La Primera Línea sigue estoica en las calles, con sus capuchas y escudos multicolores, defendiendo a la poblada de la brutalidad policial, de los sapos infiltrados, de la prensa vendida.
Quienes son
Fieros y autónomos, la mayoría son muchachos escolares y universitarios, jóvenes obreros, trabajadores con empleos precarios, numerosos desempleados, hijos y nietos de padres y abuelos que sobreviven con pensiones de hambre, abundantes mujeres con el coraje y la dignidad de ir al choque y mantener la llama de la libertad bien viva.
Son los que sobraron de un sistema clasista y excluyente. Diversidad pura. Gente simple. Juventud de la periferia. Muchachada de liceos emblemáticos. Estudiantes endeudados. Avanzada post marxista. Anarquismo de última generación. Feminismo combativo. Minorías humilladas. Perdedores radicales de Enzensberger. Un incontrolable Frankenstein que, en parte, esculpió el propio neoliberalismo a través de décadas naturalizando la ideología de la desigualdad.
Cada día se juegan el pellejo. Salvo la hermandad entre ellos construida en la lucha callejera, nadie los defiende. Nadie les paga, nadie los reconoce. Solo están ahí como la vanguardia de un estallido, la llama viva de una revolución que no debe apagarse sin haber conseguido algo concreto para el pueblo. Su lema principal: «Hasta que la dignidad se haga costumbre».
Primera Línea. No son narcos ni delincuentes. Son descontentos con conciencia de clase y convicciones profundas que tienen al gobierno de Piñera contra las cuerdas. Lo poco que se ha conseguido hasta ahora en este estallido social es gracias al miedo que ellos infunden en una clase política emburbujada e indolente.
Criminales o invisibles
Los grandes medios los atacan, los motejan de criminales, o los invisibilizan recreando para el resto del país una apariencia de normalidad que no es tal.
El gobierno los combate con pateaduras y armas químicas, lacrimógenas disparadas al rostro, balines a los ojos, carros que lanzan gases, y guanacos que escupen líquido con soda cáustica y gas pimienta.
Ellos solo cuentan con la fuerza de sus brazos para devolver piedras y adoquines, una que otra Molotov, abundantes resorteras y rayos láser con los que intentan confundir la puntería de los francotiradores policiales.
Hoy, a 67 días del comienzo del estallido, la Primera Línea sigue en las calles, plantándole cara al gobierno, escaramuceando a través de todo Chile, en Antofagasta, Santiago, San Antonio, Valparaíso, Concepción, Osorno, como un noble ejército de siluetas que devuelve a patadas las lacrimógenas policiales y baila y se ilumina con antorchas por las noches.
La única recompensa a sus proezas serán las condecoraciones en la memoria viva de tantas personas que se enorgullecen con su presencia. A estas alturas no queda duda que será una especie de guerrilla callejera muy larga. Que el antiguo orden nunca volverá a ser el mismo. Ellos irrumpieron para quedarse.
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