El mito del inglés como superior, el acento del poder como base de la discriminación

Existimos en un mundo donde las palabras moldean nuestra realidad, y el lenguaje diseña silenciosamente cada uno de nuestros movimientos, inscribe nuestras percepciones y define fronteras imaginarias.

Estamos atravesados por nuestra lengua, que más allá de su función comunicativa, nos engarza en idiomas y acentos que nos dejan en un campo de batalla donde debemos liberar disputas culturales en este mundo donde constantemente se quieren perpetuar diferencias, y así justificar irracionalidades, normalizar injusticias, conservar jerarquías sociales.

Es fundamental entender que no existe una lengua inherentemente superior a otra. Lo que percibimos como «superioridad» lingüística es un reflejo de las dinámicas de poder históricas que han determinado el estatus de los idiomas. Parecería que las lenguas que «pierden» y quedan sometidas aparecen como inferiores a las victoriosas, pero esta percepción es un constructo social, político, y no una realidad lingüística objetiva.

En la historia sobran los ejemplos de cómo los imperios han utilizado al lenguaje como herramienta de conquista. Desde tiempos inmemoriales, el sometimiento lingüístico ha sido una constante, una estrategia y práctica para esculpir una realidad que beneficiaba a algunos y perjudicaba a otros. Emperadores, reyes, sacerdotes, autoridades de diversos regímenes impusieron la hegemonía del griego, del latín, del español, del ruso, del chino, del francés, del portugués, y del inglés, entre otros, creando instrumentos de dominación cultural tan filosos como cualquier ejército.

Sin embargo, este proceso nunca ha sido simple, ni unidireccional. Las lenguas de las poblaciones resisten la dominación total. El náhuatl y el quechua, por ejemplo, no solo sobrevivieron a la conquista española, sino que se expandieron como «lenguas generales» utilizadas por los mismos conquistadores para poder comunicarse con diversos grupos indígenas. E incluso cuando una lengua parece sometida, o instrumentalizada, a menudo continúa influyendo sutilmente en el idioma hegemónico, enriqueciéndolo con nuevas palabras y conceptos.

Irónicamente, las lenguas que hoy consideramos sometidas fueron, en su momento, soberbias, avasalladoras y discriminadoras con otras lenguas y poblaciones.

En el contexto actual, que algunos definen como la decadencia del imperio americano (por Estados Unidos), esta dinámica, y la puja entre el inglés y el español, se vuelve evidente y se presenta de manera compleja.

En el corazón de Estados Unidos, se libra una curiosa pugna. El 1 de marzo de 2025, el Presidente Donald Trump firmó una orden ejecutiva declarando el inglés como el idioma oficial del país, revocando políticas anteriores que requerían servicios federales en otros idiomas.

Esta acción refleja una respuesta a la creciente influencia del español en la nación, pero también es sintomática de las tensiones subyacentes en un país que enfrenta desafíos internos y cuyo rol global está siendo cuestionado. Por eso, no es extraño ni conspirativo pensar que la decisión de declarar al inglés como idioma oficial podría deberse a querer crear enemigos internos y exacerbar las desigualdades existentes en una sociedad ya marcada por gran polarización e inequidad para generar nuevas alianzas y apoyos al poder. Dividir para reinar decía mi padre.

Los datos del Pew Research Center, (2024) revelan la magnitud de este fenómeno: se estiman que más de 65,2 millones residentes de Estados Unidos, el 19% de la población total del país, son de origen hispano. De ellos, el 42% dice mantener su cultura y el 64% dominar el español, siendo que para el 32% es parte esencial de su identidad. En Texas hay 12 millones de hispanos según el último censo. En ciudades como San Antonio Texas, los hispanos alcanzan el 64% de la población.

Esta realidad refuerza la disputa lingüística que transforma el paisaje cultural del país.

Pero el inglés no solo lucha desde la normativa, sino que se eleva como mito, al imponerse y posicionarse como superior. De esta manera asegura delimitar el acceso al trabajo. Además, resulta eficaz para señalar y excluir a los migrantes.

El filósofo Roland Barthes nos ayuda a entender cómo el inglés se ha transformado en un «mito», es decir, en una idea poderosa que la gente acepta sin cuestionar.

El inglés ya no es solo una forma de comunicarse, sino también un símbolo de éxito, modernidad y superioridad. Esta idea se ha arraigado tanto que muchos la ven como una verdad absoluta, olvidando que es el resultado de procesos históricos y políticos. El inglés se presenta como un idioma «neutral» y «universal», cuando en realidad también funciona como una herramienta que excluye a ciertos grupos y mantiene las diferencias sociales.

En Estados Unidos, para personas cuyo idioma natal es el español, la marca inevitable del acento funciona como distinción negativa para robustecer la discriminación. Es tan efectiva como lo era el color de la piel contra las comunidades afrodescendientes. Hoy, hablar en español en Estados Unidos es motivo de orgullo pero también una fisura utilizada para desestimar el valor del contenido de un hablante, en el mejor de los casos. La mayoría de veces se presenta un velo de prejuicio, descalificación, y recientemente la llave para la vía acusatoria de algunos despiadados para ganarse unos dólares y denunciar al vecino.

La dinámica del inglés como mito, y como símbolo de poder trasciende las fronteras de Estados Unidos. En los países latinoamericanos, el dominio del inglés se ha convertido en un marcador de clase y también un instrumento de exclusión social. Ya no es suficiente para la población dominar el español como el idioma oficial. El inglés se ha posicionado como requisito indispensable en el mercado laboral no escrito.

En países como México, Perú, Colombia, Chile o la Argentina incluir habilidades en inglés en un currículum vitae (CV) se ha vuelto crucial para que este sea siquiera considerado en los procesos de selección de personal. No solamente hay que saberlo, sino que el CV tiene que estar en inglés. Esta exigencia va más allá de los trabajos que realmente requieren el uso de ese idioma. Devino en un filtro social y un mecanismo de exclusión para perpetuar un status quo. Se exige que no haya una malinche “oficial” sino un batallón de este tipo de trabajadores en todos los puestos productivos medios y altos.

El lenguaje revela la bisagra entre idiosincrasias y valores sociales, pero en muchos lugares del planeta es también el campo de disputa entre realidades no resueltas.

En la actualidad, la batalla entre el inglés y el español en Estados Unidos es un microcosmos de las tensiones globales entre la homogeneización cultural y la diversidad lingüística. Para ello el poder, armado del inglés,  busca mantener su hegemonía a través de ficciones. Según el escritor Jorge Volpi, en su último ensayo, “La invención de todas las cosas”: todo es ficción hasta que la realidad no lo desmienta.

En el mundo globalizado el desafío no está en regular qué lengua es “oficial” para darle carácter de superioridad, sino cómo podemos fomentar un pluralismo lingüístico que enriquezca nuestra comprensión colectiva, promueva la diversidad cultural y la integración, donde las diferencias enriquezcan.

Estados Unidos, una nación construida por inmigrantes, donde cientos de lenguas han marcado su riqueza cultural, elevar un solo idioma al estatus de «oficial» resulta preocupante. Esta decisión, además, no ayuda a simplificar la comunicación como quieren justificar los mentores de la idea, sino que la complica. Puede crear más barreras, allí donde existen mecanismos de traducciones para crear puentes, y dificultar el acceso para muchas personas a servicios en materia de educación o salud.

El verdadero desafío no pasa por homogeneizar y premiar un lenguaje mayoritario, conseguido a partir de la suma total del territorio y no por regiones, sino aprender a valorar y convivir con la sinfonía de voces que hicieron de Estados Unidos un lugar único.

Es hora de cuestionar el mito lingüístico que se le otorga al inglés e imaginar el gran valor de forjar una sociedad donde la diversidad de idiomas sea vista no como una amenaza, sino como un tesoro colectivo.

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Florencia Davidzon

Escritora y cineasta. Posee una Licenciatura en Ciencia Política (UBA, 1995) y dos Maestrías en Bellas Artes, una en Cine (Maine Media College, 2016) y otra en Escritura Creativa (NYU, 2024). Recibió las becas Sylvia Molloy y el Tink Foundation Grant. Su trabajo como narradora se publicó en revistas y antologías. Sus cuentos “Target” aparecieron en la revista digital RoastBrief (2018-2019), “La Moralidad de las Hormigas” en la antología, Pies y Perras, de Laguna Libros, Colombia (2024), “Con la ñ y nada más” con Cuny-Unam (2025), “Nada” en Temporales (2024), “No Croaban” en Literal Publishing (2024). También publicó dramaturgia, “Guerrero” en Temporales (2023) y “Dramaturgias Pandémicas”, en la Revista de Artes Escénicas y Performatividad, Investigación Teatral de la Univ. Veracruz (2021). Su primera novela “La Terquedad de las Cenizas”, se publicó con Metrópolis, Buenos Aires (2024). Además, ha escrito artículos y ensayos para las revistas, Forbes y Neo México, Warc, Quirk´s Media, Chasqui y en la Revista de Comunicación de la UAM, Cuajimalpa, México. Actualmente se encuentra terminando su segunda novela, “El Susurro del Polvo”. More »

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