Mi hermana Esther me acompaña, venimos de regreso de más allá del metro Tasqueña, por Villacoapa, en el sur de la ciudad de México.
Al subir al autobús-pesero, alguien se levanta, indica a mi hermana que hay un asiento disponible y se corre a la silla del fondo. Es un hombre de 35 años aproximadamente, y camina con muletas.
Por un incidente de transito se detiene nuestro viaje. No podemos seguir; el chofer nos acomoda en el siguiente pesero. Ahora este hombre y yo compartimos el asiento y comienzo por felicitarle por ser tan amable, incluso con la incomodidad que por las muletas representó darle el asiento a mi hermana, y platicamos sobre lo que le pasó hace seis años.
Me caí, dice, trabajaba en una compañía que maneja desechos de res: huesos, piel y grasas. Se muelen e industrializan para ser reusados. Resbalé y caí en una banda que me llevó adonde se molían los desperdicios y allí quedó atrapada mi pierna. Lo poco que quedó de mis fémur y tibia estaba destrozado. Los tejidos se infectaron con los restos de desperdicios y tuvieron que amputarme la pierna desde la ingle.
Me muestra la prótesis sin reparo y continua su relato: “Yo me dije: en cuanto me la corten, haré todo por volver a mi vida activa». Me concentré en hacerme a la idea de que no me habían quitado nada, y que mis tres hijos y mi esposa me necesitaban, fui a terapia con el psicólogo y todo.
«La recuperación física fue rápida, en seis meses ya estaba yo caminando con mi prótesis, este pie que ve, no es el mío, es uno que me pusieron, yo estoy muy feliz de poder moverme, de que la maquina trituradora no se llevó mi vida, nomás mi piernita. Ahorita vengo aquí al metro Balderas a hacer unos trámites”.
Nos reímos juntos, celebro su actitud positiva y él continúa: “No, si no me da pena que me vean la pierna Quizás por eso soy feliz, me siento normal”. Y sí, porque se ve feliz y derrocha amabilidad y dulzura, en definitiva, aquí no hay una victima.
“¿Por qué voy a ser infeliz?, ¿por qué me voy a quejar?, si mi esposa se quedó conmigo y me apoya en todo. Además aquí ya hay leyes para proteger a los discapacitados como yo; nadie nos puede discriminar, tenemos derechos, nos deben emplear, tengo a mis hijos y los estoy sacando adelante yo mismo con mi trabajo”.
No se queja. Ni porque perdió su pierna, ni porque los obreros en su mayoría ganen solo el mínimo. Ni porque tenga que hacer más esfuerzos físicos para viajar en transporte publico, ni porque en su caminar lento la turba de gente nos separa al llegar al metro Tasqueña. El es feliz, y mi hermana y yo nos dejamos llevar a nuestro destino por la masa que apenas da espacio para dar el siguiente paso.
Pero lo buscamos con la mirada y después de reencontrarlo y ya con él, juntos alcanzamos el vagón. Son diez estaciones, y nos habla de su pueblo, en la delegación Tlalpan, de lo mucho que disfruta el ambiente campirano de la provincia sin salir de su ciudad de México.
Y me invita a su casa: “Por si alguna vez anda por ahí, nos pueda pasar a visitar”.
Publicado inicialmente en septiembre de 2009.
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