Definitivamente los tiempos han cambiado en México.
Antes, los tiempos de la sucesión presidencial los determinaba el presidente en turno y ay de aquél que se moviera porque “no salía en la foto”. El mandatario en turno era el único que se permitía lanzar rumores a la opinión pública, apoyar abiertamente a un posible sucesor para observar cómo lo recibían medios de comunicación y ciudadanos, desorientaba a la clase política apoyando a uno y a otro y descartando a otros más. Al final, el “famoso destapado” designado por el “dedo presidencial” era aquel que había aguantado toda la zozobra en silencio y con un buen comportamiento que garantizaba la continuidad del sistema.
No todos los presidentes han elegido a su mejor sucesor, al contario, la historia nos demuestra que en la mayoría de los casos (por decirlo muy a la mexicana) les ha salido el tiro por la culata. Lo anterior se puede comprender mejor con la expresión del medioevo: “El rey ha muerto. ¡Viva el rey!”. El sistema mexicano, al parecer, opera con esa expresión. La tradición nos dice que la primera acción de un presidente recién ungido es deshacerse de su antecesor para demostrar quién tiene el poder; sin embargo en los últimos dos sexenios esta práctica se ha diluido.
Hoy las cosas son distintas. La sucesión presidencial no le corresponde más al presidente en turno, ahora, los diferentes actores políticos hacen precampañas, campañas y postcampañas en el momento que mejor quieran, y a pesar de las prohibiciones en la ley, ésta queda desplazada porque siempre tiene recovecos para pasarla por alto.
La sucesión presidencial mexicana cuenta ahora con nuevos elementos de operación, tanto que no moverse es un acto sacrílego, pues de lo que se trata es hacerse visible a pesar de la tradición política y la organización social. Los nuevos actores emprenden sus campañas en el momento que estratégicamente consideran pertinente y el presidente en turno, se ve inmerso en un conflicto a todas luces por imponer los tiempos político-electorales.
En ese sentido, México y su clase política ha iniciado la carrera por suceder al presidente actual. Los principales protagonistas harán lo necesario por situarse en la preferencia ciudadana, tanto en México como más allá de sus fronteras (específicamente en aquellas ciudades de Estados Unidos, dónde se concentran un número representativo de connacionales), pero estas campañas (al menos por el momento) tendrán que prescindir de los partidos políticos, que ya no son el mecanismo representativo de la sociedad.
Insisto, los tiempos han cambiado y hoy el flujo de información y los medios de alta tecnología han modificado las estructuras del trabajo político. Recientemente Felipe de Jesús Calderón reubicó en la discusión pública la idea de que Andrés Manuel López Obrador sigue siendo “un peligro para México”; lo hizo en entrevista radiofónica con el periodista Salvador Camarena de la cadena WRadio en la ciudad de México. Si bien la expresión está fuera de tiempo y espacio, sí se le puede leer como una táctica de dar el banderazo de salida “no oficial” a la carrera por la sucesión presidencial, aunque actores políticos como Enrique Peña Nieto y el propio López Obrador iniciaron su campaña desde antes; el primero con la plataforma de fortalecimiento de imagen que le ha brindado la empresa Televisa, y el segundo, con su recorrido persona a persona por todo lo largo y ancho del país.
Con la “supuesta” anuencia del presidente en turno para comenzar la carrera por la sucesión presidencial, la idea de “peligro” sigue siendo conferida al político tabasqueño quien en el país y allende las fronteras ha construido una red sólida de simpatizantes con los que confía llegar a la presidencia de la República mexicana. Y por ello, la expresión desatinada de Calderón es reconocerlo abiertamente como el candidato de un sector importante de la izquierda mexicana.
En los próximos comicios presidenciales la participación no sólo de nacionales, sino también de quienes radican en otros países como Estados Unidos, determinarán el rumbo político de México, pero también pondrán a prueba la madurez democrática y la voluntad política para que exista un proceso legal y transparente. La crisis actual de México tiene mucho que ver con la descomposición política y la falta de madurez del sistema democrático que sostiene los vicios de corrupción y de opacidad en la administración pública. Cada seis años, la sucesión presidencial nos da la oportunidad de modificar las estructuras sociales, ya no es como antes, cuando el presidente “todopoderoso” definía el destino del país; hoy a pesar de las mafias oligárquicas, los procesos democráticos pueden establecer señales de recuperación y por ende de construcción de una democracia moderna, justa y vanguardista.
Si en México ya comenzó la carrera por la sucesión presidencial, es momento de comprometernos a conocer los proyectos de cada uno de los posibles candidatos, para cuando llegué el día de emitir nuestro voto, lo hagamos conscientes de su valor. Debemos exigir a los candidatos respondan en sus proyectos con soluciones posibles a problemas de seguridad, crimen organizado, crecimiento económico, política educativa, fortalecimiento de la ciencia, y un tema en particular que siempre ha sido desatendido: la política migratoria. A pesar de lo importante que es la derrama económica de las remesas, no se ha hecho nada por proteger los derechos de nuestros connacionales migrantes que dejan a las familias en territorio nacional para ir en busca del sueño americano que les permita incrementar su nivel de vida y bienestar social, pero sobre todo, definir una política que reconozca y respete el trabajo de nuestros migrantes que nos guste o no, sostienen a la mayor economía mundial.
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