I
Ante mí
el pueblo idealizado, paralizado, estático.
Congelado en mi mente,
sólo en mi mente,
para que no se desgaste,
para que los Alisios no lo carcoman,
para que no se escape con la lluvia.
Ante mí, mi pueblo,
carcomido por la historia,
despellejado por los Alisios,
desgastado por su gente,
descongelado ante la realidad,
atrapado en un cuento fantasmagórico
que no termina.
Suspendido en un tiempo de paredes rotas,
de calles destrozadas,
de hogares enfermos de tristeza
ante el abandono,
Ante mí,
mi pueblo hundiéndose en la historia,
detenido ante el avance global,
retrocediendo a cada segundo que pasa,
acunando sólo la esperanza por divisa.
Ante mí, mi pueblo:
¡Mísera tristeza de un presente!
***
III
He vuelto a mi cuadra
con sus casas soñolientas
por el bochorno del verano
y sus techos de tejas enmohecidas, negras,
quebradas por los años,
el clima tropical,
el inclemente sol,
las pedradas de los chicos…
He regresado y todo es diferente.
Como si a nadie le importara cómo vive,
ni dónde vive,
ni por qué vive.
Observo, detenidamente, la que era mi cuadra.
Todo ha cambiado:
edificios, calles, fachadas, gente…
y el olor a rosas, jazmines, almácigos,
cedros, eucaliptos, ciruelos,
naranjos, mangos, tamarindos,
guayabos, azucenas, mariposas…
se ha opacado,
ante el vaho de supervivencia
que domina el ambiente.
***
IV
Mi casa natal ya no es mi casa;
pero siempre será mi casa.
Hace largo tiempo que no ando por sus pasillos,
ni me deleita el aroma a café
recién hecho
a las tres de la tarde,
ni observo al gato Cuso asolearse al pie de la ventana,
ni saboreo el trozo de pan de agua,
relleno con azúcar morena,
al regreso de la escuela,
ni hago las tareas
al pie de la máquina
donde mi madre bordaba canastillas
mientras los dos escuchábamos las novelas al mediodía,
ni siquiera mis padres viven ya allí;
pero esa siempre será mi casa;
aunque ya no se parezca a ella;
aunque hayan tumbado sus barandas,
hayan cerrado la ventana grande
y ya no esté la reja alta,
de balaustres gruesos, blancos y redondos;
aunque hayan eliminado la teja de cristal
que permitía a la Luna
acostarse a mi lado
mi casa natal siempre será mi casa;
aunque ya no estén la buena de Tata,
ni la negra Alejandra
para cuidar de mis sueños y mis espaldas;
aunque ya a nadie le importe
el hambre de su vecino,
la enfermedad de algún chico
o la castidad de la nueva vecina;
aunque ya nadie lleve la cuenta a la recién casada
y sólo piensen en subsistir
mi casa natal siempre será mi casa.
***
V
La calle sube la escalera.
Veintiocho escalones que conducen
a los barrios “El Copey” y “La Sabana.”
Suspiros de monjitas en “La Quinta.”
Cavilaciones de un juez que ya no ejerce.
Arboledas de mango, guayabo, tamarindo.
Maravillas rojas, anaranjadas, blancas,
convertidas en collares tropicales
que las niñas agradecen con un beso.
La calle se empina en la escalera.
Almácigos, caobas, cedros, robles,
cercas de piedra, marañón, cardo santo,
escoltan el sendero enrojecido
que se funde en el azul de la colina.
Calle de juegos y amores escondidos
entre arbustos, troncos, matorrales,
escalones, muros, puertas, ventanas…
La calle que sube la escalera
atesora buena parte de mi alma.
XVI
Caras redondas, caras alargadas,
caras cuadradas.
Mandíbulas perfectas, mandíbulas salientes,
mandíbulas barbadas.
Bigotes grandes, bigotes recortados,
bigotes enormes.
Rostros negros, rostros blancos,
rostros mestizos.
Rostros, rostros, más rostros…
Ninguno conocido.
¿Adónde han ido todos?
¿Qué se ha hecho de mi gente?
¿Dónde están mis amigos?
Rostros serios, rostros tensos,
rostros hipócritas,
rostros cínicos, rostros enfermos…
Rostros, rostros, más rostros…
Ninguno amigo.
***
XVII
Quien fuera mi novia quiere hablarme.
Se asoma tímida, huidiza.
Sólo recuerdos de quien fue persisten.
Rizos dorados, que caían en bucles,
perdiéndose tras la enorme puerta:
preciosa niña.
Cuerpo esbelto de pujantes senos:
bella joven.
Formidable hembra de formas perfectas
y sonrisa fácil: hermosa mujer.
Mi orgullo de entonces quiere hablarme.
Ajada, triste, con paso lento y cansino,
como si cargara todos los años transcurridos,
se acerca:
— Cuentan que estás muy bien, dice y sonríe.
Luego baja la cabeza y mira largo al suelo.
Sé que ha perdido un hijo en las guerras de África.
Sé que tiene un hijo preso, por rebelde.
— Sabes – dice -. Mi hija, la menor,
vive cerca de tu casa. ¡Ayúdala!
Quien fuera mi novia se esfuma en la tarde.
***
XX
Epílogo
Yo no sé cuánto durará la pleamar
o si la resaca se perpetuará en la historia
ni hasta cuándo el cieno, el miasma, la podredumbre,
continuarán hediendo a marisma podrida,
¡no lo sé!
Ignoro si la inmundicia ha dejado algo de valor
sobre la tierra
y me niego a atracar mi barca en la vieja caleta
para sólo hallar desilusión y amargura.
¡Pobre risco desterrado!
Errante sopor de un largo sueño
de almas perdidas en aguas estancadas
ante el monocorde chirriar de la cigarra.
Tal vez tarde en volver a mi caleta.
¡Quizás nunca vuelva!
Pero si regreso quiero oír rugir el mar abiertamente,
llenar mis pulmones de salitre puro,
escuchar el canto libre de mi gente
mezclado con los versos del poeta,
sin que el miedo les atasque la garganta.
***
***
Imágenes: «Palomonte«.
el pueblo idealizado, paralizado, estático.
Congelado en mi mente,
sólo en mi mente,
para que no se desgaste,
para que los Alisios no lo carcoman,
para que no se escape con la lluvia.
Ante mí, mi pueblo,
carcomido por la historia,
despellejado por los Alisios,
desgastado por su gente,
descongelado ante la realidad,
atrapado en un cuento fantasmagórico
que no termina.
Suspendido en un tiempo de paredes rotas,
de calles destrozadas,
de hogares enfermos de tristeza
ante el abandono,
Ante mí,
mi pueblo hundiéndose en la historia,
detenido ante el avance global,
retrocediendo a cada segundo que pasa,
acunando sólo la esperanza por divisa.
Ante mí, mi pueblo:
¡Mísera tristeza de un presente!