En la segunda semana de septiembre el Pew Research Center publicó una nueva encuesta nacional que merece nuestra atención.
El estudio mide el grado de optimismo o pesimismo del público estadounidense respecto a la realidad económica y política en el país. Analiza también las expectativas de la población respecto al futuro inmediato y el de nuestros hijos. Finalmente, divide a los participantes según su preferencia política – demócratas o republicanos – y por raza o etnicidad, es decir, según si son blancos, hispanos, asiáticos o afroamericanos.
Y si bien los resultados reflejan un pesimismo general imperante en la población, fruto menos de los problemas económicos que de la división política, existe una diferencia notable entre quienes se identifican como republicanos o que tienden a votar republicano o los demócratas o quienes tienden a votar demócrata.
Así, el 75% de los primeros son pesimistas respecto a los estándares morales y éticos de Estados Unidos frente a 54% de los segundos.
El 56% de los republicanos consideran malo el estado de la institución del matrimonio y la familia, contra 25% de los demócratas, y la situación de la educación la ven problemática por 67% contra 50%.
Es llamativo sin embargo que cuando la división se hace por etnia, los hispanos sean quizás la comunidad más optimista del país. Sí, a la mitad les preocupa la situación moral del país. Pero entre los blancos ese porcentaje es de 71%. Dos de cada tres blancos está disconforme con la educación. Entre hispanos es, también, el 50%.
Estos resultados son independientes de sus preferencias partidarias.
El sentido común dictaría que, en general, un grupo está más conforme con su situación que otro porque le va mejor. Porque sus ingresos son superiores. Porque comparado con el resto está en una posición aventajada. Porque, digamos, no lo discriminan sino que lo prefieren. Encuentran trabajo más fácilmente. Poseen las viviendas donde viven, que están en mejores lugares y son más cómodas, etc.
Pero sabemos que en este caso no es así.
El ingreso medio anual de una familia latina es de $58,000, contra $78,000 para las familias blancas.
La tasa de desempleo en nuestra comunidad es hoy de 6.8%, frente a solo 4.7% entre los blancos.
El 46.8% de los hogares hispanos eran propietarios de sus viviendas. En los hogares blancos, es el 71.7%
La diferencia subsiste en todos los otros parámetros: crimen, educación, etc.
La conclusión es que por naturaleza, por desempeño histórico, por sus lazos familiares, por tradición, la comunidad latina es más optimista que la mayoría blanca.
Aunque en prácticamente todos los aspectos del bienestar, esté peor.
Todo lo cual no significa que sea la comunidad más feliz, y mucho menos que otros así lo vean. Las penurias están por todas partes.
Esto se complementa con otro sondeo publicado el domingo, esta vez del centro KFF, según el cual el 80% de los inmigrantes entrevistados – en su mayoría latinos – reportan que ya cumplieron con el propósito de su inmigración, que era encontrar mejores oportunidades económicas y un mejor futuro para ellos y sus hijos. Que eso los pone contentos, satisfechos, desahogados.
En el Mes de la Herencia Hispana, cuando miramos atrás a un pasado de dificultades que en gran medida continúan, tenemos que reconocer también que el gran arma del optimismo nos acompaña. Que sabemos que perseverando, trabajando duro, estudiando, apoyándonos mutuamente, nos irá mejor. Y será así, porque así lo creemos.