Si no fuera por Nerón, Calígula sería fácilmente calificado como el peor emperador del Imperio Romano, pero su notoria reputación podría merecer otra mirada.
¿Asesinó a inocentes? Sí. ¿Cometió incesto? Si. ¿Ejercició brutalmente el poder político? Si, sin duda. En los anales de los emperadores infames, pocos se acercan a Calígula, cuyo reinado como tercer emperador del Imperio Romano le convirtió en miembro del pequeño club de los gobernantes más odiados (y recordados) del mundo.
¿Quién fue Calígula?
Nacido como Cayo Julio César, era bisnieto de Augusto, primer emperador de Roma, y sobrino nieto de Tiberio, el emperador paranoico. Cuando Tiberio murió en el año 37 d.C., sin dejar descendencia directa, Calígula con solo 24 años, se convirtió en el siguiente emperador de Roma. A partir de allí comienza su crueldad, excesos, capricho y disputas políticas. Llegó hasta nombrar Cónsul a su caballo Incitatus, ya que consideraba a los cónsules y senadores tan incompetentes e inútiles que podían ser sustituidos fácilmente por un animal.
No contento con ello, Calígula ordenó la muerte de su esposa, quien había descubierto que él mantenía relaciones sexuales con sus propias hermanas, Julia Livia y Agripina la Joven (futura madre del emperador Nerón). Cuando esto se conoció exilió a sus hermanas a otras tierras.
Este comportamiento inusual alimentó la especulación de que Calígula sufría algún tipo de enfermedad mental, con diagnósticos que le achacan psicosis epiléptica o encefalitis.
Aunque algunos historiadores sostienen que estaba medianamente sano, como lo podía estar Joseph Stalin o Hitler. Como ellos, podía distinguir la realidad de la fantasía, una realidad impregnada por un poder total y absoluto que llevó a Calígula a sacrificar a más de 160,000 víctimas. Calígula exigía ser tratado como un dios, llevando al extremo el «culto imperial»
¿Por qué seguimos recordando a Calígula?
En realidad, a los historiadores les encantan los villanos y Calígula sigue siendo famoso gracias a una combinación de carisma personal y crueldad obstinada.
Pero Calígula pertenece a un mundo que nos es tan ajeno que podemos disfrutar de su villanía con la conciencia tranquila.