Si las lonjitas (o lonjotas) que se desbordan afuera de tu ropa no te motivan para ponerte a mover el esqueleto y hacer ejercicio, necesitas una buena terapia, ayuda urgente.
¿Te cuento un secreto? En varias etapas de mi vida he sido gordis (sin contar las dos veces que estuve embarazada). Y puedo decir con certeza que fueron periodos en mi vida no muy agradables. Tanto así que tengo terror a volver a subir de talla.
En ambas ocasiones solo un método fue efectivo para ponerme en forma: hacer ejercicio en serio y ser constante.
Odio, detesto con toda mi alma las dietas. Cada vez que intentaba hacer una entraba en una depresión tremenda, sentía mucha ansiedad, y si comía algo que no estaba en el régimen me sentía defraudada por mí misma.
Lo peor llegaba cuando, luego de tanto sacrificio, la infeliz báscula marcaba lo mismo que la semana anterior, o si -todavía más trágico- había aumentado de peso. Me daban ganas de patear la máquina, como si ella fuera la culpable de mi desgracia. Era de verdad frustrante.
Fue como a los veintitantos años cuando comencé a hacer ejercicio en forma. Encontré algo que me divertía -en aquel entonces fueron las clases de aerobics-, que me retaba, que me motivaba. Luego, en mis treintas comencé a correr, y desde entonces esa es mi pasión. No se trata de ser veloz, como muchas personas piensan, sino de tener resistencia, aguante. Lo que en este caso cuenta es el tiempo que dures trotando, no la intensidad.
Los consejos que aquí te ofrezco vienen de una persona común y corriente, no de un experto en fitness, de esos que tienen cuerpos perfectos y que se ganan la vida prometiendo que en 10 sesiones tendrás un físico como el de ellos.
Yo soy una mamá con poco tiempo para ejercitarse, que lo que más le importa es sentirse bien (más importante que verse bien), que aprendió mucho de la docena de maratones que corrió en los últimos años, hasta que dos terremotos con piesitos le impidieron dedicar el tiempo necesario a los entrenamientos.
Luego de un periodo en el que no he podido ser constante con mi rutina de ejercicio, estoy dispuesta a retomar esa pasión, no para correr maratones de nuevo -por ahora-, pero sí para volver a poner mi cuerpo y mente en forma. Te comparto lo que me ha funcionado para lograr dar el brinco de la cama por las mañanas.
Tocar la parte del cuerpo que no me tiene contenta. No puedo permitir que la lonja siga creciendo. Cuando voy a comer algo que engorda, me acuerdo de esa parte de mi cuerpo que quiero cambiar. Aunque no siempre funciona, siempre me hace pensar dos veces antes de engullir algo.
Pensar en la talla que era cuando era más joven o antes de haber tenido hijos. No, no es imposible. Ni la edad ni los embarazos son pretextos para estar gordis o “rellenita”. Si luego de mi primer embarazo pude estar en la talla de antes de estar encinta, puedo hacerlo de nuevo después de haber tenido a mi segundo bebé.
Participar en carreras cortas (para empezar). Todo el año hay por todas partes eventos para correr 5k, 10K o medios maratones. Pagar para estar en estos acontecimientos te “obliga” a prepararte y entrenar. Ya te hablaré más adelante de otras de las ventajas de participar en estas carreras.
Comprar ropa deportiva bonita, vistosa. No tiene que ser cara o de marcas famosas. Yo usualmente busco lo más cómodo y chic. Tú sabes, el hacer ejercicio no está reñido con el glamour (ojo, los zapatos para trotar son todo un tema aparte que abordaré en otro post).
Verme en una prenda de ensueño. Ahora mismo traigo entre ceja y ceja un pantalón stretch negro que va ceñido al cuerpo. Sin embargo, no lo he comprado porque temo no verme bien. Mi meta será comprarlo y usarlo hasta que me luzca como quiero.