Crónicas desde el Hipódromo | Constitución
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Desde un punto del Estado de Guerrero.
Era el típico lunes de actividades cívicas en el que teníamos que rendir honores a la bandera de México y cantar el himno nacional.
Pero ese lunes de febrero en mi escuela primaria era especial, porque se celebraba un aniversario más de la promulgación de la Constitución de 1917.
La curiosidad de aquel día era que nuestro grupo de quinto año presentaría una declamación al 5 de febrero, fecha en que se conmemora la promulgación de nuestra carta magna y yo estaba incluido en el equipo.
Lo que más recuerdo es que me la pasé una semana memorizando el fragmento que me correspondía, del que a la distancia sólo resuena en mi mente «era el cinco de febrero, una fecha memorable, tan loable, que el obrero y el campesino siempre deben de recordar, porque merecen de libertad».
Del resto no recuerdo ni la menor palabra, sólo el sol golpeando mi rostro con intensidad y el deseo de terminar lo más pronto posible consumido por los nervios.
A 94 años la Constitución termina siendo una especie de artículo de lujo que sólo recordamos cuando vamos a modificarla o parcharla por enésima ocasión, o cuando mencionamos la ocurrencia de elaborar una nueva.
La cuestión es que nuestro país tiene leyes y normas de avanzada pero nunca sabemos como aplicarlas o hacerlas valer.
Desde el exterior nos hacen ver que una de nuestras grandes fallas es nuestra estructura judicial, que se hunde entre la corrupción y la anarquía.
Si cada ciudadano de esta República recordara que tiene en la constitución la mejor arma para hacer valer sus derechos como mexicano y como ser humano, otra cosa seríamos como país.
Pero el tiempo pasa y no vislumbramos a corto plazo una reforma judicial de fondo que cimbre al país y nos permita desarrollarnos con mayor armonía y equilibrio, más en estos días de lucha contra el narco.
Habrá que esperar a que salgamos del letargo individual para empujar a nuestro ente colectivo con la suficiente fuerza para cambiar. Soy paciente.
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