“Solo quiero avisarte que esta mañana comencé con síntomas, me hice una prueba y me salió positivo a COVID”, ese fue el primer mensaje que recibí al regresar a casa después de una conferencia en Filadelfia.
“Chicos, siento informarles que me contagié y les aviso para que se hagan pruebas”, fue el segundo.
“Yo me siento fatal y también tengo COVID”, escribió otro.
El regreso de las dos rayitas
Mis grupos de WhatsApp se llenaron de fotos de pruebas caseras con dos rayitas. Casi todos con los que tuve contacto, a los que abracé con fuerza y estreché con descaro, se contagiaron. Y por acá… todo sereno.
Confieso que no recuerdo cuándo fue la última vez que usé una mascarilla o practiqué el distanciamiento social, pero tengo presentes las fechas de cada una de mis vacunas y los recordatorios de los refuerzos. Al volver a casa tuve que revisar las pruebas caseras que se empolvaron en los gabinetes de nuestro baño. Tomé una cada dos días por una semana y en todas el resultado era el mismo: Negativo. Tampoco tuve síntomas, solo el cansancio natural que conlleva un viaje intenso de trabajo. Pero quise monitorearme porque en cada uno de mis grupos, solo otra persona y yo nos salvamos de terminar encamadas tras las reuniones sociales. ¿Superpoderes? No creo.
Quizá he tenido suerte de no enfermarme o tal vez mi sistema inmunológico es más fuerte de lo que pensaba. De mi círculo personal y profesional soy una de las pocas que no se ha enfermado de COVID en los últimos años y la única vez que me dio no tuve síntomas de gravedad. He jugado mucho con fuego y, ahora que lo pienso, ya no tardaré en quemarme.
El virus no muere, muta y se fortalece
De lo que estoy segura es que las vacunas me han servido más de lo que imaginé. Vivo entre hoteles, aeropuertos y conferencias, voy a conciertos y partidos, abrazo, beso, me arriesgo, y se me olvida que acabamos de sobrevivir a una pandemia provocada por un virus que no se va ni se muere, que muta, se hace más contagioso y eterno.
Hemos bajado la guardia, bueno, he. Pero momentos como estos me hacen recordar que nunca saldremos del todo de la crisis de salud mundial que paró al mundo. Si no es el COVID, es la influenza. Si no es un simple resfriado, es un rotavirus. Estamos siempre frente a la amenaza de organismos que intentan apoderarse de nuestro cuerpo. Estamos entrando a la temporada en la que ponemos a prueba la resistencia de nuestros pulmones y corazón, cuando las alegrías le dan paso a las neumonías, cuando los cuadros más sencillos de gripe puede convertirse en la antesala de hospitalización. Lo estamos viendo venir, ¿será que haremos algo al respecto? Yo sí.