Si se acusa durante la campaña electoral de racista y fascista a quien hoy es el ganador de las elecciones hay que apechugar después con las consecuencias. ¿Se infiere de ello que la sociedad votante es copartícipe del racismo publicitado? ¿Hay tantos votantes fascistas en nuestro país?
El partido triunfante fue MAGA
A la pregunta inicial hay que contestar que la respuesta es un rotundo no, las sociedades no se vuelven fascistas de la noche a la mañana. Sin embargo, algún hechizo ha habido que ha despertado el lado más conservador y oscuro del ser humano, y el latino no vive al margen.
Detectamos en las pasadas elecciones una realidad poco gratificante: la grandeza de la victoria ha pasado como un rodillo por encima de los partidos tradicionales. Pierden tanto el partido demócrata como el republicano. Gana MAGA: “Make America Great Again”.
Si una campaña electoral está mal orientada o no, no se sabe hasta que se ven los resultados. Las elecciones tienen unas reglas que favorecen a unos, o a otros, pero hay malas pócimas que inevitablemente conducen a lo imprevisible, que es adonde nadie quiere llegar. Demócratas y republicanos se han diluido como un azucarillo. El sistema democrático tal como lo conocíamos aparentemente se agotó, o lo agotaron. El dinero ha encontrado un resquicio por donde escalar al poder por la vía de blandir la varita mágica de la riqueza bruta. El vehículo: MAGA.
¿Y si la prensa falló? Es fácil decirlo a posteriori. Hay que explicar cinco millones de votos de diferencia entre la vicepresidenta y Trump. Harris obtuvo alrededor de diez millones de votos menos que Biden en las elecciones del 2020. ¿Desencantamiento? Trump contabilizó esta vez prácticamente el mismo número de votos que la vez pasada: 74 millones.
La primera reacción: la candidata no encandiló al votante. Nancy Pelosi ha acusado a Biden de no haber dejado libre el camino antes. Cierto, pero es que Harris no estaba preparada para una sucesión, que además vino precipitada. Pelosi asimismo alega que no hubo tiempo para hacer primarias, lo que hay que interpretar como que dudaba de la idoneidad de la candidata. Y razones tenía, porque al fin y al cabo Harris fue seleccionada para ser vicepresidenta por poseer atributos complementarios de Biden: por ser mujer y no ser blanca; quedando en segundo plano sus méritos propios, que nadie los niega. Y eso queda en la memoria colectiva. No se cambia esa percepción de la noche a la mañana.
Se ha insinuado que ha habido conflictos de género, que latinos y afroamericanos no estaban muy ilusionados con la presencia de una mujer en la Casa Blanca. Al margen de lo que digan las encuestas, no puede ser totalmente verdad, porque Hillary Clinton obtuvo más votos que Trump en su día. El entusiasmo no se improvisa, que es otra cosa.
Hastío. Hay ofertas electorales ya muy gastadas, que repetidas machaconamente y en un corto periodo de tiempo no favorecen los votos a fondo perdido. No más cheques en blanco. Muchos no votan lo que recomienda una cantante, un medio de comunicación o un expresidente. Hay ciudadanos que demandan otro nivel.
La relación de confianza no ha funcionado. El descaro de ofrecer cambios sociales improvisados por votos ya no es creíble si no va acompañado, pongamos, por unos precios de bienes al consumo o vivienda más asequibles.
En contraposición, Elon Musk ofreció dinero por inscribirse en el partido republicano, algo lindante con el abuso de las reglas electorales. Se debería analizar asimismo por qué un juez declara ilegal justo tras las elecciones el plan de Biden que mejoraba la situación de migrantes indocumentados casados con estadounidenses.
No es magia, es política pura y dura
Los poderes ocultos siempre salen a colación en momentos de decepción. Dueños del control de la información, hay quienes nos venden los medios como libertad de expresión cuando lo que promueven es el camino hacia la tergiversación y la dilución de lo que pueda obstaculizar sus proyectos. No es un asunto de información contra opinión. Son los intereses creados, como está escrito desde hace siglos.
Lo que más duele es que la situación del emigrante se va a ir al límite. Siendo optimistas nos queda la esperanza de que el discurso sobre la emigración promocionado en las elecciones haya tenido principalmente un valor instrumental: ganarlas. Entonces no será tan apocalíptico el futuro. Si nos atenemos al equipo de gobierno que se va destapando, va por otros derroteros. Se ve como prioritario crear una sociedad que favorezca el mayor beneficio y la mayor cuota de poder a una clase muy adinerada.
Colateralmente, se ha votado para apuntalar la hegemonía de un grupo que no está dispuesto a compartir aquello de lo que se sienten dueños. ¿Seremos en el futuro unos conejillos de Indias, cobayas, cuis con los que se experimente (y maneje) al antojo de unos pocos? Los poseedores de riqueza están obteniendo más beneficios que nunca, la lista de los más pobres a su vez se ha disparado. De momento, el cinturón aprieta y no llega a ahogar, aunque obliga a hacer juegos malabares con la economía doméstica.
¿Quién ha protegido, dicho sea de paso, a la clase media que ha sido el colchón tradicional sustento del edificio social? Hoy se la zarandea y se la somete a un tipo de “reduflación” laboral similar a la que vemos en los supermercados para mantener los beneficios: mismo paquete, menos peso.
Uno de estos ricos potentados con canal propio de televisión ha sentenciado irresponsablemente: “vivimos una guerra de ricos contra pobres, y de momento vamos ganando los ricos”. Es muy negligente convertir la sociedad en un enfrentamiento de unos contra otros, y aún peor, que malintencionadamente se azuce a “no emigrantes” contra emigrantes como se ha hecho las pasadas elecciones. Es moralmente ruin.
El tiempo será el juez inapelable que dictamine si el voto depositado por el ciudadano en las urnas sirvió para algo o si hay que rectificar.