Los días comprendidos desde el lunes 12 hasta el jueves 15 de julio de este 2021 han sido particularmente tirantes para las delegaciones de los países que conforman el Tratado del Mercado Común del Sur (Mercosur, también llamados países del Tratado de Asunción).
Lo que tuvo lugar fue una reunión de cancilleres de los cuatro principales países del bloque: Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay.
Desde hace más de seis meses el contexto interno del Mercosur se viene tensando por posiciones antagónicas alrededor de las negociaciones con terceros países. La situación particular es que los gobiernos de Uruguay y Brasil abogan por que cada nación pueda negociar por separado en términos de nexos comerciales y financieros.
Por otra parte, está la perspectiva del actual gobierno de Argentina que se inclina por dar vigencia al Tratado de Asunción, según el cual, los países miembros deben lograr consensos, y a partir de allí, negociar colectivamente.
Es evidente. Los criterios de Argentina tratan de estar más acorde al espíritu del documento firmado el 26 de marzo de 1991, día de la constitución del Mercosur. Estas declaraciones, por supuesto, en medio de las actuales condiciones políticas y de polarización exacerbada, han sido percibidas como antagónicas, en especial en medios oficiales de Brasil y Uruguay. Como parte de los eventos, se percibe como poco activa la posición de Paraguay.
En todo caso, los países pequeños del grupo están más supeditados a las orientaciones de los países grandes. Uruguay y Paraguay tienen sus mercados naturales en Brasil -la más grande economía de Latinoamérica, con un 44% por ciento del producto interno bruto, PIB, regional- y Argentina -la tercera economía de la región en relación con el tamaño de su PIB, tan sólo superada por el vecino gigante y por México.
El presidente argentino Alberto Fernández enfatizó que la delegación de su país -en cuanto a las medidas operativas de Mercosur- “debe mantener una integración regional más fortalecida … de esa manera estaremos en mejores condiciones para producir, comerciar, negociar y competir”. Agregó que “el consenso es la columna vertebral constitutiva del Mercosur…no podemos resignarnos a perder este principio”.
Estos entresijos de las negociaciones entre países latinoamericanos me recuerdan el contenido del libro “Los Esfuerzos de Sísifo: Integración Económica en América Latina y el Caribe”, obra publicada en primera edición en 1994, con autoría del profesor universitario español, Jordi Vilaseca.
En esa publicación se exponen ires y venires en los programas y proyectos en pro de la integración regional, con procesos que muchas veces son avances, pero que también redundan en eventos desalentadores.
Véase, por ejemplo, a manera de ilustración sobre integración latinoamericana, que desde inicios de los años sesenta, en un caso análogo, el Mercado Común Centroamericano tenía ya una moneda común en las transacciones de los países miembros, el Peso Centroamericano.
Se trataba de una moneda de conversión para intercambios; algo que, entre otras consideraciones, evitaba las “competencias de devaluación monetaria”.
Se alcanzaba esa meta secuencial de la integración -moneda común- cuarenta años antes de que Europa implementara el Euro. Por supuesto que el Euro tiene mayor cobertura y es una moneda de transacción también en los mercados internos. Se hab[ia logrado un gran. Andando el tiempo, se incumplieron acuerdos y se diluyó mucho de lo alcanzado.
¿Qué queda del Mercado Común Centroamericano? Poco. Ahora existe el Sistema de Integración Centroamericano (SICA) que involucra también a la República Dominicana. Se siguen teniendo reuniones internacionales por parte de este grupo. Hay discursos; discursos y cocteles. Reuniones en donde se siguen estrictos protocolos. Actividades condimentadas de banalidad efímera, aunque siempre entretenida.
De nuevo, el gobierno actual de Uruguay y la delegación que envía Bolsonaro desde Brasilia se inclinan por negociar de manera unilateral; cada país por su propia cuenta. Algo que constituye, indudablemente, un golpe a la línea de flotación del Mercosur.
Se atribuye al Premio Nobel de Literatura 1947, el francés André Gide (1869-1951) la frase: “Todo ya está dicho, pero como nadie escucha es necesario repetirlo cada mañana”. Sí, un poco exagerada y dramática la expresión, un poco lapidaria. Pero en el fondo, cierta.
Las ventajas fundamentales de los tratados de integración son:
- mayor poder de negociación a partir de los consensos entre países miembros
- posibilidad de aumento de la demanda efectiva en los mercados internos
- mayor competitividad mediante la inversión y reinversión en las economías reales de los países y
- mayores posibilidades de aprovechar -para las empresas- las ventajas de las economías de escala.
Un dato adicional: sí las economías de América Latina estuviesen al menos coordinadas, si tuviesen una posición común, negociarían basándose en un tamaño de economía total equivalente al de Alemania. Seríamos la cuarta o quinta economía del mundo, un actor de clase mundial. Todo un continente, desde el Río Bravo hasta la Patagonia, con un canal interoceánico y un gran pulmón para el mundo: la selva amazónica.
Es lamentable este debilitamiento operativo de Mercosur. Es la piedra que cae de la montaña, confirmando la maldición de vida para Sísifo.
Argentina lo plantea acertadamente: “Negociando cada uno por su lado, sólo alimentaremos el espejismo de una vana prosperidad. Lo reafirmamos, nadie se salva sólo. Un Mercosur de corazón solidario es la nave insignia de la estrategia de integración”.