Como método generalizado de estudio, las condiciones actuales deben comprenderse en función de los procesos, resultados secuenciales y actualizados, además de los contextos que tienen lugar.
Prácticamente, desde inicios de los años cincuenta, más específicamente en Centroamérica, de forma paralela a los avances del planteamiento de desarrollo social y económico que surgían de Naciones Unidas –en específico de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe, CEPAL- la integración regional fue constituyéndose en una esperanza que era necesario alentar. Se trataba de incrementar las oportunidades para amplios sectores marginados en las sociedades latinoamericanas.
Estas aspiraciones se mantienen, continúan siendo válidas. Pero los desafíos presentan rasgos novedosos, inmersos como estamos en la cuarta globalización, tratando de superar -las esperanzas dan para todo- esta pandemia que aún está presente. En una primera época la integración se centró en la protección de empresas y manufacturas nacionales. Fue el tiempo de los procesos de industrialización con base en la substitución de importaciones (ISI). Luego el modelo fue cambiando. Vino la creencia en que el “mercado lo resuelve todo” en la embestida por restringir las instituciones y el Estado.
A partir de esto último, los procesos de integración fueron derivando en sistemas más abiertos, tal y como ahora, por ejemplo, lo plantea la Alianza del Pacífico. Esto contrasta con los antecedentes de integración de la Comunidad Andina de Naciones, la que surge del Acuerdo de Cartagena del 26 de mayo de 1969. Estos tratados más abiertos descansan con mayor énfasis en el desempeño de las grandes corporaciones, en tener un mínimo de institucionalidad y en general en el predominio neoliberal en política económica.
Los cuestionamientos a los esquemas tradicionales de la integración han sido recurrentes. Muchos de ellos han tenido fundamento en el burocratismo que se llegó a implantar. Existen aún instituciones que estuvieron llamadas a dar contenido a los acuerdos de integración, a desarrollarlos, a posibilitar la expansión y profundidad de los tratados, pero esos fines no se han alcanzado de conformidad con las expectativas.
Por una parte, actuó la política de abandono por parte de los países y por otra, se tuvo la poca capacidad mostrada por las aletargadas burocracias que allí se instalaron. El caso del Sistema Económico Latinoamericano (SELA) es representativo.
Ejemplo de burocratismo es posible observarlo en varias instituciones de integración. Una de las principales fallas es que los ciudadanos de a pie no perciben los beneficios. De allí que un arranque estratégico, por ejemplo, de lo que hoy es la Unión Europea, fue con la constitución de la Comunidad del Acero y el Carbón. Se trataba de que los europeos percibieran el beneficio desde un inicio, respecto al desarrollo del proceso de integración. Véanse al respecto, los planteamientos del canciller francés Robert Schuman (1886-1963) en la propuesta lanzada el 9 de mayo de 1950.
Los postulados de la integración regional como medio para mejora en la calidad de vida en las sociedades deben enfrentar ahora, nuevas condiciones globales, en un mundo con mayor complejidad, multipolaridad e interconexión. Con base en datos y documentación que recientemente ha dado a conocer la organización CLACSO, serían tres los principales factores a encarar por la región en la nueva dinámica mundial.
Por una parte, como primer factor, las condiciones de inserción de la región en los circuitos mundiales, muestra la fragilidad y la poca sostenibilidad de los ingresos por exportaciones. Ya ha quedado atrás la década de altos precios de materias primas, condición que se impuso en el período 2003-2014.
Ahora la tendencia es que las monedas se devalúan, las importaciones se encarecen y con ello se tiende a “importar inflación”.
Las instituciones, ahora que se requiere de apoyos provenientes de políticas contra-cíclicas, tienen menos recursos. Se han achicado siguiendo los dictámenes del más tradicional neoclasicismo en economía. Esta es otra diferencia entre países desarrollados y no desarrollados. En los primeros, el andamiaje institucional hace que las crisis tengan en general menos duración y que sus efectos se amortigüen más eficazmente.
Un segundo factor lo constituye la conformación de un mundo en el cual surgen potencias que disputan la supremacía de lo que fue un escenario prácticamente unipolar, luego de la implosión de la ex-Unión Soviética en diciembre de 1991. Los dividendos de la paz en el escenario mundial no fueron mucho más allá de espejismos y buenos deseos.
Sin embargo, la presencia y mayor protagonismo de China, en especial, aunque también actúan Rusia e India, están copando el espacio que deja Washington. Se trata de algo paradójico. Estados Unidos que se ha beneficiado de una globalización, que provocó un ritmo importante de crecimiento del comercio mundial, ahora se retrae del papel dirigente. Ante ello, Pekín avanza en su posicionamiento estratégico en el ámbito internacional.
Finalmente, un tercer factor: cambios políticos en Latinoamérica. En el ya referido período de 2003 a 2013, los precios altos de las materias primas en la exportación permitieron el avance de regímenes, desde el populismo desquiciador de lo militar-chavista en Venezuela, hasta posiciones más conservadoras, populismos de ineptitudes que desembocaron en el actual Brasil de Bolsonaro: tragicomedias y oportunidades que naufragan en demagogia.
Por ahora las condiciones de una eficaz integración regional están debilitadas. Se perdió la oportunidad de una mejor y operativa coordinación sostenible entre las naciones durante las primeras dos décadas del Siglo XXI. El liderazgo de la región parece seguir apostando por una dispersión que debilita aún más, el desteñido posicionamiento conjunto de América Latina y el Caribe.