De tangos y tangueros: Francisco García Jiménez

García Jiménez nace a la letrística tanguera cuando las repúblicas del Plata encuentran la palabra que lleva a las tablas la vida de sus ciudades, un mundo en gestación...

Nació en Buenos Aires, pero sus amigos le decían “El Gallego”, o más cordiales, Paco. Era de padre español y madre argentina. Perdió el sustento familiar cuando tenía catorce años al morir su padre, por lo que debió abandonar promisorios estudios y dedicarse a trabajar. A los quince logró entrar en oficinas de Ferrocarriles donde estuvo empleado hasta jubilarse en el año 1949.

No le arredró el tener que trabajar desde tan joven, pues la inquietud por las letras tuvo en él diversas e intensas formas de manifestarse. En principio fue la poesía y la crónica periodística. Luego las obras teatrales, las memorias, biografías y ensayos. Comenzó rimando en el género gauchesco, con influencias del modernismo de Rubén Darío. En 1910 publicaba poemas, sin embargo la primera obra de teatro de 1918 es la que le trajo importante público; se titulaba La Décima Musa, y la firmaba junto con José de la Vega. Continuó escribiendo teatro en diferentes modalidades, revistas, comedias, farsas, sainetes. Una apreciable cantidad de obras escritas y representadas, le dieron presencia entre la gente, como centenares de crónicas de distintas temáticas para diarios de Buenos Aires.

El tango de su bautismo fue Zorro Gris, de 1920. Lo firma con Rafael Tuegols compositor de la música que ya había sido estrenada. Está escrito sin recurrir a voces del lunfardo con las que nacieron los tangos-canción. Se instala en miradas reiterativas al perfil caricaturesco de la mujer que se prostituye para obtener algunos objetos considerados lujosos en esa época; en este caso, el abrigo de la mentada piel. Tuvo extraordinaria repercusión en el ambiente de las primeras letras del tango. Gardel lo grabó muy pronto. Luego por ese camino siguieron otros intérpretes.

Podría decirse que Paco García Jiménez nace a la letrística tanguera cuando las repúblicas del Plata encuentran la palabra que lleva a las tablas la vida de sus ciudades, un mundo en gestación con perfiles aptos para permanecer afrontando cambios y traslados de gente, de paisajes y aspiraciones. Con sus pares de esa década, se hizo en la renovación poética que había traído el modernismo de Rubén Darío y su movimiento. Aunque rechazaron las desviaciones parnasianas” de éstos, los decorados ahítos de mitología grecolatina. Asumieron retratar y narrar las historias situadas en el perímetro del mundo en el que vivían, las íntimas de la ciudad, el barrio, el amor embellecido por la literatura que pudieran alcanzar o elaborar, sus pérdidas, anhelos y traiciones. Resulta difícil imaginarse a los poetas populares de esas décadas del siglo XX sin la influencia rubeniana a la que incluso citan con devoción: “Al raro conjuro de noche y reseda/ temblaban las hojas del parque también/ y tú me pedías que te recitara/ esta “sonatina” que soñó Rubén…” (Cadícamo). O se burlan: “La percanta está triste/ qué tendrá la percanta/ que una lágrima por su cara/ rueda y se pianta.” (Greco). Era, en diversos sentidos una afirmación americanista de la lengua, que pugnaba por manifestarse. En el tango tiene ancha calle de realizaciones allí.

A partir de sus escarceos en el género gauchesco y el legado modernista, García Jiménez creó una voz propia, refinada, romántica, con aristas suavizadas para la poética tanguera. Pocas veces usó de términos lunfardos, a no ser que fueran palabras ya muy arraigadas en el habla ciudadana.

Hay en sus versos siempre una historia contada, sucesos, emociones en movimiento. Tal vez aprovechándose de la solvencia adquirida en la escritura de crónicas periodísticas y teatro. En su tango Siga el corso inserta de manera magistral en medio de la canción un diálogo de dos personajes confrontados en una comparsa de Carnaval. Gardel hizo de ello una versión memorable. Resalta en esos tiempos la juventud del autor que escribió en todos los casos sobre una música ya compuesta. Hablaba con el músico y luego de escuchar la obra ponía manos a la tarea de pergeñar la letra.

Diríamos que trabajaba sobre una inspiración así buscada, o sentida por sugestión de lo escuchado. En ocasiones oyó a los ángeles de la poesía y escribió letras de antología como la citada Siga el corso, La última cita, Suerte Loca, Carnaval, Entresueños, Ya estamos iguales, Palomita blanca, Bajo Belgrano, Tus besos fueron míos, Oigo tu voz, Malvón, Escolaso… Me interesa agregar dos tangos que aún se bailan con gusto en las milongas del mundo, pues describen con imágenes que hoy nos resultan pintorescas, el lugar que tenía el baile en el imaginario social del Buenos Aires de las primeras décadas del siglo XX. Lunes, de 1927, en el que retrata cómo el día anterior los personajes detenían sus trajines diarios, paraban el reloj de la vida ciudadana para entrar en la ceremonia festiva del salón tanguero y sentirse otros, literalmente. En el lunes que es la puerta de una nueva semana, retoman la rutina, pues piantó el domingo de placer,/ bailongo, póker y champan. La vida se presenta así, aunque es lícito esperar un golpe de la suerte, o aquel día que nos saque del círculo pues no hay mal muchachos/ que dure cien años. El otro tango se titula Bailongo de los domingos, escrito en 1943, en el que explicita esa novela del bailarín que dura lo que dura un tango, que se baila silencioso, soñando a compás. Y la danza puede pujar con éxito en este personaje frente a su inexcusable adicción a las carreras de caballos…

Por ser empleado desde los quince años en una empresa grande -luego nacionalizada-, disfrutó de relativa autonomía económica para realizar sus creaciones literarias. No escribió para ganarse el pan diario, pudo acomodarse a sus deseos e inspiración. Escribió cuando quiso, o cuando la sintonía con sus amigos músicos lo estimulaba. Paralelamente a la treintena de obras teatrales, los más de cien tangos, y la ingente producción periodística, sumó los libros de historia y los guiones para películas. Una vida la suya muy esmerada en el trabajo, junto a la constante afición por la lectura. Autodidacta, como señalamos, prefirió la elaboración intelectual a otras expansiones nocheriegas típicas de la farándula de entonces. Le resultaba fácil o cómodo escribir, y le gustaba hacerlo.

Sus libros suelen encontrarse en cualquier biblioteca básica del tango pues son amenos, de lectura sencilla. Así mismo, sospechamos sobre unas cuántas anécdotas por él contadas, pensando que cuando le hiciera falta, inventaba, magnificaba, transformaba los episodios incluidos en sus ensayos. Pero igualmente, en la parva de arena de los días, algunas pepitas de oro de la vida del tango se pueden espigar. En la primera mitad del siglo XX conoció a muchos protagonistas de este género, compartió jornadas con ellos, abrió sus camerinos y sus confianzas merced a la llave maestra de algunas composiciones que lo colocan en la galería de los grandes prolíficos autores. Dotado de buena labia y simpatía, periodista de diversos medios, interesaba hablar con él. ¡Quién sabía si su bocadillo de conversación no iba a aparecer en la nota de un importante periódico! Pueden releerse sus libros Así nacieron los tangos, Estampas de tango, Vida de Carlos Gardel contada por José Razzano, y otros.

Siempre tuvo ambición de memorialista, con las salvedades arriba apuntadas. Se le nota en ocasiones la búsqueda del efecto, el cierre gracioso, la sentencia final de la anécdota, algunas autorreferencias complacientes. Y no en todos los casos resulta afortunado porque tampoco una vida se explica por una anécdota.

Unió su nombre de letrista a músicas compuestas por Tuegols, Bardi, Padula, Basso, Di Sarli, Arona, Canaro, y otros. Con quien más realizaciones cantables hizo es con Anselmo Aieta, un talentoso bandoneonista cuya fama está entre los pocos directores de orquesta cuyas actuaciones solían producir corte del tráfico de la calle donde se presentaban. Hay títulos surgidos de sus improvisaciones que jalonan antologías diversas. Cantantes de todos los tiempos sumaron temas de García Jiménez en su repertorio. Gardel grabó diecisiete, de los cuales la mayoría son del letrista en binomio con el músico Anselmo Aieta.

Pero, ante los ojos de muchos amantes del tango, ambos autores proyectaron una sombra funesta en sus resplandecientes carreras. Por compromisos o adherencias, compusieron un tango celebratorio del golpe de estado de 1930 que inició en la Argentina una fatídica lista de golpes de estado sucesivos, los que inclinaron la prosperidad del país a la voracidad monopólica nacional e internacional. Gardel, retornado de sus giras en Europa, cantaba entonces en Buenos Aires. Eran fechas de huelgas y boicots organizados por los partidarios del gobierno radical depuesto, contra el gobierno militar. Gardel entendía que sus compromisos de actuaciones no podían suspenderse por motivos ajenos a las mismas. Un grupo de radicales entraba a los teatros y le organizaba silbatinas, cuestión que enfurecía sobremanera al cantante. Aieta y García Jiménez compusieron un tango -bastante por debajo de sus talentos, hay que decirlo- que exaltaba la maniobra militar. Se lo llevaron a Gardel que lo grabó enseguida. Al parecer se sintió arrepentido después, hecho nunca lo cantó en público ni repitió la grabación.

A partir de los años 1940 García Jiménez ejerció su gusto por el guión cinematográfico trazando las vías de importantes películas en la cartelera tanguera. La historia del tango, probablemente sea la de mayor proyección.

Un puñado importante de su inmensa obra de canciones continúa vigente en el fervor de los públicos del mundo. Artistas de generaciones sucesivas eligen hoy en día interpretar bellas inspiraciones de este poeta, quien escribía ajustando el oído a la música que le hacían escuchar sus compositores.

Acerca del tango Oigo tu voz, una memoria (1928)

Miedo de morir/ ansia de vivir… inicia este tango, replanteando con sencillez toda la temática que puede abarcar la condición humana, rematada luego la cuarteta en la pregunta: ¿sueño o realidad? Con tal introducción podemos quedar en suspenso, en la espera de que el fluir de la vida vaya ingresando contenidos. Pasan la filosofía y la poética, anhelos y angustias de todos los tiempos.

¿Por dónde irá la letra de este tango que desgrana el cantante acompañado de una lluvia armoniosa de notas en las Orquestas de Tanturi o Demare? Notas que parecen ser un seno suave, balsámico, para esa cadena de perplejidades en la primera estrofa. Estemos como estemos, resulta una palmada en la espalda, no dada para tranquilizar, sino inquietar, sin sobresaltos, pues ya anduvimos -muchas veces- por tales preguntas. Todas las culturas lo anduvieron, y Calderón de la Barca produjo la contundente repuesta que embriagaba a los filósofos alemanes: la vida es sueño, y no hay más que devanar. Nos vuelven ahora tales interrogantes con una bella música.

Algo quiere ser/ un amanecer/ en mi soledad… Temblante certeza, lo perdido, arrastrado por el río del tiempo cae en un eje que hace girar el poema: todo vuelve en la “emoción de mi corazón”. Es precisamente la emoción aquello que mueve su pregunta anterior de si será sueño o realidad. La emoción que pone en dudas la soledad, que puede negarla con el fragor de sus palpitaciones.

Cree oír la voz de ella, esa voz que al sonar trae la luz y la vida. Más aún, por momentos cree escuchar el nombre suyo en la voz de la amada, ¡oírlo otra vez!, tras muchos años de ausencia. No lo consigue descifrar y por ello la dura sospecha de que solo sea un capricho del viento, un delirio no más...

Hasta aquí el poema según lo interpretan las versiones cantadas que conocemos. Pero los versos originales continúan en otra estrofa larga, saturada de contenidos significativos. Aunque ya tenemos suficiente para declarar en un apunte que este tema ejemplifica la superación que el tango en general, y García Jiménez en particular, transitó alzándose sobre sus propios hombros.

Ya no hay aquellas sangrantes y caricaturescas acusaciones a las mujeres haciéndolas culpables de pérdidas y abandonos, inclusive realizados ¡por un abrigo de piel! Ella no está y sentir que vuelve, con su sola voz, es capaz de traer la luz y la vida. Soñarla o creerla regresada ocupa todo el ser, engendra la felicidad.

El poema continúa. No hay tiempo ni palabra que perder. Ahora, lo otro, la mujer, es quien puede estar en la puerta que el poeta no quiere abrir pues teme que sea una construcción de su deseo, una ilusión. Ilusión que condensa las aspiraciones de que ella vuelva para salvar el deshecho amor que así está por cobardías reconocidas del propio poeta, que necesita pensar que ella es mejor, siempre al fin y que regresa para renacerlo como el ave fénix.

Pueden escucharse las versiones señaladas de Tanturi con la voz de Enrique Campos y la de Lucio Demare con la voz de Raúl Berón, que difieren en el estribillo elegido para finalizar la pieza.

“OIGO TU VOZ”

Miedo de morir,/ ansia de vivir,/ ¿sueño o realidad?…/ Algo quiere ser/ un amanecer/ en mi soledad…/ Canto que olvidé,/ sitios que dejé,/ dicha que perdí…/ ¡Hoy en la emoción/ de mi corazón/ todo vuelve a mí!/ Oigo tu voz/ ¡la que mi oído no olvida!/ Me trae tu voz/ hasta mi pena escondida/ la luz y la vida/ de un rayo de sol…/ Vuelvo a escuchar/ el nombre mío en tu acento,/ sin descifrar/ si es la palabra que siento/ mentira del viento,/ delirio, no más…/ Tiemblo por saber/ si en mi puerta estás,/ si es tu propia voz;/ y no quiero abrir/ para no llorar/ muerta mi ilusión…/ Déjame pensar/ que a salvar vendrás/ el deshecho amor…/ ¡Déjame creer/ que eres siempre, al fin,/ tú mejor que yo!/

Música: Versiones de Tanturi y de Lucio Demare
Letra: García Jiménez

Este artículo fue originalmente publicado en El Pájaro Cultural: revista del noroeste argentino, en diciembre de 2019, número 131, pp. 4, 5.

Perfil del autor

Nació en Villa de María, Córdoba, Argentina. Desde 1979 vive en Madrid, España. Su obra narrativa editada comprende libros de cuentos, poesías y ensayos.

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