Un acto de barbarie tuvo lugar en El Salvador el pasado domingo 20 de junio, cuando un grupo de pandilleros detuvieron un microbús, mataron al motorista y al cobrador; dispararon contra los usuarios y en fracciones de segundos rociaron la Coaster-Toyota con gasolina y le prendieron fuego.
El hecho ocurrió en un vecindario pobre. Los habitantes del lugar –entrevistados por ContraPunto- dijeron que la mayoría de los habitantes del lugar al darse cuenta de lo sucedido, al escuchar cómo la gente gritaba desde el interior del microbús en llamas, prefirieron cerrar ventanas y puertas por el terror de que pronto la muerte llegara por ellos.
Hechos de esta naturaleza y alevosía sólo ocurrieron durante la guerra civil en masacres como la de “El Mozote”, en diciembre de 1981, cuando soldados encerraron por la fuerza, en el convento de la Iglesia, a todos los menores de edad del pueblo y los rociaron con lanzallamas. Luego ametrallaron a todos los adultos.
Salvando las distancias entre la lucha política de ayer y la violencia delincuencial de hoy, la “poca alma y humanidad” demostrada por los autores de tales crímenes no tiene ninguna diferencia. Pero las leyes vigentes impiden procesar los crímenes del pasado y ello ha generado impunidad, dicen los expertos como Benjamín Cuellar, director del Instituto de Derechos Humanos de la Universidad Centroamericana (IDHUCA).
Jeannette Aguilar, Directora del Instituto Universitario de Opinión Pública (IUDOP-UCA), una de las personas con más amplia experiencia en los temas de violencia de la posguerra, explica a ContraPunto los orígenes de la misma en El Salvador.
¿Cómo describiría la violencia de hoy en El Salvador?
Estas violencias del que El Salvador es víctima, surgen y se reproducen como consecuencia de factores de diferentes órdenes: social, económico, cultural, familiar, así como de orden político-institucional. En estos momentos también están presentes factores de tipo geopolítico, que tienen que ver con el narcotráfico y el crimen organizado trasnacional.
¿El orden social influye mucho?
La violencia se ha agudizado y han pasado 15 ó 20 años de discusiones y de debates sobre las responsabilidades penales de los jóvenes, pero vemos que las causas primigenias, las que las originan y reproducen, siguen siendo casi las mismas: el orden social. Vemos a estos jóvenes viviendo en exclusión, marginados de todo tipo de reinserción laboral digna, de inserción educativa. A su vez estos jóvenes vienen de dinámicas de violencia, con familias disfuncionales y violentas. Los padres no los proveen de valores positivos que todo menor necesita, sino todo lo contrario, son padres alcohólicos y maltratadores.
Se habla de un crecimiento urbano desordenado…
Sí, hay un crecimiento urbano desordenado, con precarios servicios básicos y esto abona a los escenarios de violencia. Por ejemplo, los jóvenes y los niños del país que viven en situaciones de exclusión social y vulnerabilidad, no tienen espacios para invertir su tiempo libre. No hay espacios para que desarrollen otras habilidades. En las escuelas no hay programas extratemporales. Esto empuja a los jóvenes a entrar en la dinámica que se vive en los barrios, en sus colonias, en su comunidad; al uso de drogas, al contacto y uso de armas.
¿Cómo afectan los hogares disfuncionales?
En muchos jóvenes influye el tema de la identidad porque ellos no tienen modelos positivos a seguir. Aunque exists el padre, éste es alcohólico, maltratador, ejerce violencia hacia su pareja e hijos… A su vez en la comunidad los modelos son negativos e incluso, actualmente, la sociedad misma brinda ejemplos negativos: las figuras públicas, los políticos, no tienen atributos de honestidad, no reflejan a una persona de bien. Los jóvenes conforman su identidad a partir de los modelos inmediatos que hay en su barrio o comunidad y estos son el vendedor de drogas, el pandillero y el traficante de armas.
Sobre la cultura de violencia histórica…
Existen factores de orden cultural. La violencia ha sido un elemento transversal en la historia salvadoreña. Existe una fuerte inclinación de los ciudadanos de resolver los problemas por vías violentas, existe poca cultura de recurrir a mecanismos alternativos para dirimir los conflictos y las diferencias que existen en cualquier relación humana.
¿Cómo está la atención a la niñez y juventud?
A nivel político institucional ha habido un abandono creciente de la atención a grupos vulnerables, en concreto la niñez y la juventud excluida. Eso se refleja en los bajos niveles de inversión social. El Salvador es el país con la tasa menor de inversión social en la Centroamérica, que es a su vez una zona en la que poco se invierte socialmente. Esto a la larga abona a un escenario de violencia y de criminalidad en la medida que profundiza la situación de exclusión social de estos grupos.
¿Cómo se debe abordar el tema de la violencia?
“Hasta ahora los gobiernos salvadoreños no han atendido de forma integral y comprensivamente el tema de la violencia, han recurrido a la práctica de medidas inmediatas, de corto plazo y sólo crean una falsa sensación de seguridad frente a la ciudadanía. Pero no abordan de manera sostenida los factores ni las raíces que generan este problema con acciones de mediano y de largo plazo. A nivel de la institucionalidad hay un debilitamiento fuerte sobre todo en instituciones de seguridad y de justicia. Hay una enorme desconfianza ciudadana en la policía, en la fiscalía y en el Órgano Judicial. Y en la práctica hay un elevado nivel de impunidad que se suma a estos factores de orden estructural para generar mayor proclividad al delito. Por ejemplo, de acuerdo a una investigación de hace unos tres años, se muestra que el 6 por ciento de los homicidios llegaban ser esclarecidos y terminaban con una condena absolutoria o condenatoria. Es decir que el restante 94 por ciento restante quedaba en impunidad”.
¿Y el papel de la impunidad como se refleja?
“La impunidad ha sido un elemento que ha atravesado la cultura de la violencia en la medida que manda un mensaje que aquí la ley no se aplica y demuestra que es cada vez más remoto que los responsable de cometer delitos sean sancionados. Esto funciona como un resorte que incentiva cadenas y ciclos de violencia a diferentes niveles”.