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Desde un punto
del Valle de Anáhuac.
Diferentes organizaciones sindicales, campesinas y populares se unieron el día de hoy para realizar una “megamarcha” hacia el zócalo capitalino y autodenominarse como Movimiento Nacional por la Soberanía Alimentaria y Energética, los derechos de los trabajadores y las libertades democráticas, con el único fin de demandar un cambio en el rumbo económico y político del país.
El dirigente del Sindicato Mexicano de Electricistas, Martín Esparza, se pronunció por impulsar una insurgencia civil y pacífica en todo el país, mientras Gerardo Sánchez, líder de la Confederación Nacional Campesina (CNC) se pronunció por «derrocar» al gobierno de Felipe Calderón, para lo cual pidió la participación de todos los que han padecido por la política social y económica actual.
Pero los políticos andan más preocupados por la imagen que van a proyectar a los ciudadanos después de la elección en Guerrero, donde un priísta le ganó a su antiguo partido, apoyado por la izquierda y la abdicación de la derecha.
Y los ciudadanos como siempre sólo observamos y padecemos el caos generado por las marchas, preguntándonos si los seguidores de esos líderes saben realmente por qué marchan.
El meollo del asunto es el papel que juegan los sindicatos y las organizaciones campesinas y obreras dentro del escenario político y social del país.
Porque me pregunto que han hecho hasta el día de hoy para mejorar la calidad de vida de todos sus agremiados y como se han desapegado de sus privilegios con el paso del tiempo.
Y es que cuando me hablan de sindicatos me imagino grandes pelotones de burócratas que se disfrazan de entes privados y gigantescos corporativos privados que trabajan como si fueran burócratas.
En catorce años de vida profesional en diferentes áreas del sector privado y público, nunca he estado ligado a un sindicato y siempre me he preguntado donde quedan las organizaciones de trabajadores en esas empresas que se denominan socialmente responsables.
Porque entre contratos extraños y sistemas para el retiro hechos a la medida de las empresas, sobra por donde encontrar grandes escollos en la legislación laboral.
Pero cuando salgo de la esfera laboral y me concentro en mi ente comunitario dentro de las ciudades donde he tenido la oportunidad de vivir, nunca he podido encontrar un nivel óptimo de organización que permita el mínimo de participación con alguna trascendencia en la vida social y política de mi comunidad.
Sigo pensando que la solución a nuestros problemas como sociedad es lograr un nivel mínimo de organización en nuestras comunidades, desde el cual surja un representante que pueda hablar por nosotros en todos los niveles de gobierno existentes y tal vez aplique el mismo esquema para nuestro centro de trabajo.
Porque al final se impone la apatía y la intolerancia hacia lo que sucede a nuestro alrededor y nos convertimos en la queja constante del que no se compromete y no participa.