Llegué a Estados Unidos en 2006. Entonces entendía muy poco de este país al que solo visitaba de compras o reuniones familiares; siempre de pasada. Desde pequeñita iba y venía a mi antojo; cruzaba hasta dos veces por semana y me crié en una biculturalidad que solo entendemos los que somos fronterizos. En mi familia, la visa era tan importante como cualquier trámite en el registro civil.
El día que crucé para quedarme comprendí la complexidad del Norte. Recuerdo los nervios en mi primera entrevista consular para una visa de esposa y lo intimidante del trámite. Noté la diferencia en el trato en los puertos de entrada y aeropuertos. Descubrí que el muro no es un cerco metálico, sino un estandarte político. Me asomé a las sombras y vi muchos rostros. Era un espejo.
En las noticias hablaban de marchas; eran miles los que tomaban las calles de las ciudades principales de la Unión Americana. Los titulares hablaban de reformas migratorias y ese Sí se puede de Obama. Había esperanza, mucha. En la radio escuchaba al popular Piolín por la mañana, que entre broma y broma, lanzaba información de migración. Sí, la gente le respondía que “venía a triunfar” y que estaban listos para ser legalizados.
Han pasado 15 años y las noticias siguen siendo las mismas. Ningún político ha querido gastarse su cartucho político en reformar un sistema migratorio roto y obsoleto. Juegan a la bolita y nadie la trae. En los dos partidos políticos se cuecen habas. Uno presenta una propuesta; el otro la desarticula. Unos senadores marchan y otros congresistas gritan. Nadie legisla. No hay voluntad de llegar a un punto medio. Son los extremos los que sirven en campaña y siempre hay alguien contendiendo.
En este 2022 hay una propuesta de una legisladora republicana de Florida que ofrecería una vía a la legalización de millones de indocumentados. No es un regalo, es un camino de 10 años que conlleva una penalización de 10,000 dólares, y otra letra pequeña. La ironía es el nombre: Plan dignidad.
¿Cuál dignidad?, cuestionó Karina Ruiz, una joven beneficiaria de DACA que no ha podido legalizar su estado migratorio en décadas. Para ella, el programa de acción diferida para los soñadores ha sido una curita en una herida que no deja de sangrar. Pero está harta de conformarse con las migajas de los políticos que les rehúyen la mirada a pesar de todo, porque es lo más conveniente. Es fácil hablar de ellos como números y no con nombre, es mejor decirles indocumentados que víctimas del sistema; es más sencillo dejarlos en la clandestinidad porque es más redituable; es más jugoso lucrar con la necesidad, que invertir en el futuro.
No bastan las buenas intenciones ni las promesas que se hacen eternas. Falta poner las reglas del juego sobre la mesa para ya no torcerlas. Eso, con lo que juegan los políticos, son siempre vidas ajenas.