La caída de la casa Caballero
La demolición de una familia entre dos iglesias y los efectos colaterales de una dictadura
Hay hechos que marcan para siempre la historia de una familia pero también la de un pueblo; hechos que, con el paso del tiempo, adquieren una dimensión tan ineludible como devastadora. Eso fue lo que ocurrió en Ballesteros, una pequeño pueblo de la provincia de Córdoba, Argentina, hace 47 años.
Fue el 7 de diciembre de 1977, cuando una de las familias más antiguas de esa localidad fue brutalmente desalojada de su casa. ¿La razón? Un juicio iniciado en 1963 por el Arzobispado de Córdoba que reclamaba toda la propiedad lindante al terreno.
En connivencia con el gobierno de facto, el Arzobispado desalojó de manera absolutamente arbitraria a los legítimos propietarios del inmueble: los Caballero, la misma familia que, paradójicamente, había donado en 1939 el terreno en el que hoy se levanta la iglesia San José.
Apuntes sobre la nueva inquisición
Mercedes Clara Caballero es hija de Alejandro, el jefe de familia que fue despojado de su propiedad junto a su esposa Mercedes Alonso y sus ocho hijos: Alejandro Cirilo, Juan Pablo, María Susana, Pedro Luis, María Adela, Waldino, Ricardo Virgilio y la citada Mercedes Clara.
En aquel entonces, Clara, como todos la conocen en el pueblo, tenía 17 años. Pero su memoria es a prueba de balas y también de olvido. Y así recuerda, por teléfono desde Rosario, lo que pasó aquel día.
“Fue muy humillante ya que los echaron a mi viejo y a mi mamá que justo estaba enferma… Los sacaron a los dos con policías, como si fueran delincuentes… Mi viejo, desesperado porque no podía hacer nada, les pidió por favor que le dejaran entrar un camión al patio para poner los muebles, pero hasta eso le negaron… El oficial de justicia, al verme tan mal, me dejó entrar para salvar algunas cosas… Las camas estaban destendidas en la vereda, la mesas con las tazas del desayuno en la calle… Y mucha gente del pueblo estaba viendo el espectáculo… De hecho, muy pocas personas nos ayudaron… Clota Cacciavillani de Giordanino, que era prima hermana de mi mamá, fue una de ellas junto a sus hijas e hijos. Y también una peluquera del barrio, de apellido Rivero”.
En consonancia con esta declaración, Alicia Giordanino (una de las hijas de Clota y actualmente radicada en Villa María) me ofrece por teléfono su testimonio:
“Me tocás una fibra muy íntima al preguntarme por ese día… Yo estuve ahí… Estaba por cumplir 15 años y es algo que jamás olvidaré; aquello fue una humillación tremenda…
«Me acuerdo que llegó un abogado con una orden de desalojo y empezaron a tirarle todo a la calle a la familia Caballero… Mi mamá, que era prima hermana de “Mecha”, la esposa de Alejandro, me dijo vamos a ayudar. Y fuimos… Hacíamos una cadena con ella y mis hermanos, llevando cosas a mi casa y a la casa de “Tinina” (Úrsula) Caballero, una prima que vivía cruzando la calle…
Me acuerdo de una escupidera amarilla que me tocó llevar y que metí abajo de la cama urgente… Hasta eso les habían sacado afuera, acaso para humillarlos más… Me acuerdo que íbamos juntando y estibando cosas, desde muebles y platos a un combinado con discos de los Beatles…
Lo que se vivió ese día fue un acto de barbarie… Fue la inquisición… Fue todo eso que nos contaron en los libros de historia y sucedió en nuestro pueblo… La Iglesia se apropió a mansalva de todo, en un acto inhumano, pero el pueblo no hizo nada; no se levantó…”
Clara memoria
-En el ´39, tu familia donó el terreno en el cual se construyó la Iglesia y hubo un discurso muy encendido de tu tío, Ricardo Caballero, quien por ese entonces era senador nacional…
-Sí… ¡Pero la casa no estaba entre los bienes donados! –comenta Clara- Fíjate que mi viejo empezó a vivir allí desde el ´48, y al juicio lo empezaron los curas recién en el ´63… Duró 14 años y fue una guerra fría entre mi viejo y el párroco del pueblo, Armando Piazza, porque ellos aducían que esa casa le correspondía también a la Iglesia. El cura Piazza nos odiaba, al punto que nos impidió a mi hermano Virgilio y a mí que tomáramos la comunión. Y cuando él iba a la escuela a dar clases de Religión, nosotros nos teníamos que ir del aula, con toda la vergüenza del mundo. Encima, en el año ´63 muere mi tío Ricardo y esa misma semana mi papá recibe un telegrama de la curia. Él pensó que era un pésame, pero nada que ver… Ahí le decían que le habían iniciado un juicio…
-¿Por qué pensás que el Arzobispado de Córdoba actuó de esa manera?
-No sé, le sigo dando vueltas y sigo sin entender… Lo que yo veo es avaricia y ensañamiento, una hijaputez inexplicable con quienes los ayudaron… Mi viejo era donante también… Aparte, ponéle que la casa hubiese estado entre los bienes donados; ponéle, porque no era así… ¿Era esa la manera de sacarnos a la calle, de humillarnos? Fue un escarnio, un hecho inédito en el mundo…
-¿Hicieron algún reclamo?
-¡Por supuesto! A los pocos días, mi viejo le escribió a Videla… ¿Te imaginás? Y Videla le dijo que eran cosas de la iglesia… A los pocos meses, mi papá murió de un infarto… Cuando Néstor Kirchner llegó a la presidencia, le escribí, pero él me mandó a las Madres de Plaza de Mayo. Y ellas me contestaron que no había ningún muerto, que por lo tanto aquel hecho no les parecía importante. Después hablé con Jorge Bergoglio cuando aún era cardenal de Buenos Aires, y me dijo que él no tenía injerencia en Córdoba…. Todos se lavaban las manos… Cuando Bergoglio se convirtió en el Papa Francisco, le escribí cinco cartas, diciéndole que ahora sí tenía injerencia en Córdoba… Pero todavía no obtuve ninguna respuesta…
Dos notas en 47 años
Aquel hecho de 1977, ordenado desde el Arzobispado de Córdoba por monseñor Raúl Primatesta en plena dictadura, no tuvo ecos periodísticos en los medios nacionales o provinciales. Sin embargo, fue levantado por “La Tribuna”, un diario de Bell Ville en su edición del 25 de enero de 1978. Bajo el título “Desalojo arbitrario”, la nota es un documento de valor incalculable por su valentía en esos tiempos. Leemos:
«… Una conocida y tradicional familia se vio, de la noche a la mañana y sin ninguna alternativa de plazo o postergación, desprovista de la que había sido su morada desde ancestrales tiempos como consecuencia de un rápido juicio caratulado ‘Arzobispado de Córdoba contra Alejandro Caballero – Desalojo”.
Y la editorial de aquel periódico dirigido por Norma Leonetti, concluía con estas palabras:
«… Si la mesura, la tolerancia y la paciencia son las virtudes que la Iglesia siempre recomienda, ¿no debería haberse puesto en práctica en este caso en favor de los descendientes directos de aquellos que generosamente hicieron tan importante donativo y darles tiempo para que arreglaran su situación?»
El único eco de esta nota se oyó 37 años después, gracias a la pluma del escritor (y por entonces diputado provincial por Santa Fe) Carlos del Frade. El 9 de marzo de 2015 y desde la agencia de noticias de la Fundación Pelota de Trapo, Del Frade rescató la historia. Y bajo el título de “Santo desalojo en dictadura”, el texto empezaba diciendo:
“En diciembre de 1977, la familia Caballero fue arrojada a la calle por un juicio de desalojo impulsado por el Arzobispado de Córdoba en la localidad de Ballesteros. Casi cuarenta años después, se hace público un hecho de profunda crueldad que emparenta a la diócesis cordobesa en tiempos de la noche carnívora con lo peor de los grupos de tareas”.
Alejandro y las ‘Sagradas Escrituras’
Alejandro Cirilo Caballero es el mayor de los hijos de Alejandro y Mercedes. Radicado en Rosario también, accede a contestarme por Whassap algunas preguntas. Y empieza haciendo un poco de historia del solar.
“El terreno del cual nos despojaron, lo compró mi bisabuelo Cirilo Caballero en 1880 en un remate judicial por 150 pesos bolivianos, según dice la escritura. Estaba situado en la intersección del bulevar Roque Sáenz Peña (que en esa época se llamaba Sobremonte) y avenida San Martín llegando hasta el actual callejón Libertad (que en esos tiempos se llamaba Carcarañá). En 1896, mi abuelo construyó la casa donde vivieron ellos y mis tías abuelas; Clara, Nigelia y Josefa…”
-¿Cómo fue, entonces, la donación?
-El terreno fue donado por mi tío Ricardo Caballero junto a sus tres hermanas vivas, que eran las tías Josefa, Clara y Anatilde. Luego estaban los hijos de mi abuelo que había muerto, entre ellos mi papá Alejandro pero también sus hermanos Leandro, Justino, Juan María, Angélica y Úrsula. Ellos firmaron en nombre de mi abuelo.
Se donó solamente el predio sin la casa, porque “mientras exista un Caballero, la casa no se toca”, decían. Y también que cuando se muriera el último de los Caballero, esa casa sería un museo… Esa fue la condición. El tío Ricardo decía que, por ese entonces, la palabra tenía mucho más valor que un papel firmado… Como será que antes de inaugurarse la iglesia, los arquitectos editaron una tarjeta postal con un boceto de la Iglesia, a cuyo costado se veía claramente nuestra casa… O sea que la casa estaba en el plano, no se tocaba ni se tocaría jamás…
-¿Cómo fue el desalojo?
-Tal como te lo contó mi hermana Clara y nuestra prima, Alicia Giordanino… Me acuerdo que el abogado de los curas que nos echó era de Villa María, y su apellido era Martínez Goletti, del estudio Martínez Goletti-Valinotto. Era un ser absolutamente antipático y desagradable que, tras leernos un papel, se sentó en un banco del frente mirando con burla cómo nos quitaban todo… A las dos semanas, a la casa la tiraron con una pala mecánica y sólo quedaron escombros… A raíz de eso, mi padre falleció siete meses después, a los 67 años… Fue algo que nunca pudo superar…
Francisco Company y Ricardo Caballero:
historia de una amistad
-¿Cómo era la relación entre el padre Company y tu tío Ricardo?
-Company fue muy amigo de mi familia, tanto del tío Ricardo como de las tías –comenta Alejandro-. La amistad con mi tío vino por el nacionalismo, porque Company era un cura muy preparado y muy “rosista”. Y fue por ese lado que se lo “compró” al tío Ricardo… Y ahora te voy a decir algo para derrumbar una falacia que escuché por ahí. Y hablo por la boca de mis tías muertas, de mi papá e incluso de mi tío Ricardo…
El padre Company jamás hizo proselitismo desde el púlpito… Lo que sí hacía eran reuniones políticas en casas particulares, y a veces también en la casa de mis tías. Lo curioso es que algunos lo denunciaron por peronista, que de hecho lo fue. Pero en esas reuniones se hablaba más de Rosas que de otra cosa…
-¿Se sabe quienes hicieron esa denuncia?
-Dicen que fue el propio cura Piazza quien denunció a Company al Arzobispado de Córdoba. Y fue, además, él mismo quien luego lo sustituyó… Te digo que quien debería estar enterrado en la Iglesia de Ballesteros es el cura Company y no Piazza… Porque fue Company quien le pidió al tío Ricardo para que hablara con sus hermanos y sobrinos y donara ese terreno. Le dijo que era una hermosa forma de homenajear a todos sus antepasados y de hacer algo inolvidable por el pueblo. Además de ser el propulsor de la Iglesia, Company fue uno de los mejores curas que tuvo Ballesteros…
-Sin embargo, la ayuda de tu familia a la Iglesia no se terminó con la donación del terreno ¿no?
-¡Claro que no! Mi tío Ricardo, que en ese tiempo era senador nacional, consiguió una partida de 100.000 pesos para la construcción de iglesia, lo que era una enormidad… Capaz que con eso pagaron la mitad de la iglesia… No me preguntés qué tenía que ver el Senado con un pueblo del interior que no le importaba a nadie, pero así fue… Quizás consiguió esa partida por haber sido vicegobernador de Santa Fe y amigo personal de Yrigoyen… Por contactos…
Crónica de una expulsión anunciada
Sin embargo, el desalojo de la familia Caballero en 1977 no fue la primera “expulsión” que se produjera en el solar. En 1948 y haciéndose eco de ciertas “denuncias anónimas”, el padre Company era trasladado. La orden llegaba, por cierto, del Arzobispado de Córdoba comandado por monseñor Fermín Emilio Laffitte, el mismo que en 1939 bendijo la colocación de la piedra fundamental del templo y en 1955 apoyó la llamada “Revolución Libertadora”, la que derrocó al presidente constitucional Juan Domingo Perón.
Quienes llevan adelante la página “Capillas y templos” (un proyecto destinado a relevar y visibilizar la arquitectura eclesiástica de la provincia de Córdoba) publicaron, algunos meses atrás, una exhaustiva reseña de la fundación de la Iglesia San José de Ballesteros. . Ahí se detallan no sólo los pormenores de la donación sino que se le consagra una buena parte a las biografías de Ricardo Caballero y el padre Francisco Company.
De dicho espacio se rescata que “si bien Caballero era en principio un radical yrigoyenista, se convierte en antipersonalista acompañando a Marcelo T. de Alvear. Caballero había abrevado en el nacionalismo más profundo, reivindicando al gaucho en detrimento de los inmigrantes europeos con privilegios.
En 1936, don Ricardo empieza a tratar al padre Company, nuevo párroco de Ballesteros. Y ambos comparten una concepción nacionalista de la política. Company ya había empezado a leer el Martín Fierro a la luz del cristianismo, (luego de su traslado publicará “La fe de Martín Fierro”), mientras que durante la década del ‘30, Caballero publicaba artículos de ese corte en la revista “Nativa” de Buenos Aires, como el cautiverio de su paisano de Ballesteros Sud, Celso Caballero).
A la hora de explicar el desalojo de la familia, los autores de la página suponen que “el problema debe haber radicado en que esa donación se hizo de palabra entre Ricardo Caballero y el padre Company; y que tal vez no había ningún documento rubricado. Por algo, Ricardo Caballero y sus familiares insisten tanto en el valor de la palabra. Pero lo probable y, de ser así, condenable, es que la Iglesia parece haber hecho, cuanto menos, una lectura interesada del texto que publicara Ricardo Caballero en “Nativa” en diciembre de 1939, cuando reconstruye el discurso que improvisó durante la colocación de la piedra fundamental de la iglesia de San José dos meses atrás, el 12 de octubre.”
Leemos un fragmento de ese texto:
«He bebido de las ciencias y he torturado mi inteligencia procurando penetrar el misterio de la creación y el destino del hombre. Y he llegado a comprender o a intuir, cuando mi capacidad no me ha bastado, que la Iglesia Católica Apostólica Romana es la depositaria de estas verdades.
El mejor acto de mi vida, es el que realizo entregando este viejo solar para que sobre él se levante el templo en el que se realizará su culto y mi humilde fe, como la vuestra. Y juro por el pasado de nuestra raza, ante el presente inquieto, tal vez porque en su entraña se agita un movimiento de restauración argentinista, defenderla de los peligros que aparecen como nubes sangrientas en los horizontes
(…) Con estas palabras entrego este solar nativo a la Iglesia de mi pueblo, sabiendo que todos los muertos de mi casa, desde las regiones en que habiten, aprobarán este acto como el destino mejor para lo que fue nuestro hogar, y que, nos cobijó en la vida, durante tantos años».
Por último, pregunto a los encargados de “Capillas y Templos” sobre los $100.000 conseguidos por Ricardo Caballero para la construcción de la Iglesia, de lo que extraigo este pasaje: “se desconoce la razón por la cual al Senado de la Nación, le podía interesar tanto esa iglesia del interior profundo; pero así fue.
Una muestra es que el diseño estuvo a cargo de Carlos Alfredo Rocha y Enrique Martínez Castro, dos de los mejores arquitectos argentinos de esos años. Ambos tuvieron a su cargo la ampliación del Plaza Hotel de Buenos Aires y, más tarde y en asociación con Alejandro Bustillo, el proyecto de la Capilla Santa Gemma Galgari del Monte Calvario, en Tandil”.
Algo más que una mera coincidencia
Pese a toda la información obtenida, me queda una última pregunta; acaso la más importante de esta entrevista. Se la hago a un historiador a quien entrevisté hace muchos años ya y que, tras contarle los pormenores de esta historia, me pide no divulgar su nombre ya que “no tengo derecho de hablar en nombre de una comunidad que me es esencialmente ajena, como la de Ballesteros”. Sin embargo, lo que aquí importa es su conclusión y no su nombre. He aquí este “off the record” en forma de pregunta y de respuesta:
-¿Creés que hay alguna coincidencia entre el traslado de Company en el ´48 y el desalojo de los Caballero en el ´77?
-Totalmente. Hay una gran coincidencia ya que, en la misma línea de eliminar todo lo que había empezado con la Revolución Libertadora que derrocó a Perón en el ´55, estaba también la misión de borrar la historia. La de Ballesteros o la de cualquier otro pueblo.
Así que continuaron con esa tarea durante el llamado “Proceso de Reorganización Nacional”. Por lo que leo y vos me decís, Ballesteros tenía esa casa maravillosa y esa familia comprometida. Y estaba don Ricardo, un viejo caudillo radical que, en unión de un jovencísimo cura nacionalista que luego se volvería peronista, levantarían una iglesia; tirando por la borda toda idea de grieta y produciendo un hecho de soberanía absoluta e inédita en tu pueblo. Ambos abrazaron, a juzgar por sus escritos, la línea del revisionismo histórico inaugurada por Arturo Jauretche y Raúl Scalabrini Ortiz. Y había que terminar con todo eso.
¿Cómo iba a permanecer esa casa en pie? Esa casa iba a terminar siendo un museo; es decir, una memoria. Por lo tanto, lo que se derrumbó no sólo fue una casa, fue una familia y la historia de una construcción que configuró a tu pueblo más allá de las diferencias políticas… ¿Te parece que, para los militares, esas no eran razones suficientes para voltear todo?”
Y este último párrafo se queda resonando con un eco de palas mecánicas en mi cabeza. Pero también me he quedado pensando en la familia Caballero toda. En esa casa ancestral que albergó a una de las generaciones más antiguas de mi pueblo y alguna vez se levantó, antigua y señorial, entre dos Iglesias. La primera, bendecida en 1882 por Fray Mamerto Esquiú (y de la cual ellos fueron colaboradores acérrimos); la segunda, la que en 1939 ungió monseñor Laffitte (y del cual fueron propulsores).
Sin embargo hoy, en el solar donde alguna vez se levantó aquella casa, hay un verde parque enrejado. Como si su fantasma hubiese sido encarcelado de olvido hasta que la memoria le haga justicia. Hasta que la Constitución y la fuerza de un pueblo la vuelvan a restaurar, de una vez y para siempre.