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Virgilio González, por amor a las letras

Virgilio González / Eileen Truax

Nos conocimos cuando viajé a la ciudad de Oxnard, a una hora de Los Ángeles para escribir su historia: Virgilio recibía ese día su certificado de primaria gracias a los cursos de alfabetización impartidos por la organización Hermandad Mexicana en coordinación con el Consulado de México.

Era noviembre de 2009; yo era reportera para el diario La Opinión, y él era un hombre de 46 años que había llegado a Estados Unidos años atrás, sin saber leer. Nos conocimos cuando viajé a la ciudad de Oxnard, a una hora de Los Ángeles para escribir su historia: Virgilio recibía ese día su certificado de primaria gracias a los cursos de alfabetización impartidos por la organización Hermandad Mexicana en coordinación con el Consulado de México.

Conocí a Virgilio González en su casa, una vivienda de tres habitaciones que compartía con otras personas. A pesar de los años que han transcurrido desde entonces, recuerdo claramente algunos detalles de nuestro encuentro. Virgilio, delgado, moreno, pelo negro rizado, largo y cuidado, anteojos y sonrisa amplia, me recibió con un apretón de manos y un saludo de voz bajita y tranquila. Me hizo pasar a su habitación, el único espacio de la casa en donde podíamos tener privacidad para conversar; afuera había un ruido incesante de los broches metálicos de prendas de vestir girando y azotándose en una secadora de ropa.

La atmósfera en la habitación de Virgilio era cálida: una cama individual, algunos objetos personales, un escritorio alumbrado por una lamparita, y sobre él libros, muchos libros, la mayoría con el sello de la biblioteca pública de Oxnard. Nos sentamos a conversar y me contó su historia personal, de la cual recuerdo apenas algunos fragmentos: salió muy joven de México, en donde dejó de estudiar a temprana edad, y vino a vivir a California, a trabajar, a buscar una vida mejor. Sin embargo el hecho de haber abandonado los estudios antes de aprender a leer, terminó por hacerlo sentir limitado.

«No me sentía seguro de mí mismo; me faltaba algo», recuerdo claramente que me dijo.

Virgilio se enteró de que iniciarían unos cursos de alfabetización en las instalaciones de Hermandad Mexicana en Oxnard. Este proyecto surgió cuando las activistas de la organización, encabezada por Alicia Flores, descubrieron que al iniciar trámites migratorios con las personas que solicitaban sus servicios, en ocasiones éstas no podían completar los formularios oficiales. Algunos de estos hombres y mujeres se inscribieron en los cursos sólo para eso: ser capaces de escribir su nombre.

En el caso de Virgilio, su motivación era el deseo de leer. Cuando conversamos me dijo que sus libros favoritos eran los de Julio Cortázar. «Son muy difíciles de entender esos libros, pero me gustan», reconoció un poco intimidado. «Es una de las cosas por las que decidí ir a la escuela, para entender los libros».

Al finalizar nuestra conversación acompañé a Virgilio a la ceremonia de entrega de su certificado, hice la nota para mi diario, y volví a Los Ángeles. En los años posteriores alguna vez recordé esta historia, una de las cientos que un reportero que trabaja en un diario cubre cada año y que en ocasiones se diluyen y desaparecen. Sólo que algunas, de pronto regresan.

Hace un año y medio dejé de trabajar en La Opinión y empecé a escribir mi primer libro: Dreamers, la lucha de una generación por su sueño americano. Tuve la fortuna de presentarlo el sábado 18 de mayo en la Feria del Libro en Español (LéaLA), y para promocionar este evento, compartí la información en mi página de Facebook. Podrá el lector imaginar mi sorpresa cuando, revisando los mensajes que algunas personas me enviaron a través de ese medio, encontré el siguiente:

«Hola Eileen, espero que se encuentre bien, reciba mis más sinceros saludos… la llevo en mi corazón, nunca olvidare mi primera entrevista… Usted viajo de los Ángeles a Oxnard para entrevistarme, desde entonces han pasado muchas cosas, he estado en radio, en televisión; he publicado dos libros de poemas, usted me dio como vulgarmente se dice mi patadita para entrar en este mundo de la literatura.
Bendito Dios por encontrar personas tan lindas en mi camino
Virgilio González»

Casi lloro de la emoción. Inmediatamente le respondí, ¿cómo no recordarlo? Intercambiamos un mensaje más y lo invité a encontrarnos, justamente, en la feria del los libros en español, esos que Virgilio ama tanto.

Durante la presentación de mi primer libro, el mismo hombre de anteojos y sonrisa amplia al que vi recibir su certificado de primaria hace cuatro años, me dio un abrazo y me entregó una copia de su segundo libro de poemas: Orquídeas Negras. Y yo pensé que pocas veces encontraré en otra historia un amor tan grande como el que siente Virgilio por las letras.

Nota del editor

Trece años atrás, mi amiga Eileen Truax ya había dejado su puesto de reportera de noticias en La Opinión y yo el mío como uno de los editores a su servicio en la sección. Ella trabajaba para medios mexicanos, producía documentales e iba escribiendo sus libros. Y yo era el editor del Huffington Post Voces, la sección latina de aquel sitio noticioso, y afortunadamente Eileen aceptó mi oferta de publicar una columna en el HuffPost.

La llamó «Si muero lejos de tí», un nombre que de una manera desgarradora describe la ansiedad de quienes hemos tenido una vida completa allí de donde vinimos. Y el dolor porque el objeto del amor está, sí, lejos. Al mismo tiempo plantea un condicional: quién dijo que todo está perdido. Y revela una de las alternativas del futuro.

Fue en mayo de 2013. Se publicaron doce o trece. Al año siguiente, yo regresaba a La Opinión como su director editorial. 

Eileen, ahora en otro exilio, sigue escribiendo, publicando, enseñando, desarrollándose y desarrollando a otros. Me enorgullece. De casualidad resurgieron esas columnas. Recordemos: gran parte del material que publicamos en internet desaparece porque sí, sin que nos demos cuenta. Las publicaciones fenecen, los sistemas se derrumban, los servidores son caros.

Pero estos textos son demasiado valiosos como para dejarlos ir con el viento del tiempo. Es por eso que HispanicLA vuelve a publicar las columnas de «Si muero lejos de tí», tal como aparecieron hace 11 años. Describen, empotrada en el tiempo, la realidad de esos días no tan lejanos. El lector decidirá si, desde entonces, ha cambiado.

Gabriel Lerner

 

Autor

  • Eileen Truax

    Periodista mexicana con más de 25 años de trayectoria. Inició su carrera en México y en 2004 se mudó a Estados Unidos, donde durante 18 años se especializó en la cobertura de migración y política. Su trabajo se ha publicado en medios como The Washington Post, Vice, El Universal (México), Proceso, El Faro, Gatopardo y 5W, entre otros. Ha cubierto cuatro elecciones presidenciales en Estados Unidos y ha publicado tres libros periodísticos con ediciones en inglés y español: Dreamers, la lucha de una generación por su sueño americano; _Mexicanos al grito de Trump. Historias de triunfo y resistencia en Estados Unidos; y El muro que ya existe. Las puertas cerradas de Estados Unidos. Sus textos se han incluido en otros ocho libros colectivos, y es editora de Una Lucha Compartida, un texto biográfico sobre la activista feminista Lucha Castro. Eileen es directora de contenido del Congreso Internacional de Periodismo de Migraciones, que se celebra anualmente en España. Ha impartido talleres y conferencias en más de 30 universidades en América Latina, Estados Unidos y España, y para entidades como la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), DW Akademie, Thomson Foundation y European Press Prize. Es fellow del programa Knight-Wallace for Journalists de la Universidad de Michigan (2019-20), y miembro vitalicio de la Asociación Nacional de Periodistas Hispanos de Estados Unidos (NAHJ). Actualmente vive en Barcelona, donde imparte clases en el Máster de Periodismo Literario y en el programa StudyAbroad de la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB)./

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