Al principio, se consideraba que el clima era la mayor amenaza para el indocumentado que intentaba pasar hacia Estados Unidos. Si lo hacía por el desierto, las altas temperaturas podrían dejarlo insolado o deshidratado y en consecuencia muerto a medio camino; si cruzaba a través del río Bravo, la fuerza de las corrientes podrían arrasar con él y ahogarlo sin más remedio.
Después, el principal riesgo fue la persecución policial, la Border Patrol hacia lo suyo para evitar que los indocumentados cruzaran la frontera y se internasen a su territorio con libertad. Mientras tanto, en el lado mexicano, crecían poco a poco, pero sistemáticamente, las mafias de coyotes o polleros que cobraban cuotas a todo aquel que quería llegar sano y salvo hacia los Estados Unidos.
Para reducir la complejidad del fenómeno migrante en esta zona, la política también intervino, (convirtiéndose en un riesgo más para el indocumentado) al implementar programas de trabajadores temporales con un contrato aceptado tanto por el gobierno de Estados Unidos como de México. El problema fue por un lado que este tipo de programas no satisfacían la demanda de empleo y por el otro, que se prestó a una desmedida corrupción; los propios “funcionarios” que seleccionaban a los trabajadores temporales, cobraban altas cuotas (más que los polleros) para enviarlos a Estados Unidos.
Como sostuve en un despacho anterior, la industria del indocumentado se ha hecho compleja, por los actores que ahora intervienen. Los indocumentados ya no tienen por riesgo sólo el clima. Ahora son víctimas de mafias del crimen organizado que operan desde sus países de origen y que los utilizan no sólo para transportar droga o prostituirlos en la zona fronteriza, sino que esta vez han llegado al límite de usarlos como moneda de cambio en presiones políticas.
Es el caso del reciente hallazgo de 72 indocumentados cruelmente asesinados en Tamaulipas, México. La explicación lógica que autoridades mexicanas dieron a esta masacre, fue tanto irracional como ingenua, pues se salieron por la tangente, al no observar con atención el verdadero fondo de esta ejecución masiva.
Es difícil pensar que ante la negativa de estas 72 personas por sumarse a la filas del crimen organizado les hayan dado muerte, es decir, no creo que los criminales sean generosos y les hayan dado la opción. En las condiciones de secuestro en la que estaban y bajo la amenaza de muerte, lo menos que la sensatez humana hubiere dictado era acceder. Hay otras inconsistencias: un joven baleado sobrevive y luego de varios kilómetros (sin encontrarse a ningún miembro del crimen) llega a la base militar y es capaz (a pesar de no conocer la zona y haber sido maltratado física y psicológicamente) de orientar a las fuerzas marinas, para localizar con lujo de detalle el lugar preciso donde habían ocurrido los hechos.
Sin duda, la cifra de 72 muertes es por sí misma impactante y abrumadora. Pero en el fondo lo más escandaloso es el mecanismo del crimen organizado para enviar mensajes al gobierno mexicano y de paso a los gobiernos de Estados Unidos y de Centro y Sudamérica, para simplemente decir, con absoluta claridad, que son ellos, los criminales, los que deciden quién entra y quién sale del territorio mexicano.