ARIZONA – El día que me pusieron la segunda dosis de la vacuna Pfizer sentí que solté el cuerpo. No tuve efectos secundarios, salvo un ligero dolor de brazos. Tuve mucha suerte. Mi organismo le dio la bienvenida a la inmunización abrazándola después de un año de desesperación y ansiedad. Ya pasó una semana y falta una más para que mi sistema esté 95% listo para combatir un contagio o la misma infección.
Mi socio hace mucho que está blindado. A él le pusieron la vacuna de Johnson and Johnson hace más de un mes y medio. No sintió nada, ni siquiera molestia en el hombro. Tampoco tuvo que buscar una segunda dosis. Fue uno de los miles de trabajadores esenciales que revisaron esa inoculación de una sola aplicación, para evitar que faltaran otro día al trabajo con una segunda cita y la posibilidad de múltiples efectos secundarios. También tuvo suerte.
Esta semana, Estados Unidos puso en pausa la aplicación de la vacuna Johnson & Johnson. Las citas que estaban programadas se cancelaron y algunas tuvieron que improvisar con una primera dosis de Moderna. Seis casos de coágulos sanguíneos y una muerte dentro de 6 millones fueron suficiente para que las autoridades de salud sacaran la tarjeta roja. Esta medida preventiva pone a tambalear la creencia en las vacunas y una vez más surgen teorías de conspiración en contra de todas las inmunizaciones.
En Arizona no se han reportado casos adversos de la vacuna Johnson & Johnson, pero no se puede cantar victoria. Hay que monitorear por tres semanas a las personas que recibieron la única dosis para saber que no provocó una reacción adversa. Los médicos confían en que los casos de emergencia serán pocos y aislados y no recomiendan que los pacientes busquen otra vacuna para protegerse. Las autoridades de salud confirman que la efectividad de la vacuna es la misma, a pesar de los efectos secundarios que pueda tener.
Este revés en el proceso acelerado de vacunación de Estados Unidos revive el miedo y le da un golpe bajo a la esperanza de volver a la normalidad, cualquiera que fuera. Para ese temor, la incertidumbre y la ansiedad no hay una vacuna. Se siente como si avanzáramos un paso y retrocediéramos seis. Además, aquellos que habían accedido por fin a buscar ese pinchazo para protegerse, han vuelto a dudar sobre si valdrá la pena.
Los más radicales preguntan si vale la pena arriesgar la vida por una vacuna y siembran la desconfianza en los demás. Inventan estudios, falsifican reportes, crean videos que se viralizan en las redes y encuentran a otros que, como ellos, se oponen a lo que dice la ciencia. Usan ejemplos como los casos de Johnson & Johnson para tergiversar la información y provocan temor. Logran su meta con tácticas sucias que, al final, ponen en mayor riesgo el bienestar público.
El único antídoto para evitar perder la cabeza es la información y el sentido común; pero parece escasearse más que la misma vacuna que el coronavirus.
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