Si hay un común denominador en las pocas semanas del segundo gobierno de Donald Trump iniciado el 20 de enero es la sensación de incertidumbre y confusión que sus decisiones siembran.
No solo por el carácter generalmente inexplicable y cada vez más errático de sus proclamaciones y pomposas ceremonias de decreto de documentos con una firma cada vez más voluminosa.
No solo porque una y otra vez Donald Trump está atacando a sus críticos pero también castigando a sus aliados, tanto dentro como fuera del país.
Ni tampoco porque detrás de sus acciones no parece haber otro prpopósito que la estrucción de las instituciones nacionales y la permanencia en el poder.
Sino porque lo que un día promulga con bombos y platillos y una prensa cautiva cada vez más acrítica e innoble, lo cancela al otro día con las mismas declaraciones, solo que al revés.
Es una serie inexplicable de decisiones, incapaces de aclarar la lógica de este gobierno, al que caracteriza su insistencia en destruir e incapacidad de construir.
Si bien esta descripción se amolda a casi todo lo que Trump y la gente que lastimosamente eligió para regir los destinos del país hacen, es profundamente cierto en el tema de la imposición de aranceles contra México, Canadá y China.
Se supone que los gobiernos existen para beneficiar a los residentes de los países que controlan. Esto es lo que los votantes que dieron la victoria electoral a Trump en noviembre pasado creían fervientemente. Es lo que él a lo largo de cientos de mítines y miles de publicaciones en redes sociales repitió. De hecho, estableció un paralelo entre su persona y el estado, como si fuese un rey.
En una reciente discusión con una gobernadora demócrata, captada por las cámaras, Trump la conminó a obedecer sus órdenes; ella contestó que obedecía las leyes estatales y federales, a lo que Trump la interrumpió diciendo “Yo soy… nosotros somos las leyes federales, así que te recomiendo que nos obedezcas”.
Durante una entrevista por Fox News con María Bartiromo, una aliada a quien acaba de nombrar miembro del directorio del centro de cultura Kennedy, Trump volvió a contradecirse en el tema de los aranceles, a pesar de lo cual pudo aclarar un punto esencial:
La decisión sin son de imponer aranceles del 25% a productos importados podrían – además de ser calamitosos para Canadá y México, entre los más cercanos aliados de Estados Unidos – desatar una economía de recesión, aquí, en 2025, reconoció Trump. “Hay un período de transición porque lo que estamos haciendo es muy grande”, explicó
En su último informe, la Junta de Conferencias (Conference Board), una institución no partidista y sin fines de lucro que ofrece información sobre los indicadores económicos, señaló que la expectativa de rescisión subió a un punto máximo en el último año, y aumentan los pronósticos sobre el advenimiento de una crisis que, de declararse, el gobierno culpará a la administración anterior o directamente negará su existencia.
La tragedia en esta cuestión como en otras que rodean al magnate no es solo su razonamiento injustificable, sino que no existe a su alrededor quien lo detenga y que, por el contrario, su entorno lo defiende y repite sus extraños argumentos.
Más que cualquier otra, la decisión de imponer aranceles atenta contra la economía estadounidense y el bolsillo de los consumidores y es perfectamente capaz de desatar la recesión.
No por nada el mismo Trump cambió varias veces de idea, postergó su implementación y volvió a esgrimir los mismos falsos argumentos, porque es incapaz de reconocer un error. Lamentablemente, no hay en su círculo quien lo convenza de echarse atrás.