La Esterilidad se opone a la Navidad en algún lugar del universo lingüístico.
Las fiestas decembrinas nos transportan irremediablemente a un escenario de gran aflicción, porque para que sobreviva Uno en el Portal de Belén tiene que quedar infecundo el resto.
El personaje más vapuleado de la historia de Belén es sin duda San José. Nadie le va a felicitar por tener un hijo. ¿En qué lugar de la órbita de las clasificaciones sexuales queda José? No le admitirían en ningún club LGTBI, y tampoco se le permite yacer con su compañera. Recuerden la valla publicitaria de hace unos años en Nueva Zelanda que produjo gran escándalo por aparecer José en la cama con su esposa. Muchos lo veían irreverente.
En cierto sentido, la experiencia de José va en paralelo a la del pícaro Lázaro de Tormes, satisfecho de ver a su esposa amancebada con el arcipreste. La diferencia es que a José no le produce ningún ascenso social. El que la esposa de uno fuese estrenada por su “señor” aparece en el medievo en forma de “derecho de pernada”, que podía en según qué casos aceptarse hasta con honor.
No tenemos información de que se consultase con José su paternidad. La Virgen acepta su designio: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”, le responde al ángel.
La fecundación es tema tabú en el Portal de Belén. La de la virgen María es materia de Fe, un tipo de secreto de estado basado en la creencia. Un Credo. El ángel anunciador, por su parte, carece de sexualidad por su diseño. El sexo de los ángeles ha sido y es materia reservada: es discusión bizantina que solo sirve para perder el tiempo dejando asuntos importantes sin resolver.
La mula y el buey son artificio de bioingeniería. Prueba de ello es que las mulas son estériles, y los bueyes, resultado de una emasculación. La castración ha dado grandes cantantes, acuérdense de Farinelli. En el caso de los “bueyes”, que no cantan, mugirán “sopranamente”. Fray Gerundio de Campazas alias Zotes alude a sus beneficios.
La fecundidad de la Virgen, sin pecado concebida, está tasada en los Evangelios canónicos: Una y no más, Santo Tomás. La misoginia ha rodeado tradicionalmente el Pesebre. No hay mujeres, salvo la Virgen, solo un pastor con la oveja al hombro.
Del resto del decorado poco hay que decir. La estrella es el GPS; los Magos en camello: con oro, incienso y mirra. ¿Y el Niño? Su protagonismo en la Navidad se lo robó un gordito vestido de rojo; o un Grinch (How the Grinch Stole Christmas, Dr. Seuss 1957), o cualquier cosa con la que se mercadee.