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Esenciales y discriminadas: mujeres en la era del coronavirus

Desde el comienzo de la pandemia, cunde el supuesto apoyo de la nación a los llamados “trabajadores esenciales”. Se los celebra como “patriotas” o “santos”. Los comerciales de las grandes empresas los muestran en pleno sacrificio, e invariablemente terminan con una sonrisa, y un «thank you from all of us». Algo intraducible. 

Ahora bien, la mayoría de los trabajadores esenciales son mujeres. Así como son mujeres 78% de los trabajadores sociales. Y por lo menos el 77% de quienes trabajan en el cuidado de salud, o el 53%  en el comercio minorista crítico.  

Uno de cada tres empleos ocupados por una mujer es considerado esencial. 

Como dice el New York Times:

“Desde el cajero hasta la enfermera de la sala de emergencias, el farmacéutico de la farmacia hasta el asistente de salud en el hogar que toma el autobús para controlar a su cliente de la tercera edad, el soldado en la primera línea de la emergencia nacional actual es muy probablemente una mujer”.

Uno podría esperar que esta entrega, este reconocimiento de la labor imprescindible de las mujeres se vería recompensado. Que al menos, le presten atención a la necesidad de igualar los ingresos de las mujeres a los de los hombres. O que esas trabajadoras esenciales no tengan que elegir entre su empleo y sus hijos porque no hay quien los cuide. O que se las proteja en su casa de hombres abusivos y en su trabajo de rebeldes que las acusan de haber inventado el coronavirus. 

Porque sí, ganan menos. Por cada dólar percibido por un hombre en Estados Unidos la mujer gana 83 centavos. Y si esa mujer es latina, mucho menos. Los hombres latinos perciben 65 centavos por cada dólar que gana un blanco no latino. Pero las mujeres latinas ganan 54 centavos. Y si son inmigrantes, 38 centavos por cada dólar.

 

Podría esperarse entonces que la sociedad y los gobiernos retengan a las mujeres y traduzcan el supuesto respeto que sienten por los trabajadores esenciales a mejorar las condiciones laborales. O las del hogar. O cualquiera que sean.

Sin embargo, sucede lo opuesto.  

La verdad es que en la era del coronavirus, es vertiginoso y marcado el empeoramiento en la situación económica de las mujeres.

Como sabemos, desde el inicio de la pandemia más de 20 millones de estadounidenses han perdido sus empleos. Bien, el 55% de ellos son mujeres. Su tasa de cesantía está más de 3 puntos por encima de la de los hombres. 

Adicionalmente, el cierre de escuelas y guarderías infantiles ha llevado a que muchos miles de madres no puedan salir a trabajar para cuidar de los niños. Una situación empeorada por el hecho de que los abuelos ya no pueden ayudar como de costumbre. No solo se resquebraja la familia: se quiebra la espalda de la madre dividida.

Esta situación es especialmente perniciosa para las 60 millones de madres solteras en el país, muchas de las cuales carecen de medios para que otros cuiden de sus niños.

No es todo. Si es necesario, ahí están también para cuidar a miembros enfermos de sus familias, entre los tres millones de estadounidenses que contrajeron el COVID-19.

Hay más. 

En Estados Unidos y otros países se han reportado elevados números de violencia doméstica. Las órdenes de quedarse en casa han confinado a mujeres con familiares abusivos, en situaciones horribles, muchas veces hacinadas y sin poder huir. 

Y si hablamos de mujeres que han logrado salir adelante y abrir sus propios negocios, están más lejos de la recuperación que los hombres. Los expertos alegan que a hasta el 90% de los pequeños negocios de mujeres y de minorías se le niega el pedido de préstamos gubernamental de emergencia (Paycheck Protection Program or PPP). Porque sus negocios son relativamente nuevos y no tienen historial crediticio, y muchas de ellas no han recibido antes préstamos bancarios.

E incluso si, el coronavirus desapareciera hoy “por arte de magia”, la norma histórica dicta que quienes perdieron sus empleos y logran volver al mercado laboral lo harán en trabajos con menores ingresos y peores condiciones laborales. Eso es lo que les espera después de tanta alabanza. 

Las mujeres son esenciales y discriminadas. Simultáneamente.

Esta sociedad no terminará de superar  la crisis económica y social desatada por el coronavirus hasta que no atienda el problema estructural de la desigualdad de la mujer. Es una tarea para cada uno de nosotros. Y se empieza por reconocer el problema. Y pasa por la organización. 

Autor

  • Fundador y co-editor de HispanicLA. Editor en jefe del diario La Opinión en Los Ángeles hasta enero de 2021 y su actual Editor Emérito. Nació en Buenos Aires, Argentina, vivió en Israel y reside en Los Ángeles, California. Es periodista, bloguero, poeta, novelista y cuentista. Fue director editorial de Huffington Post Voces entre 2011 y 2014 y editor de noticias, también para La Opinión. Anteriormente, corresponsal de radio. -- Founder and co-editor of HispanicLA. Editor-in-chief of the newspaper La Opinión in Los Angeles until January 2021 and Editor Emeritus since then. Born in Buenos Aires, Argentina, lived in Israel and resides in Los Angeles, California. Journalist, blogger, poet, novelist and short story writer. He was editorial director of Huffington Post Voces between 2011 and 2014 and news editor, also for La Opinión. Previously, he was a radio correspondent.

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