La muerte de Ernesto Cardenal despide para siempre a uno de los últimos grandes poetas del continente y del mundo. Está junto con los chilenos Nicanor Parra y Pablo Neruda, el cubano José Lezama Lima, el hondureño Roberto Sosa, los salvadoreños Claudia Lars y Roque Dalton García o la uruguaya Alfonsina Storni. Voces que marcan la hoja de ruta más sobresaliente de la poesía latinoamericana de los últimos 120 años.
Perteneció a una generación de excelsos poetas como Carlos Martínez Rivas, Ernesto Mejía Sanchez, José Coronel Urtrecho, Pablo Antonio Cuadra, Salomón de la Selva, sin olvidar al divino Rubén Darío. Estos escritores popularizaron en Nicaragua la palabra poeta que se usa como saludo a cualquier persona conocida o desconocida en toda ocasión. Al grado que los mismos nicaragüenses afirman que todos somos poetas mientras no se demuestre lo contrario.
[bctt tweet=»Descanse en paz, el poeta contemplativo y revolucionario Ernesto Cardenal Chamorro. In Memoriam Ernesto Cardenal, por David Hernández » username=»hispanicla»]
Conocí a Ernesto Cardenal en septiembre de 1972 en Heredia, Costa Rica, para un encuentro de escritores latinoamericanos. Todavía siendo un joven irreverente, sus consejos y las lecturas recomendadas me descubrieron el mundo de la poesía exteriorista norteamericana. También, de los antiguos poetas chinos y de los epigramas grecolatinos para llegar a la concepción de la poesía como la define certeramente la palabra alemana, Dichtung, es decir, apretado, conciso, breve, directo, compacto, sellado hermético.
Así pude leer a Ezra Pound, Li Po, Allen Ginsberg, T.S. Elliot, William Carlos Williams, Thomas Merton o El Cantar de los Cantares. Todo ello en su isla Mancarrón, donde vivía en comunidad con los campesinos del archipiélago de Solentiname. Lo visité por invitación suya en noviembre de 1972. Abordé un barco en Granada que salía los martes por la noche y llegaba los días miércoles al Puerto de San Carlos sobre el Río San Juan del Norte. Ernesto Cardenal llegaba ahí cada semana llegaba en su lancha “San Juan Bautista” a recoger la correspondencia y los periódicos.
Una docena de veces pude saludarlo en diferentes puntos de Europa y Latinoamérica, Moscú, París, Ciudad de México, Colonia, o en Madrid. Mi recuerdo más marcado de él era su memoria increíble que me recordaba hasta los últimos detalles de nuestros encuentros personales y de mi visita a Solentiname. Allí hasta una novia vernácula y plena de juventud disfruté. Un gran orgullo personal para mí fue traducirle al ruso y al ucraniano y publicar como libro en 1980 sus poemas escritos entre 1978-1980. Lo titulamos, “Después del triunfo”, en clara referencia a la victoria de la revolución sandinista que había derrocado a Somoza.
Aquellos años primeros la revolución aún no había perdido su inocencia. En su gobierno figuraban grandes intelectuales como el mismo Cardenal, Sergio Ramírez, Gioconda Belli, Vidaluz Meneses o José Coronel Urtrecho. Ahora en nombre de esa misma revolución se ha erigido una dictadura familiar igual o peor que la de los Somoza.
Fue autor de libros claves de la literatura mundial como “Epigramas, “La Hora Cero”, “Oración por Marilyn Monroe”, “Canto Cósmico” o “El estrecho Dudoso”. La muerte de Cardenal deja huérfana de mundo a una de las poesías más grandes de todos los tiempos escrita en esa tierra de lagos y volcanes.
Descanse en paz, el poeta contemplativo y revolucionario Ernesto Cardenal Chamorro.
Lee también
El socialismo sostenible y el caso de Venezuela, por Fernando Vegas
Estas cosas que vemos, por Alex Ramírez-Arballo
Mensaje de Juan José Dalton sobre el asesinato de su padre