En el inicio de la sesión anual de la Asamblea General de las Naciones Unidas, el presidente estadounidense Joe Biden pronunció este martes un discurso. Fue el cuarto y último de su periplo como mandatario y un hito que señala el final de su servicio público de medio siglo.
Biden pasó revista a los conflictos que presenció en todos estos años y advirtió que el mundo se enfrenta una vez más a un “punto de inflexión”.
Es cierto. Estamos acercándonos cada vez más a una crisis global declarada y permanente cuando las regionales salen fuera de control y no aparece una solución.
Fue un momento digno para Biden. Aunque no dijo nada nuevo y aunque quien lo conoce, escuchó sus figuras literarias repetidamente. Poco después, vino la alocución del nuevo Presidente de Irán. Días después, la de Benjamín Netaniahu. Fuentes dicen que durante el vuelo tomó la decisión de rechazar un acuerdo de cese de fuego con Hezbolá que supuestamente había aceptado. Y el visto bueno para el bombardeo de seis edificios de vivienda en Beirut para eliminar a su líder de los últimos años, el clérigo Hasán Nasralá.
Pero fue también un momento de desolación e impotencia. Como si estos líderes y otros menos famosos estuviesen pronunciando sus discursos frente a una sala desierta.
Una sombra paralizada entre crímenes de lesa humanidad
Porque en momentos en que más se requiere su acción decisiva, Naciones Unidas es menos que una sombra de lo que fue. Y menos de lo que hubiera podido ser: un catalizador de procesos pacificadores, un árbitro útil de los conflictos internacionales.
En Europa, la guerra entre Rusia y Ucrania pasó sus dos años y medio y solo recrudece. En Medio Oriente, la guerra de Israel contra Hamas y luego contra Hezbollah en El Líbano se está ampliando y el conteo de víctimas civiles en Gaza aumenta. Estos conflictos amenazan la paz mundial y podrían ser el inicio de terribles guerras regionales.
En Sudán, lejos de los titulares, la guerra civil ya dura 18 meses, con 11 millones de refugiados y decenas de miles muertos. Biden llamó a cesar los suministros de armas, sin referirse a que sus propios suministros y los de las otras potencias alimentan las guerras.
En todos estos conflictos y varios más se están cometiendo crímenes de guerra y crímenes de lesa humanidad y el mundo parece paralizado para impedirlos.
Una señal de que Naciones Unidas carece de la importancia que pretende y que su mandato unificador caducó es que hoy las potencias consideren que la solución para los conflictos es de más y más violencia y no de arreglos diplomáticos.
La misma creación del organismo el 24 de octubre de 1945 en reemplazo de la catastrófica Liga de Naciones vino con la semilla de la impotencia y la paralización, cuando la Asamblea General carece de poder efectivo y las potencias que tienen el control del Consejo de Seguridad no reaccionan.
En esta triste realidad, el organismo sigue manteniendo que “el Consejo de Seguridad es el máximo responsable de la paz y la seguridad internacionales”.
En nuestros días, cuando más y más naciones están bajo el yugo de gobiernos autoritarios o tiránicos – una posibilidad que surge incluso en nuestro país – la ONU está lejos de sus objetivos declarados de mantener la paz y la seguridad internacional y fomentar la amistad entre las naciones, y de su propósito de promover los derechos humanos.
Lo mismo sucede con sus distintas agencias, incluyendo la Corte Internacional de Justicia, su principal órgano judicial.
Es el ocaso de Naciones Unidas. Lamentable. Requiere de un cambio drástico para revertirlo.