Nadie puede negar la abrumadora aprobación que tiene el Presidente de El Salvador Nayib Bukele. Eso le daría legitimidad formal y de contenido a la reelección que recientemente estrena. Por otro lado, otros hechos en su conjunto, incluso pasarían desapercibidos dado el tamaño del país y de las escasas posibilidades de que los acontecimientos pudieran llegar a tener repercusiones en otras naciones latinoamericanas. En todo esto, la situación es interesante porque demuestra –desde su particular contexto- lo que puede desembocar en una crisis de legitimidad, de control del Estado, de enfrentamiento a la violencia y de burocracia política.
Entre ejercicio del poder y el autoritarismo
Precisamente se trata de temas que sí son generalizables a otros países latinoamericanos, ya sean estos, México, Brasil, Venezuela -sobre todo ahora de manera actualizada- y Ecuador. Son las condiciones del ejercicio del poder no sólo dentro de marcos legales, sino en particular, buscando alcanzar la legitimidad concreta o real de los gobiernos, tal y como lo expone Jürgen Habermas (1929-) en su obra “Crisis de Legitimidad”, publicada por primera vez en 1973.
Los temores se centran en los riesgos del autoritarismo. El domingo 9 de febrero de 2020, como lo reportara EFE y Bloomberg, el Presidente Bukele, irrumpió –acompañado de militares- en el Congreso de ese país. Lo que estaba tratando de lograr, era que los diputados le aprobaran un préstamo de 109 millones de dólares destinados a implementar el Plan de Control Territorial. Una iniciativa que busca enfrentar a las “maras” o pandillas, así como al crimen organizado de manera más general, y la criminalidad común que azota El Salvador.
En el momento de la llegada del presidente sólo se encontraban presentes en el recinto parlamentario, 20 de los 84 diputados, situación que obligó a posponer la sesión y con ello la votación sobre el pedido del Ejecutivo. Era evidente que la estrategia del Presidente Bukele era presionar a los legisladores. En las afueras, la multitud que se había congregado, gritaba “!insurrección, insurrección!”. El presidente acusó en ese entonces a los legisladores de incumplir con los mandatos constitucionales y que bien podría invocar el Artículo 87 de la Constitución política, que le da al pueblo el derecho de insurrección.
Un ‘outsider’ desafiando las políticas tradicionales
Es claro que hoy continúa, con diferentes matices, cierto choque entre los poderes Ejecutivo y Legislativo del país. Ahora, con la reelección el mandatario tiene mayoría en los tres poderes y eso partió del hecho de que fue electo como la esperanza de un “outsider”, de alguien de fuera de la política tradicional. En estos casos, como ha sido tradicional -tanto en la región latinoamericana y como en otros países- pesa más el beneficio de la duda que la experiencia del mandatario que se elige.
En el fondo lo que desea Bukele es enfrentar las condiciones de violencia endémica del país. Y en esto, con toda la polémica de los Derechos Humanos, ha tenido resultados que son valorados por la sociedad. Las “maras” o pandillas tradicionalmente han tenido prácticamente secuestradas muchas regiones de esa nación, se les tenía sin un funcionar mínimo-aceptable.
Se hace notorio, y esto es absolutamente vital en la realidad salvadoreña, el lastre que constituye el desprestigio de la clase política tradicional, lo llevan los diputados, los que en su mayor parte pertenecen a las agrupaciones del FMLN (izquierda) y lo que ha quedado de la colectividad ARENA (derecha).
Retos estructurales de las economías latinoamericanas
Es cierto que muchos de los problemas en la economía salvadoreña se deben a los procesos de “re-primarización”. Es decir a la vuelta a la producción de bienes de muy poco valor agregado, asociados a los sectores primarios o extractivos de la economía –agricultura, pesca, minería, silvicultura, producción animal. Este es un problema estructural en Latinoamérica.
Como se sabe, un portafolio exportador basado en esos productos es algo que viene prácticamente desde los tiempos de la Colonia. Es decir no hay mayor estímulo por elevar los niveles de vida de los sectores mayoritarios, a la vez que los niveles de inequidad parecer ser imparables. Es un rasgo que puede generalizarse a los restantes países latinoamericanos.
Muchos de los retos de los gobiernos es mantener el crecimiento económico pero a la vez hacer que ese crecimiento se transforme en desarrollo económico y social. Y para ello dos de los vínculos más importantes son, tanto el empleo como los niveles de emprendimiento e innovación que se tengan en la sociedad.
No obstante, ahora con la exportación de bienes sin mayor valor agregado, con los precios bajos de esos productos y sin mayores perspectivas de competitividad, los países latinoamericanos ven comprometidas sus esperanzas de una mejora generalizada en la calidad de vida de sus pobladores.
La lucha frontal contra el crimen y el apoyo popular
Mientras el parlamento salvadoreño puede apelar con estrecho margen, a la legitimidad formal, la de las urnas, en los ejercicios de votación, que no dejan de convertirse en concursos de popularidad, en medio de las condiciones de pobreza e ignorancia de muchos sectores, el presidente de ese país, trata de establecer una lucha frontal contra el crimen tanto común como organizado. Con la reelección, el mandatario ha ganado contundentemente.
Bukele sabe que la población le apoya. De otra manera y contra todos los pronósticos, no hubiese sido capaz de hacerse con la primera magistratura de la nación. Ante ello, trata de desgastar más -si eso aún es posible- a los opositores.
Bukele continúa la senda que inició cuando –en contraste total con lo ocurrido en Guatemala- él mismo solicitó a organismos internacionales, la instalación de la Comisión Internacional Contra la Impunidad en El Salvador (CICIES). Nuevos días traerán nuevas luces y realidades. Mientras tanto, se esperaría siempre que El Salvador se encamine por senderos de democracia, oportunidades y desarrollo. Los riesgos están latentes.