Teherán anunció un ataque de misiles tierra-tierra contra al menos dos bases estadounidenses en Irak, como inicio de la represalia por el asesinato del General Suleimani por parte de EEUU. Y eso alcanzó para oscurecer las pantallas de todas las emisoras de cable. Para que aparecieran las tomas amateur de puntitos blancos y rayitas de luz irrumpiendo en la noche de Medio Oriente. Para que los corresponsales – ¿serán los mismos que en 1979? – de las distintas cadenas en Irán e Irak y otros países aparezcan en su pose de combatientes, esto es, con sus chaquetas de periodista de campaña, de esas que tienen setenta bolsillos. Setenta bolsillos, y ninguna flor.
¿Es guerra? No. Si. Aún no.
¿Estamos de vuelta en guerra? Sí. No, quizás. Aún no. Y si hay una guerra, parecería que es entre Irán y el gobierno de Estados Unidos. No. Parecería que es entre Irán y Donald Trump.
Porque – y en este sentido algunos comentaristas y sabiondos apuntan – Trump tuiteó que «All is good», que dará un mensaje a la nación mañana por la mañana, que quizás no hubo bajas estadounidenses, que por ahí eso fue a propósito, que entonces no habrá retaliación de la retaliación y todo quede en nada…
En circunstancias normales, el presidente de Estados Unidos estaría deliberando con sus aliados en Londres, en París, en Otawa. Buscando aliados, ampliando la coalición, explicando al mundo las razones de su procedimiento. Pero Trump ignora las razones de su procedimiento, porque estas no existen para un personaje narcisista y peligrosamente desiquilibrado como él. Tampoco acepta o le importan otras opiniones. Tampoco soporta que lo critiquen. O que le muestren que no es el rey.
Y como no tiene ya quien lo corrija, lo ataje, lo detenga en su propio entorno, como no tiene a su derredor más que aduladores y gente de bajo nivel, se infla el pecho y prepara el discurso de inauguración de su segundo término en el gobierno, el 21 de enero de 2021. O prepara su discurso de victoria y venganza el día en que gane las elecciones, el martes 3 de noviembre.
O al menos así se lo dicta su imaginación febril. Estamos gobernados por un mandatario irracional, temerario, que no escucha ni tiene planes. Y que está rodeado de yesmen.
Peligra Israel
Por eso, no sabemos qué pasará. Trump es un maestro del arte de opinión pública y generación de imágenes televisivas. Y si tiene principios, rescatamos al menos uno: no perder nunca; no dar la impresión nunca de que pierde, y siempre empeorar, acelerar, intensificar el conflicto. Por ahí gana. Por ahí perdemos.
Porque, ojo, donde caen las bombas es en Irak, sobre bases iraquíes, con soldados iraquíes. Donde ha amenazado el ayatollah Jameiní no es Mar-A-Lago, ni siquiera Washington, es Israel, con su población civil densamente poblando la planicie costera. Un ataque de Iran contra Israel le asegurará el apoyo irrestricto de pueblos y países árabes a su alrededor, con poca reacción del mundo, con excepción del poderío militar israelí. Que si reacciona, llevaría a la expansión del conflicto a uno del mundo islámico contra… contra quien quede. Peligra Israel. Esto es cierto, independientemente de la opinión que uno tenga sobre la política de Benjamín Netaniahu.
Los tambores redoblan a muerte
Por eso también augura desgracias este desencadenamiento de hostilidades. Empezó por el asesinato de un asesino, el general Suleimani, número dos de hecho en la jerarquía de la República Islámica de Irán. Sigue con esta hilera de represalias, no sin antes haberse escuchado la voz estridente de Trump amenazando con atacar 52 sitios iraníes, entre ellos los tesoros de la cultura iraní, que son los de la cultura universal y que constituiría (otro) crimen de guerra.
Los ejércitos ya se enfrentan. La sangre de los generales de ambos lados (o de todos los lados) se calienta. En todas partes visten uniformes los hijos de los pobres. Los tambores redoblan y suenan a muerte.
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