Quien en cualquier lugar del mundo mencione a Alfredo Le Pera necesariamente recordará a Carlos Gardel. Es un binomio que en condición de autoría resulta indisociable. Resplandeció su estrella en los tiempos en que colaboró con el cantante, primer lustro de la década de 1930. Tenía diez años menos que él. Tal vez la creación musical de Gardel predomine sobre la letra en temas como Por una cabeza que hoy abunda en el repertorio de formaciones instrumentales donde destacan las cuerdas, acompañadas de piano y algún viento. Pero al evocar canciones emblemáticas siempre nos viene a cuento aquello de “compuestas por Gardel y Le Pera”. Así pasarán por nuestra conciencia El día que me quieras, Volver, Arrabal amargo, Silencio, Melodía de arrabal, Cuesta abajo, Golondrinas y otras tantas pertenecientes al acervo universal ya.
En efecto, el letrista y guionista de Gardel, trajo un aire que resume anteriores mundos del tango en la búsqueda por proyectarlo hacia ámbitos de relevancia internacional. Nació en Brasil, en viaje de negocios de sus padres que, retornados a Buenos Aires, lo inscribieron como oriundo de esa ciudad. Cursó estudios, primarios y secundarios, donde ya despuntaron sus acendrados intereses por la literatura. Tuvo de profesor al dramaturgo y crítico teatral Vicente Martínez Cuitiño para cuya cátedra escribió un alentador ensayo sobre literatura española. También se interesó por la música a través de cursos de piano que, tras ciertos progresos, abandonó. Sus padres, en lugar de artista lo quisieron médico, por lo que ingresó en la Facultad de Medicina, abandonándola en el cuarto año.
Las inclinaciones vocacionales lo decantaban hacia la escritura que cultivó en periódicos de la época. Realizó crítica teatral y piezas para revistas donde se intercalaban coplas y algunas letrillas breves, como probando sus alas para vuelos mayores. No obstante, resulta escasa o nula la memoria documental sobre esas obras de entonces. Es un joven de cierta prosperidad económica dada por la familia, y posteriormente sostenida por los dineros logrados con su trabajo. Frecuenta la noche de los cafés literarios y de la farándula donde se prepara en la idiosincrasia de la producción artística. Así transitará esa escuela siguiendo el camino de otros letristas del tango fogueados en los teatros populares.
Vinculado luego a la creciente industria cinematográfica, trabajó en la adaptación de diálogos y leyendas en películas en lenguas extranjeras. Después viaja a Francia para realizar gestiones de aprovisionamiento de atrezo teatral y establecer contacto con los espectáculos europeos de entonces.
Tras su retorno, en Buenos Aires estrena varias obras -años 1931 y 1932- que firma en colaboración con otros autores. Entremedias se trasladó a Chile con la Compañía Teatral de Mario Bernard. Formaba parte de la misma Enrique Santos Discépolo, con quien escribió su primer gran tango Carrillón de la Merced, el cual logró extraordinaria repercusión de público.
En Argentina continuó con sus tareas periodísticas y con el trabajo de traductor al español de diálogos y leyendas del cine mudo. En virtud de tales especializaciones realizó un segundo viaje a París, donde ingresa en la Paramount, la cual estaba interesada en producir películas habladas en varios idiomas. En esas lides andaba cuando se encuentra con Carlos Gardel, quien empezaba su promisoria carrera en el cine. Le Pera se ofrece como el autor indicado para pintar los ambientes porteños de las películas que se propone producir la empresa norteamericana para el público hispanoamericano y español.
Igualmente, nos interesa referir algunos aspectos que señalaron la vida noctámbula y sentimental de Alfredo Le Pera en Buenos Aires pues, de alguna manera, inspirarán diversos perfiles de sus futuros argumentos en guiones y canciones. Aventuras amorosas con actrices y bailarinas, singularmente con Aida Martínez con quien compartió un tiempo de amor apasionado, abolido por la malograda salud de la mujer. Ella falleció al poco tiempo, tras vanos intentos de recuperación en Italia a donde viajaron para ser tratada por eminencias de la medicina. Rondó la pena en el futuro de Alfredo Le Pera tal desenlace. Testigos y estudiosos de su vida encuentran que canciones como Sus ojos se cerraron reflejan esa tragedia. El dolor del amor perdido y la lejanía de la tierra propia marcaron temáticas de su breve, pero intensa, creación. Era un hombre habitado por la fiebre de la errancia. Viajaba cuanto podía habilitado por su dominio del francés, inglés e italiano, a la par de la lengua madre, el español. Pero, en esas andaduras, vivía y perdía relaciones sentimentales, lo que le generaba grandes nostalgias.
Cuando conoció a Gardel, la simpatía y el entendimiento mutuo fueron inmediatos. Empezó a trabajar en películas y canciones con Mario Battistella que ya venía ligado al cantante. Al fin, de forma exclusiva quedará Alfredo Le Pera. Era el año 1931. A partir de entonces su nombre irá asociado en el trabajo literario a la absorbente personalidad musical y estética de Carlos Gardel. En 1933 escribió el argumento de Espérame, la segunda película filmada en Francia por el cantante. Más tarde, en el mismo país, realizarán Melodía de arrabal y el cortometraje La casa es seria. Una vez trasladados a Estados Unidos, Alfredo Le Pera será el autor de los argumentos y de la letra de las canciones de toda la obra cinematográfica gardeliana. Desde los comienzos del año 1934 hasta el mes de junio del 1935, se registran argumento, letra, música y filmación de cinco películas.
Le inquietaba reproducir con autenticidad, difícilmente alcanzable en la utilería de las películas comerciales norteamericanas, los “paisajes del Sur”, tanto español como argentino. En los guiones, donde advertimos menos destreza técnica, estos empeños llegaron a causarle desesperación: “Es en los recortes de la realización final donde mueren nuestras películas”, dijo a sus amigos de confianza.
Es realmente avaro el tiempo en el que realizaron tanta producción. Una actividad febril los devoraba. No hay historiador que pueda reprimir el asombro de tal entrega. Junto a ello, actuaciones en radio y teatros, viajes, puesta al día en los espectáculos musicales de moda, incursiones para escuchar jazz y también música clásica.
¿Cómo se inscribe la obra de Alfredo Le Pera? Ya señalamos que su producción perdurable se despliega a partir de colaborar con Gardel. Seguramente donde mejor apreciamos el talento es en las letras de sus canciones. Influido por los poetas modernistas y románticos, expone sus temas con lenguaje cuidadoso para que fuera entendido sin dificultades en el ámbito hispanohablante, pegado a una música como segunda o quizá primera piel. Refiere ausencias, amores extrañados, perdidos y anhelados, lances caballerescos en escenarios esquineros, recuerdos de barrio y de ciudad, perplejidades que da el vivir y que él puede referir en palabras comprensibles en diversos estratos sociales. A las constantes temáticas señaladas, agregaremos la redención por el amor y el retorno a la tierra, frente a cierta fatalidad viajera de los hijos de padres que se desarraigaron al convertirse en emigrantes.
Con Le Pera se instala en la letrística tanguera un romanticismo tenaz, recurrente, sin vacilaciones. Tras sus perfiles pueden encolumnarse varios y diversos poetas posteriores.
Unido a la maravilla de la interpretación gardeliana, queda vivo el resplandor de hallazgos poéticos inconfundibles de Alfredo Le Pera: “sentir, que es un soplo la vida…”; “sus ojos se cerraron y el mundo sigue andando…”; “amores de estudiantes, flores de un día son…”; “mi Buenos Aires querido…”; “golondrinas de un solo verano…”; y otros reconocibles aciertos que se integraron como expresiones usuales en las conversaciones cotidianas de la gente.
Si bien recogía el camino encauzado por José González Castillo, es su impulso el que dio un giro más sensible en el modo de escribir tangos. Pulía y variaba recursos, motivos, insertando a veces vocablos o frases provenientes del habla coloquial rioplatense en el propósito de entregar sutileza y vigor a sus composiciones. Véase a manera de ejemplo: “barrio plateado por la luna/rumores de milonga/es toda tu fortuna/. Hay un fuelle que rezonga/ en la cortada mistonga…” etc. De los comentarios diversos que provocó su obra, algunos reconocieron el camino que señalaba a Le Pera para la futura poesía tanguera que hizo eclosión en la siguiente década del 1940. Sin embargo, no faltaron apreciaciones mezquinas, ramplonas, tal vez celosas de sus brillantes aciertos; agregaban descrédito con cierta pintura descomedida sobre su carácter; lo señalaban hosco y agrio. Aunque no pudieron obviar la enorme contracción puesta en el trabajo para concretar la ciclópea obra realizada en menos de cinco años. Tenía muy claro en tal sentido, que todo es fruto del talento y la dedicación. (Me gusta recordar la ilustrativa anécdota que vivió con un noble italiano con quien había acordado una entrevista. Impaciente éste por unos minutos en que debió esperarlo, le espetó: “Quiero que sepa usted que está en presencia de Pedro Juan Ramón de los Llanos, Conde de Sicilia y Ladrón de Guevara”. Le Pera, sin distraerse de lo que estaba escribiendo, respondió: “Entonces, arrime media docena de sillas y siéntese”).
La vida de Le Pera se apagó en el accidente de Medellín, junto a la de Gardel. Iban músicos y compañeros del exitoso elenco que por primera vez en la historia de la canción movilizaba un complejo valet formado por cantante, poeta, músicos, profesores de inglés, empresarios, periodistas, secretarios, masajistas… Modos operativos que más tarde popularizarían singulares cantantes del rock y el pop internacionales. Volvemos a recordar que solo tenía 35 años, en el esplendor de su carrera, cuando la bola de fuego del avión incendiado lo arrojó a la oscuridad sin límites.
Acerca del Tango, Golondrinas (1934), una memoria…
“Golondrinas de un solo verano…” Es sabido que las golondrinas vuelven en más de un verano. Vuelven y también lo hacen sus vástagos, la continuidad se asegura en las crías. Pero al poeta le interesan las de un solo verano, las del presente, como si la vida fuera un soplo, la estancia única del ahora.
Alma criolla que resplandece en una sola llegada. Así la existencia de las “peregrinas borrachas de emoción”. Están aquí, contra el cielo de la tarde, las viajeras errantes.
Hay esperanzas de que se aquieten: Un día su vuelo detendrá, para hacer querencia, hogar, el rito que manda la sangre. El mismo que me indica que debo plegar las alas en el retorno a los paisajes amados, a los afectos de los que no debí emigrar nunca pues está inscripto en la cultura desde milenios que debo anclar las andanzas, plantar la semilla, establecerme. No obstante, pertenecemos a la especie que siente fascinación por lo desconocido. Un día algunos miembros abandonan la tierra donde podían construir el lar y montados en una embarcación de juncos o en un tronco, se dan a navegar hacia mares ignotos. ¿Por qué? La contestación tiene el tamaño de lo misterioso. Así la antinomia no es abolida. Anclarse y viajar, arraigarse y perderse.
En el vuelo se trazaron audacias imprevistas, caminos de canciones que prosperan por la frotación de las alas en otros cielos.
Le Pera habla de la muchacha en la que abrevan sus sueños, la criollita mestiza de orígenes e ilusiones. La que se sabía amalgama y futuro, sin el tiempo que tienen las culturas que acumulan distancias y se adensan a procrear. Las ausencias son pormenores, importa la música que agita el batir de sus alas, los poemas que rasgan el aire fétido de la historia y nos dan el sentido de vivir nuestro propio destino. ¡Que se mueran los feos… y sus malls comerciales que colonizan y nos extrañan de lo que somos! Mejor que esas colonizaciones, que esas banderas que se plantan en la luna como las picas en Flandes o en América, factorías en África u Oceanía, mejor decimos: la huella de armonías que deja el vuelo.
Comentamos una canción que curiosamente después de su alumbramiento en 1934, con letra de Le Pera y música de Gardel, ha tenido varias versiones. Ninguna, con sus más y sus menos, se puede desmerecer. Nelly Vázquez, Goyeneche, Rivero, Sobral, Salinas, entre otros. Y es probable que, en un tiempo ahíto de voracidades y sobresaltos, haya nuevos intérpretes que reparen en la belleza casi anónima del tema y alienten nuevas versiones. Asimismo, una puntualización haremos. A pesar de Cortázar, que escribió con buena pluma que a partir de 1930 Gardel debió hacer «renunciamientos y traiciones» a su identidad lograda en la fulgurante carrera popular, a pesar de nosotros mismos que elegimos -casi por manierismo- al Gardel de los años anteriores, hay en esta obra una estela de luz, un camino de imprevistos al que podríamos volver. Sobre todas las cosas ahora volver a ese silencio sagrado y necesario, después de los despojos de las Guerras, cuando “el músculo duerme y la ambición descansa”.
“Golondrinas” (1934)
Golondrinas de un solo verano
con ansias constantes de cielos lejanos.
Alma criolla errante y viajera,
querer detenerla es una quimera.
Golondrinas con fiebre en las alas,
peregrinas borrachas de emoción,
siempre sueña con otros caminos
la brújula loca de tu corazón.
Criollita de mi pueblo
pebeta de mi barrio,
la golondrina un día
su vuelo detendrá.
No habrá nubes en tus ojos
de vagas lejanías,
y en tus brazos amantes
su nido construirá.
Su anhelo de distancias
se aquietará en tu boca
con la dulce fragancia
de tu viejo querer.
Criollita de mi pueblo,
pebeta de mi barrio,
con las alas plegadas
también yo he de volver.
En tus rutas que cruzan los mares
florece una estela azul de cantares,
y al conjuro de nuevos paisajes
suena intensamente tu claro cordaje.
Con tu eterno sembrar de armonías
tierras lejanas te vieron pasar,
otras lunas siguieron tus huellas,
tu solo destino es siempre volar.
Letra: Alfredo Le Pera
Música: Carlos Gardel