El tren en la estación de ´downtown´ Los Ángeles estaba por partir y había mucho bullicio. La gente se saludaba, subía sus maletas, los niños tomados de la mano tenían cartelitos colgados del cuello que los identificaba. Los soldados vigilaban. Y en uno de los vagones iba un jovencito de 17 años: Ralph Lazo.
Orden de evacuar
La orden de la autoridad militar que se había posteado en carteles era bien clara y había generado inquietud en la comunidad japonesa de Los Ángeles. Por razones de seguridad nacional, había que registrarse y prepararse para irse de la ciudad a un campo de concentración lejano y con un futuro incierto.
Había que dejar atrás casas, negocios, carros, muebles, libros, cuadros, animales domésticos y amontonar en un par de valijas ropa, fotos y lo poco más que cupiera de esa vida que quedaba atrás.
Era comienzos de 1942, apenas un poco más de tres meses de Pearl Harbor, y en Estados Unidos sonaban los tambores de guerra. El presidente Franklin Delano Roosevelt había denunciado la infamia del sorpresivo ataque de los aviones japoneses que habían matado a más de 2,400 estadounidenses y el sentimiento antijaponés se había extendido y transformado en una histeria colectiva contra todo lo nipón. Incluyendo no solo a los inmigrantes japoneses que estaban establecidos en el país desde hacía tres o cuatro décadas atrás, sino también contra ciudadanos estadounidenses de ascendencia japonesa.
El joven estudiante
Ralph Lazo era un joven mexicano-estadounidense de 17 años que vivía en Bunker Hill, una sección del centro de Los Ángeles en la que se habían asentado familias inmigrantes de todas partes del mundo, incluyendo una gran colectividad japonesa.
Ralph nació el 3 de noviembre de 1924 en Los Ángeles, pero su familia llegó a residir en Texas y en una reserva indígena en Arizona en donde asistió a la escuela primaria. Cuando tenía solo 5 años de edad su madre, Rose Padilla, falleció. A partir de entonces Ralph quedó con su padre John Houston Lazo, que pintaba casas y llegó a trabajar para el Santa Fe Railroad, y una hermana mayor, Virginia, que en gran medida se encargaba de cuidarlo.
En Los Ángeles, Ralph estudió en Belmont High School y, aunque se identificaba como mexicano-estadounidense, nunca llegó a establecer una base social substancial de amistades dentro de ese grupo étnico. Por el contrario, jugó en el equipo de básquetbol de la Filipino Community Church y primordialmente interactuaba con jóvenes de ascendencia japonesa, china y filipina quienes, en ocasiones, lo invitaban a comer en sus casas. Una experiencia social que generó una conexión empática que explicaría mucho sobre su vida y las decisiones que tomaría cuando estalló la Segunda Guerra Mundial y muchos de sus amigos pasaron a ser objeto de insultos y discriminación.
No se sabe con exactitud cuándo Ralph Lazo, el joven que no tenía ni una gota de sangre oriental, decidió que se iría con sus amigos de ascendencia japonesa que eran transportados a los campos de concentración que se construyeron tras la Orden Ejecutiva 9066. Pero en un episodio anecdótico que se ha utilizado numerosamente para explicar la decisión, se suele mencionar un encuentro en el que un vecino compra una máquina de cortar grama por pocos centavos sabiendo que una familia japonesa tiene que vender todo porque está a punto de ser evacuada. El incidente, con reminiscencias de las transacciones especulativas en las que se vieron forzados los judíos en la Alemania nazi, habría afectado profundamente a Ralph.
Más tarde, Ralph habría mantenido una conversación con un compañero de la escuela que le explicó lo que estaba pasando con la comunidad japonesa y la orden de evacuación que se había emitido. Ralph pareció no entender y preguntó aún más. Finalmente, el estudiante, que iba a ser transportado a un campo de concentración con su familia, le dijo:
“Ralph, ¿qué vas a hacer sin nosotros? ¿Por qué no vienes con nosotros?”
¿Y por qué no?, debe haber pensado Ralph. Y cuando llegó el momento, fue a registrase. Se puso en la fila en la vieja estación Santa Fe y, cuando fue su turno, el soldado que lo anotó no demostró ningún interés en confirmar si era o no era japonés. Como Ralph diría años después, “A veces ayuda tener la piel marrón”.
La cuestión es que cuando sonó el pito del conductor anunciando la partida, Ralph Lazo estaba sentado en el tren con todos los evacuados. Con los hombres, mujeres, niños, ancianos, que eran llevados no a ´campos de internamiento´, como se ha tratado de suavizar el termino, sino a campos de concentración. No como ´internos´, sino como prisioneros.
Ralph iba en ese tren tras tomar la decisión solidaria de acompañar a sus amigos, a sus vecinos, a donde sea que los llevaran. Una decisión que tal vez ni él mismo entendiera, pero que se transformaría en un acto con dimensiones históricas.
Campo de concentración Manzanar
Tras Pearl Harbor y la sospecha infundada de la existencia de espías de la inteligencia japonesa, las autoridades estadounidenses decidieron construir 10 campos de concentración en Arkansas, Arizona, California, Colorado, Idaho, Utah y Wyoming para enviar a los prisioneros que serían procesados en 17 centros, incluyendo el hipódromo de Santa Anita, en las inmediaciones de Los Ángeles, por donde pasó Ralph.
Manzanar, junto al de Tule Lake, fueron los dos únicos campos que fueron construidos en California. Más precisamente en Owen Valley, una región que perdió interés y se transformó en un territorio casi deshabitado después que el agua que posibilitaba la actividad agrícola fuese redireccionada, en 1913, para abastecer a la cada vez más grande metrópoli de Los Ángeles.
Pero aún así, Owen Valley es impactante. Tiene la imponente Sierra Nevada en el oeste y, del otro lado, las montañas Inyo.
Pero a no engañarse con la espectacular panorámica, porque en Owen Valley se está en una región semidesértica con un clima severo en el que las temperaturas, que en el verano fácilmente pasan los 110 grados Fahrenheit, en el invierno bajan a niveles de congelamiento. Aparte, el viento con calor y arena es una molestia constante.
Aquí es donde se construyeron las instalaciones de lo que sería el Campo de Concentración del Manzanar. Aquí es donde Ralph Lazo pasaría los próximos dos años.
La vida en Manzanar
Al llegar a Manzanar lo primero que impacta es la profunda desolación del lugar. Y ese viento arenoso, molesto, irritante, que parece no cesar.
El campo, de unos 500 acres, llegó a tener más de 10,000 prisioneros que vivían en 504 barracas divididas en 36 bloques. El perímetro estaba rodeado por alambres de púa, 8 torres con guardias, reflectores y la policía militar que patrullaba día y noche.
Cada bloque tenía entre 200 y 400 prisioneros que vivían en una barraca con cuatro ambientes. No había ninguna privacidad y todos tenían que compartir los baños y las duchas. También había un lavabo y un comedor.
A cada grupo de 8 prisioneros se les asignaba un espacio de 20 por 25 pies cuadrados. Había una estufa, una lámpara de luz, un catre, mantas y una colchoneta rellena con paja.
A pesar del desasosiego y los momentos de desesperanza, con la resiliencia típica de las comunidades inmigrantes que están acostumbradas a las privaciones, poco a poco los prisioneros comenzaron a reconstruir instituciones que les ayudarían a sobreponerse al desafío del momento.
Se establecieron actividades deportivas, programas de música, una escuela, congregaciones religiosas y hasta se organizó una cooperativa que publicaba un periódico, el Manzanar Free Press.
La mayoría de los prisioneros trabajaban en huertas, cavando canales de irrigación, en la cocina, criando animales, haciendo ropa, construyendo muebles. Y estaban los que, en base a su experiencia anterior, cumplían funciones como médicos, enfermeras y maestros.
Ralph en Manzanar
Al principio Ralph se sintió desilusionado cuando descubrió que la mayoría de sus vecinos y amigos de Belmont High y Bunker Hill no estaban en Manzanar, sino que habían sido transportados a otro campo de concentración en Wyoming.
Pero nada lo iba a desmoralizar y se integró plenamente a la vida del campo. Ayudó a plantar árboles, trabajó repartiendo cartas, organizó juegos deportivos, terminó sus estudios secundarios y se dice que, como intermediario romántico, ayudó a que se formasen algunas parejas.
El joven tenía un espíritu alegre que contribuía a mantener la moral en ese contexto tan depresivo. Y en una muestra de su humanidad, Ralph se interesó por los niños huérfanos que habían sido traídos al campo y organizaba juegos para mantenerlos entretenidos.
“Lo aceptamos y lo queríamos”, comentó Rosie Kakuuchi, una compañera de encierro. “Él simplemente era uno de nosotros”.
Ralph estuvo más de dos años en Manzanar hasta que, en agosto de 1944, fue enlistado en el ejército y enviado a la guerra en el Pacífico, en donde fue promovido a sargento y llegó a ganar una Medalla de Bronce por valentía en el combate.
Una lección moral
Si bien en Manzanar no se daba la brutalidad sistemática de los campos de exterminio nazi ni de los gulags estalinistas, no hay racionalización alguna, ya sea de carácter militar, político o filosófico, que justifique mantener prisioneros a inmigrantes y ciudadanos leales cuyo único ´crimen´ era el color de su piel y su apellido.
Ralph, ese jovencito jovial, tan lleno de entusiasmo, molesto por la injusticia, que casi inocentemente tomó la noble decisión de unirse a sus amigos y vecinos de ascendencia japonesa que eran llevados a los campos de concentración, no solo contribuyó a unificar simbólicamente a dos comunidades inmigrantes, sino que también a resaltar una grave violación de las libertades civiles. Una decisión valiente, desinteresada, que coloca a Ralph Lazo entre los héroes latinos de la historia estadounidense.
DESPUÉS DE LA GUERRA
Cuando la Segunda Guerra Mundial concluyó, Ralph asistió a la Universidad de California Los Ángeles (UCLA) en donde obtuvo una licenciatura en sociología. Más tarde se recibiría de La Universidad Estatal de California Northridge (CSUN) con una maestría en educación. Ralph se casó con Isabella Natera con quien tuvo tres hijos . En 1977 se divorciaron. Trabajó en la escuela San Fernando, en Taft y en Monroe High School y, en 1970, pasó a ser consejero en Los Angeles Valley College, de donde se jubilaría. Ralph Lazo falleció en 1992, a los 67 años de edad.
Este artículo fue apoyado en su totalidad, o en parte, por fondos proporcionados por el Estado de California y administrados por la Biblioteca del Estado de California.