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Cartas desde la cárcel: escriben los indocumentados

inmigrantes en la carcel

Foto: captura de pantalla del video de Youtube de VisualEconmik, incluido en esta nota.

8 U.S. Code § 1326 es un inciso en el código penal estadounidense que castiga con dos años de cárcel a inmigrantes indocumentados – por su nombre oficial, extranjeros ilegales o “illegal aliens” – si son reincidentes y los atrapan cruzando sin permiso después de haber sido deportados. 

La realidad desde las cárceles

Esa es la instancia en que la violación de la ley – o el delito – entra en el ámbito de la criminalidad. Pero entrar sin permiso no es un crimen, sino una violación administrativa. El castigo es la deportación. 

Sin embargo, están en las cárceles estadounidenses – muchas de ellas en manos privadas y que suministran servicios a los gobiernos condales, estatales y federal – centenares de miles de inmigrantes, retenidos allí por una serie de circunstancias en torno a la insistencia de los ahora reos en comparecer ante un juez de inmigración.

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Han sido detenidos por agentes de inmigración que los venían a buscar. O que se los llevaron cuando no encontraron a quien venían a buscar. O en una redada en un lugar de trabajo, junto con otros doscientos compañeros de infortunio. O acabando de cruzar la frontera, todavía sin aliento por haber corrido tres millas. 

Pero muchos otros están detenidos esperando juicio por los crímenes de los que se les acusa y que quizás hayan cometido. 

Y pasan sus días esperando. Que venga su abogado si lo tiene. Que las autoridades le ofrezcan una salida. Esperando para llamar a la familia, lo cual acarrea dificultades que a quien goza de la libertad y nunca estuvo en una cárcel parecen tortura: no se permiten teléfonos celulares, y las llamadas son limitadas y carísimas. 

Todos tienen esperanzas y le escriben al periodista sus infortunios a veces con lujo de detalles que no deja lugar para la imaginación. A veces en lenguaje contenido. Muchas veces se nota que alguien escribió para ellos, quizás otro detenido con más educación, a cambio de unos cigarrillos. 

Correspondencias que escriben el encierro

Desde la cárcel me han escrito. A veces, los sobres voluminosos contienen ocho, diez hojas escritas a mano, de un lado o ambos, con letra grande, grande, que ocupa toda la superficie. Y casi siempre ilegible. 

Los autores aprietan con fuerza y dejan un surco, como herida, en el papel.

Alguno escribe ocho cartas idénticas, dirigidas personalmente a cada una de las mujeres periodistas y editoras,, para establecer un contacto romántico. Se describe como alguien cautivante, interesante, intento. En ninguna parte dice que está preso. Pero lo está.  

Otro dice que ha inventado un método revolucionario para lo que sea. Ahorrará millones de dólares a la gente y garantiza otros tantos a quien lo lea e invierta en el invento.

Otro escribe en “papel carbón”. Todo un volumen. Son 28 páginas, numeradas. Sigue y sigue. Es un verdadero torrente de la conciencia, una escritura que no se detiene sino que zigzaguea y cambia de dirección y tono, salta de tema en tema en tema hasta que surge un común denominador: es un relato de sus sueños. Según él, premonitorios, un relato del futuro. 

Quienes escriben son inmigrantes indocumentados arrestados en redadas de Inmigración, o presos condenados por algún crimen.

Los motivos por su arresto, cuando no son la estadía ilegal en el país, son siempre aleatorios, casuales, injustificados por ellos. “Mi compañera de vida doméstica y yo tuvimos una pequeña discusión por la cual yo personalmente alerté al alguacil del condado”.

“Hola, mi nombre es Edwin…”. 

“Mi nombre es Bladimir… me encuentro detenido en el centro de detención de ICE de Adelanto. 

“Hoy me encuentro detenido aquí, en Adelanto California, ya tengo tres meses detenido, yo fui levantado por ICE en una visita con mi probation officer”.

Son pedidos de ayuda

“Nuestros derechos han sido violados en esta detención”, dicen, mencionando que no se les ayuda a contratar un abogado o a pagar una fianza para “pelear nuestro caso desde afuera”. 

“He vivido en California desde enero de 2005. No tengo récord criminal. Me gradué de la secundaria y asistí al colegio comunitario un par de semestres y participé en el programa de honores”

“Ejerzo la profesión de albañil y soy miembro de la Unión, padre de dos niños ciudadanos de Estados Unidos y casado con una residente legal.”

O bien, afirman vehementemente, es todo el resultado de una conspiración, un error, una casualidad,  y ellos esperan que el periodista levante su testimonio y averigue: “Corrupción, todas son mentiras de la policía, el fiscal, el juez de Inglewood, perdí trial, ya estoy nueve meses sin tener sentencia.”

Y para demostrar que es buena persona – aunque yo no lo dudo – manda una transcripción de sus calificaciones en la escuela secundaria. 

De manera parca, casi oficial, nos cuentan historias desgarradoras.

“He permanecido en esta detención por aproximadamente 120 días, con innumerables abusos e injusticias de parte de los oficiales de detención”.

Otros escriben un circular, lo fotocopian y envían, idéntico, a quien creen que pudiese ayudarles.

“Soy ciudadano estadounidense nacido en el Este de Los Ángeles. Tengo una esposa y un hijo de seis años que viven en Tijuana, México. Viviendo ahí con ellos, fui arrestado por agentes mexicanos, extraditado a Estados Unidos y acusado por un asesinato cometido en 2002. He estado en la cárcel, luchando contra estas acusaciones por dos años y aún no he visto a mi familia. Trato desesperadamente de mantener contacto con ellos mediante la correspondencia y llamadas telefónicas, pero estoy limitado por el costo exorbitante de las llamadas de larga distancia”. 

Voces que necesitan ser escuchadas

Son alegatos desgarradores. Alguien me dice que no les crea, que se inventan historias positivas, que son mala gente. No parece. 

“Pido por favor que me ayuden puesto que me encuentro desesperado debido al encierro y los sentimientos de depresión por extrañar a mi familia”.

Al terminar de leerlos, un picazón sube por los dedos que tocaron el papel, las manos.

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La sensación es física, pero también anímica. Tanta gente encerrada, tantas esperanzas y tan poco es lo que podemos hacer. 

Por lo menos, pasar la voz.

Este artículo fue apoyado en su totalidad, o en parte, por fondos proporcionados por el Estado de California y administrados por la Biblioteca del Estado de California.

Autor

  • Fundador y co-editor de HispanicLA. Editor en jefe del diario La Opinión en Los Ángeles hasta enero de 2021 y su actual Editor Emérito. Nació en Buenos Aires, Argentina, vivió en Israel y reside en Los Ángeles, California. Es periodista, bloguero, poeta, novelista y cuentista. Fue director editorial de Huffington Post Voces entre 2011 y 2014 y editor de noticias, también para La Opinión. Anteriormente, corresponsal de radio. -- Founder and co-editor of HispanicLA. Editor-in-chief of the newspaper La Opinión in Los Angeles until January 2021 and Editor Emeritus since then. Born in Buenos Aires, Argentina, lived in Israel and resides in Los Angeles, California. Journalist, blogger, poet, novelist and short story writer. He was editorial director of Huffington Post Voces between 2011 and 2014 and news editor, also for La Opinión. Previously, he was a radio correspondent.

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