operaciones de dinero sucio –como la «Caja Chica» de la esposa del expresidente Porfirio Lovo Sosa (12 millones), la Red de Diputados o Fe de Errata y Pandora (38 congresistas acusados de saquear fondos del Ministerio de Agricultura), además de un caso contra el hermano de Lovo–.
JOH asumió la presidencia por primera vez en 2014 y en 2017 se las amañó para hacerse reelegir en una votación con abundantes irregularidades: resultó cuestionada por observadores internacionales y fue recibida con protestas en las calles reprimidas con saldo de decenas de muertos.
La deriva de corrupción en Honduras no ofrece señales de cambio. El timón está trancado para que la ruta se mantenga. El candidato favorito de JOH para sucederle en las elecciones de 2021 es Nasry «Tito» Asfura, actual alcalde de Tegucigalpa, a quien la Unidad Fiscal Especializada contra la Corrupción (COFERCO), aún en pie, lo implica en la malversación de 1.2 millones de dólares de fondos municipales.
Por su lado, influyentes miembros del Partido Liberal corren a respaldar la candidatura de Yani Rosenthal, poderoso banquero y exministro hondureño que acaba de purgar una pena de tres años en una penitenciaria estadounidense por lavar dineros de la banda de Los Cáchiros.
Las frustraciones de los hondureños o bien los empujan a la fuga, expresada principalmente en las caravanas que hicieron noticia a partir de 2014 y que por el momento se empantanan en territorio mexicano, o se acumulan en resentimiento soterrado que estalla episódicamente, como sucedió con las protestas de 2017 y 2019.
La explosión más reciente fue una reacción contra el plan de privatizar los sectores salud y educación, parada en seco por movilizaciones de iracundos ciudadanos. Estas protestas se ensañaron con la embajada de Estados Unidos, el eterno maquinador en Centroamérica. Como siempre, el imperio protege sus intereses y los de sus corporaciones a cualquier costo, y defiende a las oligarquías por principio. Pero siempre pierde cuando se ejercita en pulsos con ellas por temas de corrupción y abusos contra los derechos humanos.
«Muchos hondureños perciben que Estados Unidos apoyó una elección fraudulenta que reeligió a un presidente corrupto», dice Christine Wade, profesora de Ciencias Políticas y Estudios Internacionales de Washington College en conversación con Inter American Dialogue. Este estado de cosas cuadraba bien con el concepto de normalidad de Donald Trump para Latinoamérica.
El nuevo presidente estadounidense, Joe Biden, si es que lo animan propósitos sinceros, tendrá mucho que reconsiderar en su política hacia ese país. Pero recae en la nación hondureña la hazaña de desmontar con sus propias manos este estado facineroso. Sobra decir que todo conspira contra este propósito.
Publicado en Barracuda Literaria, aquí.