Según el Centro para el Control y la Prevención de Enfermedades, en 2020 el suicidio fue la segunda causa principal de muerte entre las personas de 10 a 14 años y de 25 a 34 años, y la tercera causa principal de muerte entre las de 15 a 24 años.
De acuerdo con fuentes oficiales, hay casi dos veces más suicidios (45,979) en los Estados Unidos que homicidios (24,576).
Los números son de 2020. Desde entonces, la situación ha empeorado. Por una parte, la pandemia del Coronavirus es una fuente incontrolable de stress, angustia y temor. Por el otro, las divisiones políticas y sociales en nuestro país y los resabios de violencia consecuentes se han intensificado. Esto ha puesto a prueba los sistemas de contención, terapia y aplicación de la ley en todo el país.
Uno de cada cinco adultos estadounidenses sufre una enfermedad mental cada año. Entre niños y jóvenes de 6 a 17 años, es uno de cada 6.
Si se habla de trastornos graves, la cifra es de 10 millones de estadounidenses que sufren ansiedad, depresión o trastorno bipolar.
Se estima que 46 millones de adultos estadounidenses experimentan enfermedades mentales al año, pero solo el 41% recibe ayuda según la Alianza Nacional sobre Enfermedades Mentales. Los problemas van desde la depresión y la ansiedad hasta el abuso de sustancias.
Esto indica un grave problema de salud mental en nuestra población. Y quienes más lo sufren son las comunidades marginadas: latinos, afroamericanos, los pobres y grupos históricamente discriminados.
En una encuesta, casi la mitad (46%) de los adultos hispanos indica que suele preguntarse si sus hábitos podrían estar relacionados con un problema de salud mental más importante (como el trastorno obsesivo-compulsivo, la ansiedad o el trastorno por consumo de drogas). El 35% de todos los adultos estadounidenses manifiesta la misma inquietud.
El COVID empeoró considerablemente la situación, incluyendo un salto en los casos de esquizofrenia.
Según un estudio del Instituto Nacional de Salud de 2021, casi la mitad de los estadounidenses encuestados mostraron síntomas recientes de un trastorno de ansiedad o depresión. “Y las personas que tienen enfermedades o trastornos mentales y luego contraen COVID-19 tienen más probabilidades de morir que aquellas que no tienen enfermedades o trastornos mentales”.
Y sin embargo, muchos de los que sufren trastornos mentales siguen sin recibir tratamiento alguno.
Algunos renuncian a ese tratamiento por elección. Otros, porque su seguro de salud no lo cubre, o porque no tienen seguro para empezar, o porque las listas de espera son demasiado largas.
Son las clínicas comunitarias las que llevan el peso de atender a la mayoría de los estadounidenses con graves males mentales. Estos pacientes tienden a ser de bajos ingresos y dependen de la ayuda pública de Medicaid, llamado MediCal en California.
El problema es que las tasas de reembolso de Medicaid son demasiado bajas, y no cubren el gasto de las clínicas. Estas a la larga son incapaces de seguir brindando estos servicios médicos.
Es por eso afortunada la decisión de la administración Biden de utilizar 300 millones de dólares del paquete de la ley bipartidista contra la violencia armada aprobada este verano por el Congreso
Con sumas similares y a través de la Ley Bipartidista de Comunidades más Seguras (BSCA) hace posible enfocarse en la salud mental de los niños y en soluciones administradas a través del sistema escolar.
Es un comienzo.
Pero el problema es especialmente agudo en las comunidades de color – afroamericana y latina – por razones económicas, pero también culturales .
Nuestra gente teme ser etiquetada como “loca” o como “débil” si expresan ansiedad o preocupaciones mentales. Esto implica la necesidad de emprender una amplia campaña educativa, y quienes toman las decisiones sobre distribución de fondos deben tener eso en cuenta.
Otro peligro es que se invoque la enfermedad mental para desviar la atención de la retórica y las ideas que inspiran actos de extremismo violento.
A veces, la enfermedad mental se agrega a ideas extremistas y la creencia en teorías conspirativas. En muchos casos de asesinatos de miembros de minorías el victimario también sufría de una enfermedad mental.
Ejemplo: un blanco matando a 10 musulmanes, mientras que en el caso contrario se dice que es por terrorismo. Ejemplo: un musulmán matando a 10 blancos…
La realidad es que existe una falsa dicotomía que enfrenta a las víctimas contra los defensores de los enfermos mentales. Esa actitud se basa en la idea de que los perpetradores de crímenes violentos que tienen problemas de salud mental no son conscientes de lo que hacen. Pero aunque el odio no es una enfermedad mental, en muchos casos el odio criminal y la enfermedad mental coexisten.
En consecuencia, esa enfermedad debe considerarse a la hora de decidir cómo obrar contra los atacantes.
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