Con la espalda a la calle sintió el portazo y se dio vuelta. Vio sus tacos. A lo lejos la vio a ella recortada entre el gentío. Treinta minutos tarde.
Aquí treinta minutos son una hora y media, en Madrid y en Bogotá 45 minutos y en Londres 60 minutos, pensó. Ella lo sabe. Berraca.
El cuerpo de ella se condensó. Primero la camisa, luego la falda y por último los tacones, el rítmico trac trac trac-trac trac- que la delataba siempre.
–¿Llegué tarde?– preguntó, un zarpazo a de rimel en el ojo izquierdo le malgastaba la cara. –Los trenes estaban averiados. Tú sabes como es eso los fines de semana.
Qué tren ni que ocho cuartos. La berraca odiosa se bajó de un carro.–pensó él sin articular nada.
Caminaron calle abajo por la calle Broadway. Los empujones sórdidos de los turistas atontados comprando recuerdos y camisetas ensordecieron su furia por un rato, elevándola al cuadrado, luego la elevaron al cubo.
Recibí un mensaje de Florez. Parece que pronto se radica aquí, dice ella, que acaba, ante sus propios ojos, de recibir el upgrade de odiosa.
–¿Qué mierda busca Florez aquí?
–Lo que tú, lo que yo, lo que todos, jodé–dijo ella . Su cerebro, energizado por la furia cúbica, ploteó en retroactivo la placa del carro del cual se bajó la odiosa…clarito decía la placa:
F L O R E Z