El sábado 30 de agosto de 2008 el zócalo de la Ciudad de México se vistió de blanco y se llenó de luz. Unos reportes indicaron que eran 200 mil personas, otros que llegaron hasta 500 mil; como sea, hombres, mujeres, niños, jóvenes, familias, salieron a marchar aquel día vestidos de blanco y encendieron veladoras mientras se apagaban las luces del Palacio Nacional y doblaban las campanas de la Catedral. Aunque la propuesta fue hacer una marcha silenciosa, de boca en boca pasaba la frase que resonaba en el aire desde días antes: “¡Si no pueden, renuncien!”.
El autor fue un padre desesperado. Días antes el empresario Alejandro Martí la había lanzado a las autoridades tras la muerte de su hijo Fernando, de 14 años de edad, quien apareció muerto después de permanecer 53 días secuestrado. El caso Martí acaparó la atención nacional debido a que fue difundido ampliamente en televisión; un caso que se volvió una oportunidad para que Televisa, la empresa de comunicación más poderosa de México, se sumara públicamente a alguna causa encabezada por la sociedad civil, como lo hace cada determinado tiempo desde hace 11 años para intentar quitarse la etiqueta de “empresa vendida” que ha ostentado por décadas.
Esa multitudinaria manifestación tuvo varias características que la hicieron peculiar. Por una parte, fue convocada tras una reunión sostenida entre el doliente empresario, quien había recibido un amplio respaldo de otros empresarios, y autoridades gubernamentales que accedieron a escuchar las solicitudes y las propuestas de Martí. De esa reunión surgió el Acuerdo Nacional por la Seguridad, la Justicia y la Legalidad, un mamotreto de 75 puntos en el cual autoridades municipales, estatales y federales, así como los tres poderes de gobierno, se comprometían a realizar cambios con fechas específicas para reducir la delincuencia, elevar la seguridad en el país y hacer justicia.
En esa reunión, además del presidente Felipe Calderón, estuvieron presentes gobernadores como Mario Marín, de Puebla, y Ulises Ruiz de Oaxaca. Ambos mandatarios enfrentaban entonces procesos por acusaciones como secuestro y desaparición de personas -recordemos que en el caso Marín la parte acusadora fue la periodista Lydia Cacho. Estos ilustres personajes firmaron también este acuerdo, y después se sumaron a la convocatoria, junto con otros gobernantes, para que se realizara la marcha.
Así, como en el más bizarro de los mundos, días más tarde marchaban millares para protestar contra el poder, convocados parcialmente por el propio poder. Una crónica publicada en un diario de circulación nacional describía a los asistentes por “la ropa, los fenotipos”, como “de clase media para arriba”. Para algunos, esta era la primera vez que asistían a una manifestación callejera. Claro que también hubo millares más que salieron a denunciar sus propias tragedias: “Me secuestraron”, “Asesinaron a mi hijo y no hay justicia”, “Devuélvanme a mi mamita”, se leía en las mantas que circulaban de blog en blog gracias a fotografías tomadas por los asistentes. Un hombre, sin reparo, soltó ante las cámaras de TV: “Estamos hasta la madre”.
En esa ocasión también se sumaron a la convocatoria las televisoras. TV Azteca instaló templetes en cada glorieta sobre Paseo de la Reforma, y Televisa puso al frente a los conductores de sus noticieros principales, celebrando la “exitosa marcha”. Y después de ella, lo que siguió fue lo que conocemos: 35 mil muertos en cuatro años, decenas de acribillados, descabezados, quemados, entambados, ensarapados, secuestrados. Desde luego, del tal acuerdo firmado ni el recuerdo queda.
Trabajo en la redacción de un diario, y cada día llegan los cables con la información: hijos, hermanos, padres, madres, desaparecen del seno familiar envueltos en la vergonzosa impunidad. Un hombre baja de un auto y dispara a quemarropa a la activista Marisela Escobedo, y después se inicia una persecución en contra de su familia sin que la justicia mueva un dedo. Y no pasa nada. Cuando días después en diversas ciudades se convocó a una manifestación para pedir justicia en el caso de Escobedo, a los eventos llegaron tan sólo 15, 20 personas. “Los mismos de siempre”, comentaba alguien en una red social. Un pueblo anestesiado, pensaba yo; no hay otra explicación posible.
Finalmente, hoy hay otra vez una convocatoria para tomar las calles, y nuevamente es un padre herido quien la encabeza. El periodista y poeta Javier Sicilia perdió a su hijo Juan Francisco, de 24 años, quien fue encontrado muerto en un auto junto con otros jóvenes. Los trascendidos más recientes indican que agentes de policía podrían haber estado involucrados en el asesinato. Al igual que en el caso Martí, el dolor de un padre presentado en horario triple A ha logrado derramar un vaso que parecía no tener fondo, y la sociedad vuelve a reaccionar.
Este miércoles 6 de abril hay marchas y manifestaciones convocadas en cerca de 30 ciudades en México y en al menos 7 ciudades fuera del país, incluida Los Ángeles (frente al Consulado de México, 10:00 AM). Nuevamente veremos el color blanco, los rostros indignados, los carteles expresando pequeñas tragedias personales, tal vez nuevamente veladoras, y el reclamo airado al poder. Y en medio de la rabia y la indignación, a mí me ataca una duda: ¿son estas movilizaciones el detonador de algo más grande, o son, como se vio en la del 2008, apenas una válvula de escape para que el pueblo vilipendiado, convertido en viudo, en huérfano, y en esa palabra que no existe para describir al que se queda sin hijo, aguante otro poco más? ¿Será que después de esta, todas las muertes, la del joven decapitado en Juárez, la de las Mariselas Escobedo que siguen arriesgando la vida, las de los hijos de hombres sin cargo ni fama, nos indignen por igual? ¿O tendremos que esperar a que otro padre, otra madre que resulte atractivo a los medios vuelva a tener desgarrado el corazón?
“Estamos hasta la madre”, dijo Javier Sicilia en su muy conmovedor discurso tras la muerte de su hijo. México, espero que esta vez sea así.