Cuando se tiene la soga al cuello no se puede esperar. El tiempo ya no existe. Todo es ahora. Millones de familias en todo el mundo viven de un día para otro, al borde de la inanición, ya sin esperanzas. Si no es la destrucción ecológica que atenta contra su modo de vida, es la pobreza extrema, son los gobiernos autocráticos que ya no los consideran conciudadanos sino un lacre, una traba, una cosa molesta. O es la violencia, porque los grupos delictivos armados, que pululan así como escasean las medidas punitivas y la protección de la ley, están allí para aterrorizarlos, amenazarlos de muerte. O matarlos.
Así es la vida de las familias centroamericanas que mueren por venir a Estados Unidos.
¿Quién puede pensar en acercarse al consulado estadounidense, quién sabe adónde, juntar los papeles, presentar una solicitud y esperar años por una respuesta incierta?
Lo que hacen no es emigrar, es huir por sus vidas
No son cobardes. Al contrario: son valientes, porque una vez que enfilan el camino al norte no los detiene nada. Especialmente no los detienen los rumores.
Que el calor mata. Que hay víboras cascabel. Leones de montaña. Que la frontera está cerrada. Que en el camino los coyotes los van a abandonar. Que van a violar a sus hijas y sus esposas. Que los policías a los que van a acudir en su camino al camino del cruce no son mejores. Quizás peores, porque tienen la fuerza de la autoridad.
¿Hay algo peor? Sí, que no son rumores, sino verdades.
Así ha sido por décadas. Pero ahora, más. Todo es peor, dicen.
No, no son cobardes, porque no tienen de otra. Ya los extorsionaron bastante. Por eso, cuando esperan a la vera del camino que alguien venga con agua y es la Patrulla Fronteriza, lloran de alivio, de vergüenza, de miedo.
Sí, la inmigración masiva, en la última década, es un fenómeno global. Los que pueden huir huyen. Y los caminos son traicioneros y mortíferos. La ruta del mar Mediterráneo que llega a Italia o Grecia o Francia cobra su precio de víctimas ahogadas. Lo mismo dentro del corazón de África, que hace mucho dejó de ser el continente promisorio.
Pero – y hay que escuchar esto – la frontera entre Estados Unidos y México es la ruta migratoria terrestre más mortífera del mundo. Lo dice Naciones Unidas a través de su Organización Internacional de Migración.
La organización “documentó 686 muertes y desapariciones de migrantes en la frontera entre Estados Unidos y México en 2022, lo que la convierte en la ruta terrestre más mortífera para migrantes en todo el mundo jamás registrada”, de un total de 1,457 migrantes que murieron aquel mismo año en todas las Américas.
A pesar de lo terrible de estos números, la organización de Naciones Unidas enfatiza que “estas cifras representan las estimaciones más bajas disponibles, ya que es probable que muchas más muertes no se registren debido a la falta de datos de fuentes oficiales”.
En especial, alude a que las oficinas forenses de varios de los siete condados fronterizos de Texas y de la agencia mexicana de búsqueda y rescate no proporcionaron datos oficiales.
La Brecha del Darién
Un lugar especialmente mortífero para inmigrantes es la Brecha del Darién, una selva inhóspita entre Panamá y Colombia, que registró 141 muertes de migrantes en 2022.
El número de víctimas ha ido creciendo inexorablemente desde que la institución comenzó a publicar sus reportes en 2018, de 596 a 1,457, un aumento de unos 250% o 2.5 veces más.
Que los números reales son mayores de lo reportado se basa también en que uno de cada 25 personas que participaron en los cruces – fueron 340,000 en 2023 – vieron a alguien morir en el camino.
Según Naciones Unidas, desde 2014 han desaparecido – otra vez, solo oficialmente – 9,555 personas en el continente americano camino a Estados Unidos.
Y desde 2014, el proyecto Missing Migrants Project – Proyecto Migrantes Desaparecidos – ha reconocido 2,980 muertes de inmigrantes mientras trataban de cruzar de México a Estados Unidos.
Estas desgracias han ocurrido particularmente en dos zonas de la frontera: el Desierto de Sonora, que se extiende en el suroeste de nuestro país así como el noroeste de México, donde reina el calor y la carencia de agua potable, y el Río Grande/Río Bravo, que con sus corrientes ha causado innumerables muertes por ahogamiento. Esta última, a su vez, ha aumentado en todo el mundo paralelamente a la crisis migratoria global, y se calcula que en la última media el número de víctimas llegó a 2.5 millones.
En su informe “Migration within the Americas”, la organización establece lo obvio: los causantes de los decesos son las aguas torrenciales, la deshidratación, el hambre, pero también accidentes automovilísticos, cuando, como sabemos, pickups conducidos a toda velocidad por personas sin licencia y que cargan 20 o más seres humanos se accidentan.
Lo peor es que en un tercio de los casos registrados – que, recordemos son a su vez una fracción del total – se desconoce la causa de la muerte.
La muerte, casi siempre , es la única certeza
Pero para aquellos que aún están a cierta distancia de la frontera y se encuentran tratando de cruzar México de sur a norte, la muerte llega por accidentes de trenes – los migrantes se cuelgan de esos trenes, se suben a sus techos y a menudo caen a su muerte – así como robo que lleva a asesinato, así como violencia sexual que termina en homicidio. Finalmente, en todas las regiones muchos mueren porque se enferman y carecen de atención médica que en condiciones normales les hubiera salvado la vida.
Los datos, que se pueden encontrar en la base de datos, son secos, carentes de detalles humanos. El 26 de junio, hace pocas semanas, una mujer murió en una zona desértica dentro del condado Pima en Arizona. La mujer había logrado cruzar la frontera, pero no llegó lejos.
Al día siguiente, un hombre murió en un paraje desértico junto a la ruta Duquesne, en el condado Santa Cruz de Arizona. El mapa lo muestra muy cerca de Nogales.
Por último, las “soluciones” presentadas hasta ahora no lo son. Al contrario, han recrudecido el problema y aumentado las víctimas. Las medidas punitivas tomadas por el actual gobierno mexicano para quienes tratan de llegar a la frontera los empuja a esconderse más hondo dentro de desiertos y otras zonas remotas, sin acceso a ningún recurso y sin ninguna ayuda.
Según el National Network For Immigrant, organización comunitaria de ayuda con sede en Oakland, California, la militarización de la Patrulla Fronteriza estadounidense a partir de 1998 hasta la fecha tuvo consecuencias adversas: “ha registrado más de 7.000 muertes de migrantes a lo largo de la frontera entre Estados Unidos y México entre el año fiscal 1998 y 2020, y el año 2020 fue el año más mortífero registrado”.
Como se ve, los números fluctúan. Son inexactos. Pero en todos los cálculos son inmensamente grandes. Y fuera de esos cálculos, la realidad es aún peor, porque demasiado frecuentemente, “el gobierno de Estados Unidos fracasa sistemáticamente en recuperar los restos” de los muertos.
Este recurso cuenta con el apoyo total o parcial de fondos proporcionados por el Estado de California, administrado por la California State Library en asociación con el California Department of Social Services y la California Commission on Asian and Pacific Islander American Affairs como parte del programa Stop the Hate . Para denunciar un incidente de odio o un delito de odio y obtener ayuda, visite CA vs Hate.