Sentado en el bar de la YPF a contraluz del ventanal, Rolando recuerda otras luces; esas que ya no existen en el pueblo y que, si de casualidad volvieran a encenderse, no las vería tras la verde ceguera de sus anteojos.
La noche inolvidable
Las primeras son los siete focos que su padre, Domingo del Pilar Bustos, gestionó como secretario de gobierno de Florindo Rivera para las diez cuadras que iban a la ruta; cuando calle Belgrano era el único ingreso a Ballesteros y nadie veía el camino en la oscuridad. La segunda, es la enorme luminaria de la Sociedad Italiana que, como una torta invertida, irradiaba los colores verde, blanco y rojo.
Pero amén de su oficio, las luces que con más cariño guarda Rolando no son eléctricas. Y este es el primer recuerdo que relata, mientras tomamos el primer café.
“El 26 de julio de 1952, el día que murió Eva Perón, se hizo una capilla ardiente. Fue en una piecita derruida donde antes funcionara la casa Buthé y Journé… Casi todo el pueblo pasó a dejar una vela o una flor y todos rezaban el rosario… Yo tenía 14 años pero nunca me pude olvidar de esa noche…”
En busca de una vida
Pocos minutos antes, lo pasamos a buscar en el auto de un amigo en común, Gastón Zinna; que me dice lo que todos saben en Ballesteros: “Hay tres lugares donde lo encontrás al Rolando; en la casa, en el club Tiro o en la unidad básica”.
Y cuando Gastón golpea la puerta, Rolando sale con la misma estampa de toda la vida: anteojos de cristal verde oscuro, gorra gris-topo y campera color nutria.
Sin embargo, a pesar de sus 84 años sigue tan espigado como siempre; sólo que ahora renguea un poco.
“La pandemia me hizo mal –nos dice a modo de disculpas cuando sube al auto ayudado por Gastón- pero qué querés… Nací el 14 de noviembre de 1937, para el día de las Niñas de Ayohuma… O sea que no me puedo quejar mucho, ¿no?”
Y entonces arrancamos hacia la YPF, mientras Ballesteros pasa por su ventanilla como un sueño; igual que se ve pasar la vida poco antes de la muerte, según los místicos. Y en el camino, pasamos frente a la unidad básica.“La estamos arreglando toda… -me dice Gastón- Ya le hicimos el baño nuevo y un asador, pero todavía falta…”.
Y entonces Rolando le dice a Gastón que hay que hacer un asado urgente.
“¡Pero si ya hicimos uno la semana pasada!”.
“Por eso te digo; porque ya pasó mucho tiempo”. le contesta. Y los dos se ríen.
El peronismo y la electricidad
Sin embargo, Rolando Bustos no sólo es uno de los peronistas más longevos de Ballesteros sino el electricista con más años de oficio. Y esa es, precisamente, mi primera pregunta.
“¿Cómo me hice electricista? Mirá, cuando terminé sexto grado yo quería seguir estudiando, pero los medios no me daban. Entonces mi hermano mayor, el “Titi”, me dijo: “No importa… ¡Aprendés un oficio y listo! Podés entrar en la Escuela del Trabajo de Villa María y no tenés que pagar nada. Te llevás un colchón, vas el lunes y el viernes ya te venís a casa. Además, si estudiás electricidad, con una pinza, un destornillador y una escalera ya podés trabajar…” Y el «Titi» tenía razón…
-Por lo visto, le hiciste caso…
-Si, pero no fue tan fácil. Porque en el año ´53, en la Escuela del Trabajo no había más cupos… Pero mirá lo que son las cosas… El jefe político de Villa María de esos tiempos, José María López, había vivido en Ballesteros. Mi mamá lo conocía y le habló. Entonces López levantó el teléfono y lo llamó al director de la escuela, el señor Müller. Y al rato le dijo a mi mamá: “Señora, vaya tranquila que su hijo ya está inscripto. Tiene la matrícula 93… Sólo tiene que llevar la cama y en la escuela le van a dar colchón y ropa de cama…” Además de eso, me dieron un par de zapatos y dos mamelucos… Un espectáculo…
-¿Y qué hiciste después?
-Me recibí en el ´56 y empecé a trabajar en los Teléfonos del Estado, en Villa María. Pero al poco tiempo, me enfermé… Me agarré una pleuresía. Así que me llevaron al Sanatorio Británico de Córdoba y estuve un mes internado. Me curé gracias a un doctor Chara, de Santiago del Estero, que me dio unos antibióticos fuertísimos.
La vida sin Perón
Pero a la vuelta, ya no tuve más lugar en los teléfonos y hablé con el sindicato.
-¿Y qué pasó con tu reclamo?
–No pasó nada porque eso fue en el ´59 en tiempos de Frondizi, cuando el sindicalismo no tenía ni la mitad de la fuerza que en el tiempo de Perón. En Villa María me hice muy amigo de un dirigente gremial, Aldo Amaya. Una vez que estábamos de huelga, nos fuimos al Parque de Villa Nueva y él me dijo: “Si te sacan de los teléfonos, ponéte a trabajá por tu cuenta … Es lo mejor que podés hacer…” Así que le hice caso a él y al “Titi”. A los pocos días me compré un destornillador y me armé una escalera… A la pinza ya la tenía (risas) Desde ese día, fui electricista durante sesenta años en el pueblo…
-¿Cuáles fueron tus obras representativas?
-Además de cambiar los cables de todas las casas que te imaginés y de arreglarle la afeitadora al cura Piazza (risas), hice la instalación completa de la escuela de Ballesteros Sud, que recién tuvo electricidad en el ´64 gracias a la gestión de Atilio Zárate, que era el director. Me acuerdo que un día, Zárate me llamó y me dijo: “¡Vino la plata! ¿Me acompañás a buscarla?” Y nos fuimos al Banco Nación de Bell Ville… Era un paquetón de guita así de grande… Él me pagó por adelantado pero yo le di diez mil pesos como agradecimiento. Él me los aceptó y los puso en la cooperadora de la escuela…
-¿Y en el pueblo?
–En el ´75 cambié la instalación completa de la Sociedad Italiana… Me acuerdo que saqué una montaña de cables viejos… Los habían puesto en los ´40 y estaban resecos… También arreglé los tres tubos de neón circulares que había en el techo, un plafón que daba luces verdes, rojas y blancas, como la bandera de Italia… Creo que todavía están…
Pero Gastón le dice que no, que hace un par de años las cambiaron por un sistema “led”. Sin embargo, a Rolando pareciera no importarle demasiado; porque en su recuerdo, las parejas siguen danzando en una pista de luces tricolores con una lejana música del pasado.
‘Ese hombre va a ser presidente…’
-Ahora, contáme cómo fue que te hiciste peronista…
-Cómo me hice peronista –dice Rolando repitiendo mi pregunta en tono evocativo, sacándole los signos. Y haciendo una pausa, pareciera buscar la punta del cable que le desenrede y a la vez le ilumine ese recuerdo- Muy simple… Mi viejo tenía un taller de talabartería y se había comprado una radio Philips. En esos tiempos, era como tener hoy el mejor televisor del mundo. Y un sábado a la tarde de 1944, estaba escuchando uno que hablaba y la gente lo aplaudía. Entonces le pregunté: “¿quién es ese que habla, papá?” Y me dijo: “Ese es el coronel Perón, hijo… Ese hombre va a ser presidente de la Nación porque quiere mucho al obrero”…. Esas palabras no se me borraron nunca… Yo tenía seis años y desde ese día, fui peronista para siempre…
Y entonces, algo parecido a una lágrima, asoma tras los verdes vidrios de sus anteojos, como un paisaje lejano tras una ventana llovida.
-En todo caso, tu viejo acertó con el pronóstico…
-No sólo eso, sino que “trabajó” para acertar… Porque el 24 de febrero de 1946, cuando se hicieron las elecciones, él fue fiscal. ¿Y sabés por qué lo eligieron? Porque en ese tiempo había muy poca gente que sabía leer y escribir… Y a pesar de ser obrero, mi viejo era muy culto… Cómo será que dirigía el Centro Filodramático “Los Girasoles”, que hacía obras de teatro acá en Ballesteros…
-¿De él heredaste tus dotes de recitador?
-Sí, porque yo siempre recitaba poesías en los actos escolares y él me alentaba… Yo me sabía el “Martín Fierro” de memoria… Y para que te des una idea, no hace mucho me dieron el segundo premio en un encuentro de adultos mayores en Villa María… Había una carpa con tres mil personas y yo representé al Centro de Jubilados de Ballesteros… No sabés cómo me aplaudieron… Fue un día maravilloso para mí… En los años´60, fui presentador de “Los copleros del ceibal”, el grupo de folclore que habían formado el Mario Nicosia con el “Negro” Heredia y el “Pirucho” Rodríguez… Todavía me acuerdo de la apertura: “Rendimos honor al ceibo/ flor hermosa, flor nacional/ y aquí están para cantarle/ los copleros del ceibal…”
Los años de la proscripción
-Contáme cómo era Ballesteros en el ´55, tras el golpe de Estado…
-Qué te puedo decir… Yo estaba cagado de miedo porque en la Escuela del Trabajo éramos pocos los peronistas… Y acá en Ballesteros, no te creas que éramos muchos… Además, a todos nos tenían identificados… Estaba don Miguel Davicco que luego fue intendente electo; estaba don Florindo Zinna, que era el abuelo del Gastón; estaba don Miguel Ferigo que era el peluquero y don Mirgone con su esposa Ofelia… Y también el cura Company… Cómo será que en el ´48, Perón lo nombró a Company capellán del ejército… Y por cierto, estábamos mi viejo, mi hermano y yo…
-¿Por qué tanto miedo?
-Porque por esos tiempos, algunos radicales nos vigilaban. Recorrían el pueblo todas las noches para ver si nos reuníamos, y así poder denunciarnos al Comando Civil… ¡Mirá si nos íbamos a reunir con el miedo que teníamos y con Perón exiliado! Pero igual metieron preso a varios… A a don Miguel Davicco y a don Alejandro Garella los acusaron de querer quemar la iglesia… Y también lo metieron preso a mi hermano…
-¿Al “Titi”?
-Sí, lo acusaron de haberse robado una “máquina de rédito” en la casa del lado… ¡Pero él no tenía nada que ver! Igual lo guardaron “por las dudas” en Bell Ville. Yo lo fui a buscar al otro día porque tenía un amigo allá; un tal Pepicelli, que si bien no era peronista, era compañero de la Escuela del Trabajo. Pepicelli fue a preguntar a la jefatura por mi hermano y yo lo esperé en la plaza. Al rato volvió y me dijo: “enseguida lo largan”. Y al rato vino el “Titi”… Yo tenía una alegría bárbara y los abracé a los dos… Me acuerdo que al rato nos tomamos el colectivo y nos volvimos al pueblo…
Cuando volver fue posible
–¿Y cuándo volviste a la unidad básica?
-Recién en los setenta, cuando el peronismo volvió a la intendencia. Lo eligieron a René Godoy, pero te cuento cómo fue… Acá, los radicales daban por fija que ganaban ellos… Cómo será que ya habían preparado las bombas y habían cortado la calle que iba del boliche de Marcelito hasta la casa de Salusso, que era el candidato. Y tenían razón, “acá ganaban”… Lo que no tuvieron en cuenta es que por ese entonces, también votaba Ballesteros Sud. Y allá, el peronismo ganó por mucho margen; así que con eso nos alcanzó, y los que salimos en caravana fuimos nosotros… (risas) Pero lo hicimos sin hacer lío, sanamente y con mucho respeto…
-Según se dice, fuiste presidente del partido y “bautizaste” a la unidad básica…
-Sí, nosotros nos llamábamos solamente “Unidad Básica Ballesteros”; y durante mi presidencia propuse que le pusiéramos “Unidad Básica Eva Perón, Ballesteros”. Por suerte todos estuvieron de acuerdo… Y todo por aquella vez de la capilla ardiente que…
Días de radio
Pero Rolando se quiebra por segunda vez, como cuando nombra a su padre en aquella sesión de radio de la infancia. Entonces, sacándose los cristales verdes, se seca la vista. Es cuando compruebo que sus ojos son más pequeños y rasgados de lo que parecen tras el vidrio, casi como los de un chino.
Para alejarlo de la frecuencia melancólica en la que ha sintonizado su corazón y sus recuerdos, dejo que la charla se dispare hacia otros temas. Acaso porque todo lo que me cuenta con “paciencia oriental” es de un grandísimo interés. Desde la “profanación de la cruz” del Salón Parroquial a un brutal asesinato en Córdoba que involucraba a una familia ballesterense. Del equipo de básquet que integró alguna vez en Tiro y Gimnasia a los aviones que aterrizaron de emergencia en la ruta frente al pueblo. Yo quisiera hacerle otras preguntas que, acaso, sonarían indiscretas. Por ejemplo, por qué nunca se casó, o por qué se emociona tanto cuando habla de su padre. Pero mientras me cuenta otros retazos de su vida, siento que de alguna forma me las va respondiendo.
A la luz de Rodolfo Walsh
“Cuando éramos jóvenes, yo tenía un grupo de amigos incondicionales; el Sergio Mendina, el Aldo Strani y el “Tito” Traversa… Y los sábados íbamos a la confitería a Villa María; una que se llamaba “Chak”… Me acuerdo que una noche bailé con una chica de Las Perdices… Era un gringón impresionante… Como una modelo… Con decirte que era más alta que yo… Me acuerdo que me pidió fuego y yo después la saqué a bailar y me dijo que sí, como si nada… ¿Y sabés lo que hizo? Una cosa que me descolocó… En medio de la pista me empezó a besar en la boca… La vi dos veces más, pero un sábado en que habíamos quedado, me agarró un ataque al hígado… Esa noche no viajé, la otra tampoco. Y nunca más la vi… A veces la recuerdo y pienso que habrá sido de ella…”
Y luego:
“Vos me preguntaste recién por las mujeres más lindas del pueblo en mis tiempos… Te las voy a nombrar: la “Yara” y la “Negra” Lagazzi, que eran hermanas; la “Techi” Viutti y la “Tití” Mendina… Y mirá lo que son las cosas… Todas se fueron muy jóvenes… También me preguntabas por los libros… Yo leí un solo libro en toda mi vida, el “Martín Fierro”… Pero lo leí varias veces… Si Dios quiere, lo volveré a leer antes que me muera. Ahora me han prestado otro. Se llama “Operación masacre” y desde lo político, es bárbaro…
Cuando voy a la unidad básica, le pido a mis amigos que me lean algunas páginas… El autor es Rodolfo Walsh…”
La última pregunta que le hago a Rolando, tiene que ver con el futuro, ya que hasta el momento sólo le pregunté por el pasado.
La calle iluminada por la memoria
«¿Qué espero de la vida?». «Mirá, si pudiera ver un treinta por ciento más de lo que veo ahora, sería el tipo más feliz del mundo. Porque hoy, la jubilación me sobra. Como no salgo a ningún lado, ya no gasto. Y encima, en la pandemia dejé de fumar. Tampoco pago alquiler porque tengo casa propia, así que sólo me queda volver a leer… Eso es todo lo que pido»
Yo hago una pausa, y sin que medie pregunta alguna, él igual me responde la que siente flotar en el aire.
«¿Querés sabés por qué no pago alquiler? Porque gracias a un crédito del Banco Hipotecario que mi vieja sacó en tiempos de Perón, pudo empezar a pagar esta casa apenas quedó viuda. Y yo la terminé de pagar veinte años después, cuando volvió Perón… Fuera de eso, lo que más extraño es al “Titi”, que murió en el ´89 y a mi viejo, que murió en el ´50, cuando yo tenía 12 años… Me parece que todavía lo escucho aquella tarde diciéndome: “ese que habla, hijo, va a ser presidente porque quiere mucho al obrero”… Por eso esa noche en que fui a la capilla ardiente lloré tanto… Creo que lloré por los dos… Por Evita y por él… Porque se habían ido y todo se ponía más oscuro…”
Al final de la charla, Gastón lo lleva a Rolando hasta su casa. Y como un lazarillo, lo conduce una vez más hasta la puerta. Y me digo que, amén de las luces que todavía brillan en su recuerdo, Rolando tiene otras lámparas; como las manos de sus amigos que lo guían hasta un sitio seguro, o esos focos que alguna vez clavó su padre, para que él nunca se saliera del camino.