Ser maricón en Chile escapa habitualmente a la connotación homofóbica del vocablo.
Por ejemplo, ser maricón en Chile involucra, adherirse a las tradiciones patrias, como besarle el culo a las fuerzas armadas con adjetivos gloriosos, rendirle pleitesía al obispado, acuchillar por la espalda al amigo, aserrucharle el piso al que ascendió un escalón, confiar en la operatividad de las instituciones republicanas o atribuirle imparcialidad a la justicia.
Ser maricón conlleva también el ser culturalmente rastrero, ignorante, inseguro, hipócrita, sobrevalorador del blanquicentrismo, misógino, apocado, racista, socialmente indolente, homofóbico y legitimador zalamero de la perpetuación oligárquica.]
Un maricón chileno puede estar en cualquier parte, puede barrer la calle, instruir gerentes o dirigir la nación.
Cuando se siente tocado, no ataca de frente, sino a la maleta, como anónimo, como un cobarde, como el maricón que es.
En definitiva, ser maricón en Chile es ser vaca (con el perdón de los pacíficos rumiantes).
Por consiguiente, ser muy vaca es ser requetecontramaricón.
Es posible atribuir incluso la condición pleonásmica de maricón y vaca a un representante muy destacado.
Las acciones reiteradas de estos multitudinarios personajes nos obligan a desplegar sin descanso el verbo mariconear en todos sus modos.