Cuando el contrato social se quiebra, el pueblo tiene derecho a derrocar al soberano. Ese parece ser el escenario al que se encamina Estados Unidos, si el presidente Donald Trump se rehúsa a aceptar una derrota electoral el 3 de noviembre.
“Bueno, vamos a tener que ver qué pasa. Ustedes saben eso. Yo me he estado quejando muy fuerte sobre los votos. Y los votos son un desastre…”, dijo Trump negándose a comprometerse a una transición pacífica del poder.
Es más que obvio que con su «vamos a ver qué pasa…», el presidente Trump, coherente con su táctica de generar confusión, está enviando un mensaje telegráfico de doublespeak orwelliano a sus seguidores.
Aunque no lo dice literalmente, parecería sugerir que «si pierdo, salgan a la calle». Una proposición irresponsable y más que volátil en un contexto político en el que hemos sido testigos de milicias de supremacistas raciales marchando con sus fusiles y sus antorchas en calles de ciudades estadounidenses, apoyando al presidente y atacando, y hasta asesinando, a manifestantes que condenan la brutalidad policial y el racismo.
“Desháganse de los votos y tendremos… y tendremos una muy pacífica… no habrá una transición, honestamente. Habrá una continuación…”, dijo el presidente.
Es claro que esto no es un exabrupto más de Donald Trump sino que un slip freudiano que revela, aparte de sus deseos íntimos, una concepción de un modelo de gobierno que más allá del autoritarismo se puede definir como totalitarismo.
Continuar en el poder
Ya seamos demócratas o republicanos o independientes, conservadores o liberales, ya no hay excusas para no interpretar claramente lo que dijo el presidente. Es una declaración peligrosísima que debe servir de alerta nacional. Clara y simplemente, Donald Trump no quiere ceder el poder.
Pero no hay que sorprenderse mucho, porque, en realidad, como en una crónica garciamarquezca, el presidente ya nos lo había venido anunciando, en varios de sus mitines políticos, que no tiene la menor intención de irse.
“Vamos a ganar otros cuatro años. Y después de esto, vamos a ir por otros cuatro años porque espiaron a mi campaña. Sería para rehacer cuatro años”, dijo en agosto.
Y días atrás, en Nevada, volvió a insistir: “(V)amos a ganar otros cuatro años más en la Casa Blanca. Y después de eso, vamos a negociar, ¿correcto? Porque probablemente, en base a como nos trataron, probablemente tenemos derecho a otros cuatro después de eso”.
Democracia o totalitarismo
Para los que les gusta las referencias históricas, la marcha de los acontecimientos se parecen cada vez más a la República de Weimar en la que Adolfo Hitler, después de llegar al poder a través de elecciones democráticas, motivó y lanzó a las calles a sus fuerzas paramilitares a que generarán caos y, como gota que rebalsa el vaso, incendió el Reichstag para usarlo como excusa para tomar el poder absoluto.
Donald Trump no es Adolfo Hitler. Pero, como el dictador germánico, se presenta como el desafío más dramático que han confrontado las instituciones democráticas estadounidenses en nuestra historia contemporánea. Las opciones no pueden ser más claras. En solo cincuenta días, la ciudadanía deberá elegir entre democracia o totalitarismo.
Y, a no equivocarnos, si se desconoce la voluntad popular, si se quiebra el contrato social, si un tirano intenta usurpar el poder, como bien lo dijo John Locke tres siglos atrás, el pueblo tiene derecho a la rebelión.
Nestor Fantini
Co-editor de hispanicla.com
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