Con olor a rancio
He arrumbado muchas conversaciones que necesitaban airarse desde el principio. Las guardo por esa tendencia que tengo de evitar situaciones incómodas que me obligan a encarar al conflicto. Pasa el tiempo y no desaparecen; al contrario, entre más se asientan en la conciencia, más me persiguen como fantasmas. Las tengo en mi cabeza, como un monólogo, hasta que ocupan todo el espacio; después se desbordan en noches sin sueño. Cuando el cerebro se cansa de darle vueltas a la confabulación, las destapo y me emborracho con ese olor a rancio que provoca la culpa o el resentimiento. ¿Te ha pasado?
Cuando no sé qué sentir también las amontono allá atrás de lo inmediato, en la lista por hacer, en las conversaciones que debo, pero aún no quiero tener… en espera del momento de realización en el que yo, mi cerebro y mi espíritu sepamos cómo reaccionar. Últimamente me pasa mucho, quizá de más. La política aquí y allá me tiene desgastada. Demasiadas opiniones y acciones, puntos de blanco y negro que no me permiten acariciar una escala de grises que me hace sentir segura, cómoda y libre.
Me descubro analizando todo con detenimiento y hay días en que entiendo muy poco. Hay momentos en los que me consuela la identidad y otros en los que me salva la comunidad; pero los más difíciles son aquellos en los que no puedo encontrar justificación para nada, que no importa cuánto reme contra la corriente, sé que terminará aventándonos a la cascada. Y ese sentimiento de impotencia, en lo grande, me hace sentir perdida.
Pero me froto las manos, como siempre que estoy nerviosa, y puedo sentir lo que sí puedo controlar: lo que escribo. Acá todavía puedo ser. A través de estos dedos que martillan teclas puedo darle sentido al mundo y a mi cabeza enmarañada; poco a poco voy desenredando caminos, ideas y sentimientos, y me consuelo al comprender que no todo tiene congruencia hoy, pero lo hará mañana, como aquellas otras veces en las que sentía que la incertidumbre me ofuscaba.
Así que después de un par de cuartillas a medianoche en total vulnerabilidad, decidí abrir el frasco de esas palabras que no dije a tiempo y de las conversaciones postergadas que se prolongaron hasta casi llenarse de moho. Me ha costado mucho pactar con mis inseguridades para revivir esos diálogos casi podridos que son necesarios. Al principio me costó articular las palabras y después, con el poder que te da el hacer algo que no querías, me sentí cómoda ejercitando ese mismo músculo del diálogo del que tanto hablo. Hay algo casi mágico en la capacidad de asombrarse de uno mismo, como conquistar esas cimas imaginarias que se sienten como una cuesta arriba eterna, pero que en realidad pesaban más en las conversaciones imaginarias, que en la vida real. Quizá si eso lo hiciéramos desde la curiosidad y en entendimiento, con todos, este 2025 no se sentiría tan pesado… ni solitario.
- De Guatepeor a Guatemala
- Niños migrantes: las secuelas de las que nadie habla
- Niños migrantes: trauma, tristeza, desolación, lágrimas
- Ellos y nosotros: son migrantes, fuimos migrantes
- Las dos caras de Arizona
- Con olor a rancio
- La agonía de vivir, por Maritza Félix
- El milagro de Trump
- Trump vuelve
- Los horrores del “blanqueamiento”