La masacre de Robb Elementary, en Uvalde, Texas, que le costó la vida a 19 niños y a dos maestras, motivó a muchos conservadores a que se concentraran en la salud mental del asesino, Salvador Ramos, como la causa fundamental del acto de terror.
No creo que se pueda ignorar la psiquis de quienes perpetran asesinatos en masas. A veces, es una variable muy importante. El problema es cuando se trata de utilizar este factor como la explicación central de este tipo de evento y se ignora otros elementos intervinientes que tal vez sean más relevantes para entender la conducta criminal.
El análisis sociológico
Ya en los 1700s, la argumentación filosófica de Cesare Beccaria sobre la racionalidad de los criminales abrió un espacio de indagación que sería continuado, desde otras perspectivas, por el análisis psicológico de Phillip Pinel y el controvertido determinismo biológico de Cesare Lombardo, entre otros. Pero terminó siendo la sociología (y más adelante la criminología) la que aportó el mejor marco analítico para comprender la complejidad de este fenómeno multidimensional.
Sociólogos como Emile Durkheim, desde su funcionalismo conservador, y Karl Marx, con su revolucionario análisis económico, rechazaron psicologizar eventos sociales y se enfocaron en la importancia fundamental de las estructuras sociales y la cultura. En otras palabras, las instituciones y prácticas que hemos establecido a lo largo de la historia para resolver nuestras necesidades colectivas.
Ya años atrás el gran sociólogo estadounidense C. Wright Mills sugirió que para entender los problemas personales debemos usar nuestra ´imaginación sociológica´ y conectar las experiencias del individuo con los grandes problemas y temáticas sociales de nuestro tiempo.
Así es como, en el caso de Salvador Ramos, C. Wright Mills probablemente sugeriría que más que psicoanalizar su conducta lo debemos encajar en un contexto social, económico y político para entender las raíces de su comportamiento criminal y, al mismo tiempo, para entender por qué Estados Unidos es el productor número uno de este tipo de criminales.
Una historia de violencia
Ese análisis sociológico indefectiblemente conduce a un país con una historia de esclavitud, de genocidio de pueblos originarios, de conquista imperialista. En definitiva, un país con una cultura de violencia alrededor de la cual se edificaron sus instituciones fundamentales.
Más allá de los ideales de libertad e igualdad de los Jeffersons y Hamiltons y otros pensadores influenciados por las ideas de la Ilustración, las leyes que sirvieron de cimiento para la fundación y organización institucional de los Estados Unidos de América ya incluían los genes de un sistema de violencia y discriminación que son un común denominador en su historia.
¿Acaso la misma Constitución Nacional de 1789, con el compromiso de los 3 quintos, no legitimaba de facto la esclavitud? Fue una guerra civil que costó la vida de más de 600,000 estadounidenses y tres enmiendas a la carta magna lo que finalmente revirtió, al menos legalmente, esta aberración.
De la misma manera que esa guerra y esas enmiendas constitucionales eliminaron la esclavitud y contribuyeron al surgimiento de un nuevo país que liberó y energizó las fuerzas económicas y políticas de la Revolución Industrial, ¿no es tiempo que modifiquemos la Constitución a fin de eliminar la Segunda Enmienda que al permitir la tenencia de armas nos tiene estancados en este periódico baño de sangre?
Tal vez tenía sentido armar a los colonos durante la Revolución Americana del siglo XVIII para confrontar a las tropas de la Corona inglesa con el hostigamiento táctico de una ciudadanía armada, pero hoy en día no tiene ningún justificativo militar ni político. A mi entender, de la misma manera que la democracia estadounidense eliminó la esclavitud porque representaba un impedimento al desarrollo económico nacional y una aberración moral, hoy es hora de eliminar el derecho a tener armas.
Todos somos responsables por Robb Elementary
La matanza de los niños en Robb Elementary, el ataque racial contra afroamericanos en un mercado de Buffalo, New York, y el asesinato en una congregación taiwanesa en Laguna Wood, California, en el lapso de solo diez días, no son producto de un orden divino. Por el contrario, son consecuencia de decisiones tomadas por hombres de carne y hueso que han establecido una organización de la sociedad, con una ecuación que refleja la lucha y la distribución de poder a lo largo de la historia. Una historia con maravillosos ideales y logros, pero también con mucha sangre.
A no equivocarnos. Todos fuimos y somos parte del establecimiento y reproducción de este orden social, económico y político que llamamos nuestra democracia capitalista americana. Con nuestro consentimiento o con nuestro cuestionamiento, somos coautores de este experimento. También, a veces, con nuestro silencio y pasividad política.
Así que no podemos echarle la culpa a ninguna conspiración foránea, ni a los Luciferes que nuestras imaginaciones crean, ni a la salud mental de un pobre diablo. Lo que ocurre es producto de esta realidad que, día a día, en nuestras familias, nuestras escuelas, economía, gobierno e instituciones religiosas, nosotros mismos creamos y reproducimos.
Somos cómplices. Repito: somos cómplices, voluntarios o involuntarios, y lo seguiremos siendo hasta que acordemos un consenso que conduzca a reformas jurídicas substanciales y una redefinición de valores culturales. En este caso, como primer paso, reformas que no se centren en proteger los intereses de la Asociación Nacional del Rifle (NRA), sino que en el interés de niños como los de Sandy Hook y Robb Elementary.
Este artículo fue apoyado en su totalidad, o en parte, por fondos proporcionados por el Estado de California y administrados por la Biblioteca del Estado de California.
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