La lengua del latino en el crisol americano
Todos conocemos casos en que algún ciudadano de nuestra nación ha sido vituperado o despreciado por el uso público de su lengua hispana. En nuestro país, para comenzar con paso firme, es una obviedad que hay una lengua que nos hemos dado y que dista mucho de estar en peligro: el inglés. Los exámenes de ciudadanía, también se debe saber, contienen apartados de inglés de los que solo están exentos los mayores de 65 años. En ese entorno, ¿se puede justificar odiar a un latino por usar su lengua? ¿Qué lugar debe ocupar la lengua del latino en la sociedad americana?
Tim O’Hare, alcalde de Farmers Branch (Texas), justificó en 2006 la introducción de una normativa de hablar “solo inglés” alegando que “era necesaria para hacer frente a la inmigración ilegal en la ciudad”. Con ello, un acto ilegal: la emigración indocumentada, pasaba a señalar como posibles delincuentes a todos y cada uno de los hablantes de una lengua por el solo hecho de hablarla. Y así es como se alimenta consciente o inconscientemente un discurso de odio hacia un grupo.
Una lengua sin dueño
Nuestra constitución no quiso manifestarse en asuntos de lengua por no considerar que fuera un problema que frenara el desarrollo del país, como así ha sido. Fueron clarividentes los padres que la diseñaron, porque siempre ha habido otras lenguas y se ha sabido capear sus efectos. El éxito de la decisión lo observamos en que nadie cuestiona nuestra lengua común: el inglés, que no pertenece a nadie en particular. Esto es, que no tiene dueño.
En cierto sentido se podría hablar del inglés como lengua franca, o lengua entre hablantes de otras lenguas; sin embargo, la incorporación del inglés a la educación de forma hegemónica convierte de facto el inglés en lengua nacional. Culturalmente es otro cantar, es impensable imaginar a un latino decir: “soy angloamericano”. Y eso es lo esperado, porque no es obligatorio ser “anglo” para ser de este país. Las culturas se complementan y se refuerzan.
No queremos soslayar que hay una treintena de estados que han promovido iniciativas sobre la oficialidad del inglés. Sin entrar en su motivación, hay reequilibrios de pesos y contrapesos que hacen que ningún poder (legislativo, judicial o ejecutivo) ni ningún nivel de aplicación (local, estatal o federal) dominen el escenario de las lenguas de forma absoluta. El acceso a fondos federales, por ejemplo, está condicionado por normas públicas de inteligibilidad lingüística, lo que le permite al gobierno acumular competencias supraestatales e imponer directrices. Aparte de ello, muchas de las normas estatutarias aprobadas para la oficialización del inglés dependen de desarrollos legislativos que perdieron fuelle una vez pasadas las fiebres protectoras que las ocasionaron.
El crisol o ‘melting pot’
El concepto de crisol o “melting pot” tiende a entenderse como fusión de identidades para forjar una aleación de mayor fortaleza. Sin discrepar un ápice del significado intuitivo de esta simbología, nuestro país ha vivido cambios en su deriva histórica que no estaban previstos en ningún guion. Al redactarse la Constitución, nadie podía adelantar, por ejemplo, que un territorio con profundo arraigo en el mundo hispano, y de un tamaño mayor que el de la Unión, iba a pasar en 1848 a ser parte de esta. O que firmar un tratado de paz en 1898 iba a asociar con nuestro país territorios que llevaban hablando en español 500 años.
La presencia de la lengua hispana se abre paso así hacia novedosas coloraciones, porque, por definición, una lengua implica inalienablemente la cultura sobre la que se asienta. Y la cultura ya está. Nadie le va a pedir a un cantante de reggaetón, pongamos como ejemplo, que cante en inglés. La Constitución proclamada el 17 de septiembre de 1787 no sale dañada con ello.
Hablar español e inglés
A nadie puede tomar por sorpresa que una de las formas de llevar adelante el esfuerzo integrador de visibilizar la lengua pase por el desarrollo de algún tipo de bilingüismo español-inglés. Perder el español significaría perder la cultura hispana y quedar irreconocibles, o muy desdibujados, en el “pot”. ¿Por qué hay que ser distintos, se preguntarán? ¿Por no querer asimilarse? Por ahí no van los tiros.
Del bilingüismo de necesidad al bilingüismo natural
Los programas de educación bilingüe no son vistos con buenos ojos cuando el propósito es exclusivamente integrarse en la sociedad americana. En los emigrantes recién llegados, hay prisa por ser lo más americano que se pueda en el menor tiempo posible. Se quiere cambiar de nombre y mimetizarse en la nueva sociedad. Este no es el bilingüismo del que hablamos aquí. Nosotros hablamos de otra cosa: de tener dos lenguas. Vivir con dos lenguas. No aculturizarse, que conlleva desconectarse y desconectar de las futuras (y pasadas) generaciones latinas. El mundo hispano es de los que quieren ser hispanos.
Del cristal con que se mire: el caso de Maná
A nosotros nos toca defender el inglés tanto como el español, por eso nos llama la atención las recientes declaraciones del grupo Maná: “Cuando vamos a EE. UU., no les cantamos en la lengua del patrón, sino en la que aprendieron de su madre”. Presentar el “inglés” como lengua del patrón es un gravísimo error porque el inglés debe ser también nuestra lengua; y porque de no ser así, ¿dónde quedaría el español?, ¿sería la lengua del “peón”?
Hay que acabar con ese lenguaje de “subordinación sicológica”, que solo conduce a sojuzgamiento y sumisión. ¿Quiere alguien perpetuar un modelo de relación empleador-empleado?
El comentario de Maná, aunque no lo pretenda, deja nuestro idioma hispano reducido a compañero emocional. O pura nostalgia, que es peor. Lo correcto sería: “Si hablo español e inglés puedo ser lo que quiera en este país”.
Perder la lengua es perder partes esenciales de lo que se es. No reconocer el valor del inglés, por otra parte, es cerrarse las puertas en este país. Hay que armonizar las dos cosas.
Te quieren como eres
En época de elecciones nadie se plantea olvidarse del español, al contrario, para ganar votos te dicen que te imprimen los materiales de campaña en español. Los candidatos leen también mensajes en español. Recordamos el de Obama. Ya en 1960, Jackie Kennedy protagonizó el que probablemente haya sido el primer anuncio electoral en español.
Al margen del oportunismo de las elecciones, las compañías quieren proporcionar servicios en español si ello favorece un mejor servicio y clientes satisfechos. ¿Y la sanidad? ¿? Todos hemos comprobado que una cosa es comunicarse formal, laboral, y protocolariamente, y otra recibir atención a través de una lengua de confianza máxima, que podrá ser inglés o español, según en qué casos. Los idiomas facilitan los resultados, que a la postre redundan en beneficio de todos.
Entre las tareas pendientes, hay que superar las malas caras que se ponen al escuchar otro idioma. ¿Es por el idioma o por la apariencia y tipo de trabajo de quien lo habla? El odio a lo distinto requiere de un proceso de normalización. Superarlo está en todos, es responsabilidad de todos.
El tiempo ha ido incorporando a diferentes grupos en sociedad y debemos ser optimistas. El caso concreto de la incorporación de la mujer nos brinda un magnífico ejemplo a seguir. Las mujeres no tuvieron que dejar de ser mujeres para alcanzar sus objetivos.
Luis Silva-Villar es profesor emérito de Lengua y Lingüística
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